1. La lectura es la percepción a través de la traducción. Los signos inertes de un alfabeto se vuelven significados llenos de vida en la mente. Es realmente raro cuando piensas en ello y por eso no es sorprendente que el lenguaje escrito llegase mucho más tarde en nuestra historia evolutiva, mucho después del habla. Parece que leer y escribir, al igual que todas las actividades que hay que aprender, alteran nuestra organización cerebral. Existen estudios que demuestran que la gente que sabe leer y escribir procesa los fonemas de forma diferente que los analfabetos. El conocimiento del abecedario parece reforzar la capacidad de entender el lenguaje hablado como una serie de segmentos diferenciados.2. Antes de que mi hija aprendiese a leer, me preguntó en cierta ocasión algo que me resultó difícil de contestar. Señaló un espacio en blanco entre dos palabras en la página del libro que estábamos leyendo y dijo: «Mami, ¿qué significa esa nada?» No fue fácil explicarle el significado de ese espacio vacio. Mi hijita de tres años, que no sabía leer ni escribir, no entendía las secuencias y divisiones inherentes al lenguaje, que son más evidentes sobre la página que cuando se habla.
3. Hay innumerables teorías sobre cómo funciona la lectura, ninguna de las cuales es completa puesto que no se conoce lo suficiente acerca de la neurofisiología de la interpretación de los signos, pero lo que si se puede decir es que leer es una experiencia humana particular en la que una persona colabora con las palabras de otra, el escritor, y que los libros cobran literalmente vida gracias a la gente que los lee, pues leer es un acto de plasmación. El texto de Madame Bovary puede perdurar en francés para siempre, pero el texto está muerto y carece de sentido hasta que es leído por un ser humano que vive y respira.
4. El acto de leer tiene lugar en un tiempo humano, en el tiempo del cuerpo, y participa de los ritmos corporales, de los latidos del corazón y de la respiración, del movimiento de nuestros ojos y de nuestros dedos que pasan las páginas, pero al leer no prestamos ninguna atención a todo eso. Cuando yo leo, recurro a mi capacidad de diálogo interior. Asumo las palabras escritas por el autor, quien, desde ese momento, se convierte en mi propio narrador interno, la voz dentro de mi cabeza. Esta nueva voz tiene sus propios ritmos y pausas que yo siento y adopto mientras leo. El texto se encuentra tanto fuera como dentro de mí. Si leo con espíritu crítico, entonces intervendrán mis propias palabras. Preguntaré, dudaré e inquiriré, pero no puedo ocupar ambos puestos al mismo tiempo. Una de dos, leo el libro o me detengo para reflexionar sobre él. La lectura es intersubjetiva: el escritor está ausente, pero sus palabras se vuelven parte de mi diálogo interior.
5. A veces me descubro leyendo a medias. Mis ojos siguen las frases sobre el papel y reconozco las palabras, pero mi pensamiento está en otra parte, y de repente me doy cuenta de que he leído dos páginas pero que no las he asimilado. A veces leo por encima resúmenes de estudios científicos, ojeándolos a toda velocidad para saber si me interesa leer todo el artículo o no. Los poemas los leo despacio para que la música de las palabras reverbere dentro de mí. A veces leo una frase de algún filósofo una y otra vez, porque no entiendo su significado. Conozco todas las palabras de la frase, pero comprender cómo encajan unas con otras exige toda mi concentración y continuas relecturas. Los diferentes textos requieren estrategias distintas, que acaban por volverse automáticas.
6. Tengo recuerdos vívidos de algunos libros que perduran en mi memoria. Las novelas suelen adoptar una forma pictórica. Veo bajar corriendo a Emma Bovary por una verde colina rumbo a la farmacia, con las mejillas encendidas, el pelo alborotado por el viento. La hierba verde, las mejillas, el pelo, el viento no están en el texto. Los puse yo. Normalmente la filosofía no me trae imágenes a la mente, sino palabras, aunque Kierkegaard, por ejemplo, me ha transmitido algunas imágenes puesto que es un filósofonovelista, un pensador-narrador. Veo a Victor Eremita, el editor que escribe bajo seudónimo de O lo uno o lo otro, con su hacha mientras destroza el mueble en el que se esconden dos manuscritos. Otros libros se me han borrado de la mente casi por completo. Recuerdo haber leído Una tumba para Boris Davidovich de Danilo Kis, que me gustó mucho, pero no puedo mencionar ni un solo aspecto de la novela. ¿Adónde se ha ido? ¿Podría una simple asociación hacer que volviera a mi cabeza? Me acuerdo perfectamente del título, del autor y de mi sentimiento de admiración por el libro, pero eso es todo lo que recuerdo.
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BIBLIA DEL ESCRITOR.
Conto¿Quieres escribir? Entonces lee la Biblia del Escritor donde encontrarás todos los consejos de escritura dictados por las grandes maestras y maestros de la literatura. Después de haber leído estos aforismos que se convertirán en tus versículos, p...