Capítulo 60

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Richard

Erika por fin me da vía libre para hablar con Esteban sobre lo que ella quiere hacer y finalmente puedo dejar de evitarlo. En estos días intenté retrasar en lo posible enviar ese documento y disimuladamente intentar persuadir a Erika de su decisión, pero ¿Cómo culparla? Es una situación difícil y hasta donde tengo entendido, el tres de julio planea comunicarle a Esteban del divorcio.

Al menos me da dos días para avisarle a ese estúpido y se digne a hacer algo, es obvio que esa mujer lo ama y que él le corresponde de igual o mayor forma, esto es una ridiculez y un sufrimiento autoimpuesto que debe acabar, creo fielmente en que esto no está perdido, solo hay que darles un empujoncito para que se arreglen sus diferencias. Mañana en la mañana del sábado planeo ir a contarle a Esteban todo y realmente espero que use bien esa información y que no solo explote contra ella.

Enciendo un puro en el balcón de la habitación pensando en toda la situación y en eso me entra una llamada de alguien con quien tengo contacto frecuente y que me informa del estado de Esteban. Miro la hora, son las ocho de la noche, no suele contactarme a esta hora.

-Buenas noches, Cristian. -lo saludo dando una calada recostando los codos contra el barandal.

-Buenas noches, Richard, disculpa la hora -se oye algo nervioso- pero no sabía si ir yo mismo o pedírtelo a ti, porque algo me dice que no está bien...

-¿Te refieres a Esteban? ¿Qué ocurrió? ¿Cómo que ir? ¿A dónde? -me preocupa tantos rodeos.

-Erika lo llamó hoy para decirle del divorcio, Celia me lo contó y... llamé al jefe de escoltas de Esteban allá en la casa, parece que algo pasa con él, pero nadie se atreve a entrar, no estaba seguro si debía comunicártelo primero o ir yo.

-No, hiciste bien en decirme, no tienes que ir. Yo voy en camino, gracias por la información, escríbeme si pasa algo más. -le digo y corto con afán.

Me pongo un abrigo a toda velocidad y el temor a que haya hecho lo que estoy pensando me pone a sudar, si hubiese sabido que le darían esa noticia hoy y no en unos días no lo habría dejado solo, lo conozco y no ha estado bien por más que finja.

Llego en minutos con mi auto a la casa y se ven las luces de la casa encendidas desde lejos. Los escoltas están reunidos enfrente de la vivienda hablando entre ellos, es obvio que no saben cómo proceder con su jefe.

Paso por en medio de ellos.

-¿Qué pasó? -pregunto firme al líder del grupo.

-El señor Harrison llegó a las seis de la tarde, escuchamos unos gritos y cuando nos acercamos a asegurar que todo estuviese bien, nos ordenó traerle diez botellas de licor. A partir de ahí todo empeoró y no nos atrevemos a entrar y meternos en un problema. -me resume con seguridad el hombre.

Lo que temía ¡maldita sea! No quiero entrar y ver el estado en que está, no quiero volver a presenciar ese rostro cansado y derrotado de hace años, pero si no lo paro ahora mañana estará peor.

-Necesito cuatro de ustedes que me ayuden a sacarlo de ahí.

Cuatro hombres se ofrecen y yo los guío hasta la puerta donde se escuchan vidrios rompiéndose. Intento abrir la puerta con las llaves, pero parece tener algo trancando la cerradura por dentro.

-Dame eso. -le saco el arma a uno de los escoltas y rompo la manija dándole tres tiros.

Pateo la puerta y esta se abre con fuerza mientras devuelvo el arma.

Miro a los lados y la escena es peor de lo que esperaba sintiendo que retrocedo en el tiempo comprimiendo mi pecho al ver a Esteban tirado en una esquina de la sala rodeado de varias botellas vacías y otra llena en la mano que apenas puede poner en su boca. Tiene la camisa de oficina abierta y manchada, en la mitad de su pecho se ve la piel morada y lo entiendo cuando lo observo bebiendo mientras golpea con puño el punto exacto con fuerza.

ATADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora