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Me despierto otra vez a la misma hora de siempre, hago lo mismo de siempre y me marcho al mismo lugar, al cual voy todos los días: Cocoah. Una pequeña cafetería de la ciudad, la cual siempre huele a café tostado, canela y bollos de mantequilla.

No tomo el coche, me marcho de camino a la cafetería que está a dos manzanas de mi casa. Han pasado tres días desde que fui al hotel de Daniel, no he pensado más que en eso y mi vida se viene a la basura. Mañana es lunes y mi corazón late más que nunca. Sé que puedo perder la única oportunidad de conseguir un trabajo digno y de grandes ingresos, pero también sé que si acepto, tendré que dejar el trabajo en Cocoah, dejar mi último trimestre en la universidad y ver a Daniel todos los días. No es exactamente lo que espero para mi futuro.

Mi padre lleva dos días llamándome por mi decisión, mientras que mi madre me deja en paz y me dice con su voz aguda:

—Mientras tú seas feliz, yo lo seré también.

Eso no me ayuda.

Entro en la cafetería, saludo a todos y me pongo el uniforme. Una camisa negra y un pañuelo verde en la cintura.

—Christine me ha hablado de tu puesto en los hoteles Roy —dice Camille, una de mis amigas del trabajo, con cabellos rojizos y pálida piel.

Pienso en asesinar a Christine, pero se me pasa cuando recuerdo que es mi mejor amiga.

—Ya bueno...

—Parece que no lo aceptarás —añade.

—No lo sé, se supone que hoy tengo que llamarle y decir todo lo que quiera —bufo.

En cinco minutos comienza a llegar gente al lugar. Es una de las cafeterías más visitadas de la ciudad y viéndolo desde mi perspectiva, no está nada mal trabajar aquí.

—Hola —dice él con su gran sonrisa en la cara—. ¿Puedes darme un café...

—Descafeinado, con nata y dos de azúcar —termino por él.

—Eso mismo —dice casi alegre.

Alex, mi ex, no entiendo por qué viene a esta cafetería. Su trabajo está a tres manzanas de aquí y tiene una cafetería maravillosa bajo su oficina. Le miro una vez más y le entrego su café.

—Cuánto tiempo —me dice.

—Exactamente tres días y ocho horas —completo.

—¿Por qué me tratas así? —me pregunta.

—No es por nada —comienzo, pero creo que pareces un psicópata acosador.

Se sonroja, frunce la frente, toma su café y se marcha del lugar. Es muy guapo, a veces me arrepiento de haberle dejado. Tiene los ojos azules, es muy alto, cabellos negros, barba y todos los músculos de su cuerpo están muy desarrollados, después de nuestra ruptura engordó un poco.

Sigo vendiendo cafés, bollos y galletas. Veo cómo las manecillas del reloj siguen pasando y entra alguien por la puerta.

—Buenos días —esa voz me suena, levanto la cabeza, ya que estoy ordenando por colores los sobres de azúcar que se encuentran bajo la estantería. Es increíble que hayan tantos tipos de azúcar: morena, gruesa, edulcorada y normal.

—Puede usted...

Me levanto, le miro y doy un pequeño grito al verlo. Me quedo petrificado unos segundos y él, sin decir nada, se ríe de oreja a oreja.

No lleva traje, está despeinado y huele a vainilla. Definitivamente era él quien olía a vainilla, tiene las manos dentro de los bolsillos y me sigue mirando.

El deseo de Daniel  (gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora