Capítulo Cincuenta

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CAPÍTULO CINCUENTA

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CAPÍTULO CINCUENTA

- ¡Bésame!

Cierro los ojos con fuerza.

- ¡Sí, así!

El grito inunda toda la habitación

- ¡No pares!

Agarro con fuerza las sábanas bajeras de la cama

- ¡¡¡Sí, sí, sí!!!

¡Me cago en mi puñetera vida! Me reincorporo de un salto y miro a mi izquierda. Ahí está Ángeles balbuceando y gimiendo a partes iguales. ¿Qué sesión pornográfica está soñando? Entre la tormenta y ella, no hay quien pegue ojo. Pero, ¿qué tipo de personas trabajan para mí? Se que la empresa es muy selectiva con los empleados, todos se someten a una prueba psicotécnica. ¿Dónde quedó la prueba psicotécnica de esta chica? Lo suyo es grave, ¡muy grave!

Aparto las sábanas a un lado y me dirijo hacia el perchero que hay tras la puerta de la habitación. Me pongo el poncho hippy que me han prestado los empleados del establecimiento ya que mi ropa está en la lavandería llena de barros y otros horrores que no quiero recordar. Me calzo unos zapatos de esparto que ni Jesucristo fue capaz de ponérselas de lo antiestética que son y salgo de la habitación antes de que me dé un paro cardíaco con tanto gemido junto de mi compañera de habitación.

Espero paciente al único ascensor que hay en todo el complejo. Para ser altas horas de la madrugada, bien lentito que es. Un leve sonido me alerta que acaba de llegar a la planta y sus puertas se abren. Me adentro y le doy al tercer botón de los tres únicos que hay en el panel de control. Sé que en la planta baja hay una pequeña cafetería y solo espero que, a pesar de las horas, esté abierta para tomarme un café descafeinado bien caliente. A poder ser que lo hagan en mis narices que de esta gente no me fio ni un pelo.

Espero igual de paciente a que descienda el ascensor. A estas alturas, seguro que amanece y aún no he podido tomar el café. Contrario a la decoración general del complejo hotelero, el ascensor tenía una decoración particular afin a las suites engalanadas y lujosas por las que se accede con él. El suelo de moqueta y las paredes cubiertas de espejos me recordaba a cualquier estancia común del Ritz. Bueno, lo recordé por una milésima de segundos hasta que el espejo me desvela mi propio reflejo y doy un brinco de la impresión. Vaya cuadro, vaya pintas con ese poncho trasquilado, un pantalón bombacho de color blanco y el calzado de esparto. ¡Me sangran los ojos! ¿Dónde quedó mi camisón lencero de Victoria's Secret? ¡Qué espanto! ¿En qué momento mi vida cambió tan drásticamente?

Es tanta la impresión de mi propia imagen que, cuando llego a la cafetería (afortunadamente está abierta), le pido al camarero un vaso de vodka. Sí, ya sé que no es la típica bebida que disfrutan las señoritas como yo, pero justamente con el atuendo que llevo ni soy señorita ni soy nada. ¡Soy un fraude! Al igual que mi vida.

Bebo un largo trago cuando el camarero me deja el vaso frente a mis narices.

Mi vida es un fraude y llevo pensándolo desde el momento que supe toda la verdad. He vivido tal mentira que hasta cuestiono quien soy realmente. Felipe alega que estoy pasando la fase de negación, que todo lo veo negro y sin solución. No le quito la razón. Nunca me he sentido tan perdida como lo estoy ahora y tampoco me he sentido tan defraudada como lo estoy ahora.

⋰⋱ Firmado, la Mujer de Acero ⋰⋱    {Benjamila}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora