𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓭𝓲𝓮𝓬𝓲𝓼𝓲𝓮𝓽𝓮

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Miro el reloj de pulsera por sexta vez.

Ya sé que lo habré repetido mil veces desde que llegué, pero es imposible no sentirme arrepentido de ello. Por millonésima vez, reflexiono y no comprendo el momento en el que acepté el hecho de que traer a mi jefa a Sommaroy era una buena idea. Cada minuto que paso en este país, me martirizo con respecto a eso.

¡Y no es para menos!

Le dije a Doña Tacones que debía estar en recepción a las ocho en punto. Los invitados llegarían y mi abuela quería recibirlos con la familia al completo, y al completo incluía también a ella.

Pues no.

Doña "Hago lo que me da la gana" se toma su tiempo y lleva una hora y diez minutos de retraso. La espera es agónica no por el hecho de querer verla - ni mucho menos-, pero he tenido que soportar la insistencia de la yaya y las miradas recriminatorias de Helena Rojas.

"Eso, ¡dale más motivos a mi madre para que te odie Bordonaba!", pienso y me martirizo. Desde que he llegado aquí continuamente me estoy martirizando.

Lo peor de todo es que intento excusarla frente a la yaya y "defenderla" frente a mi madre, pero no sirve de mucho porque una hora después continúo esperándola como un "panoli" en las escaleras con la esperanza de que se digne en aparecer.

- ¿Y tu novia? – se acerca mi madre por ¿quinta vez, tal vez? Esto es desesperante. – ¿Cuándo piensa unirse a la familia? El sentido de la puntualidad debería trabajarlo o... ¿O es que no les gustamos?

"¡Eso Helena! Indaga. Mete el dedo en la puta yaga", alzo la mirada aclamando al cielo que me lleve a otra vida porque de ésta me quiero bajar ahora mismo.

- Mamá – le suplico y miro por séptima vez el reloj.

- No me gusta

- Ya lo dijiste. – le recuerdo.

- ¿Por qué ella?

- Porque sí mamá. Nos entendemos y con eso basta.

- No le gustas y tú no estás enamorado. Te conozco. – arremete.

- Mamá, esa mujer forma parte de mi vida. Acéptalo. – le respondo con poca seguridad en mis palabras. Ella lo nota lo sé. Tan solo le va a bastar un par de minutos para rebatirme con un golpe certero.

Estoy esperando una respuesta por parte de ella, pero Helena permanece boquiabierta mirando a una sola dirección. Sigo su mirada y comprendo qué es lo que la tiene ensimismada.

Camila baja las escaleras con su habitual elegancia, pero eso no es lo que nos tiene a ambos totalmente sorprendidos. Ha elegido el vestido que le había propuesto esta mañana en la tienda cerca del muelle. 

Concienzudamente, le hice comprar un vestido que era la antítesis de lo que ella suele usar. Como ya se sabe, su color preferido era el negro – a juego con su alma - y su armario estaba repleto de prendas de ese color – igual de repleto que está su vida de oscuridad y malicia-. Como me he propuesto joderle la estancia, elegí un vestido en tono rosa, pero no un rosa cualquiera, sino un rosa pastel. De esos que con tan solo mirarlo te empalaga.

En el establecimiento, montó una papeleta que ni la de un niño de tres años. Creía que se negaría a llevar ese vestido que violaba sus principios en cuanto a la moda, pero me equivoqué. Me equivoqué en todo porque había decidido ponérselo. Eligió el vestido y para más inri le quedaba como un guante. 

Contrario a lo que solía ocurrir, su presencia transmite una naturalidad muy poco común en ella y la dulzura del color de la prenda le agrega una cierta delicadeza a su persona. Se recogió el pelo en un moño bajo dejando ver las facciones perfiladas de su rostro acompañado de un maquillaje muy sutil casi natural. 

⋰⋱ Firmado, la Mujer de Acero ⋰⋱    {Benjamila}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora