𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝒅𝒊𝒆𝒄𝒊𝒐𝒄𝒉𝒐

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La luz del sol se cuela por el ventanal de la habitación. El olor a café inunda mis fosas nasales, pero no me motiva lo suficiente para levantarme. Remoloneo en la cama y estirazo mis brazos todo lo que puedo.

- Henry no lo dejes pasar. A Rojas no – digo somnolienta. – Es un pesado. No. No lo aguanto. Quédatelo tú.

Mis ojos quieren abrirse, pero Morfeo no me deja. Se está muy a gustito aquí. Me quedaría todo el día durmiendo.

El golpeteo de la puerta me desvela, pero no tanto como cuando escucho la voz de la yaya tras la puerta. Me reincorporo de repente y comienzo a sentir arcadas cuando noto unos mechones de mi pelo en la boca.

¡Joder! Esto es peor que la pesadilla que he tenido.

La yaya sigue llamando a la puerta.

Gateo por la cama hasta llegar al borde de ella. Ahí está Rojas. Roncando como como... ¡Arg! No puedo aguantarlo ni dormido.

Debo despertarlo. Si la yaya lo ve durmiendo en el suelo, puede sospechar y no queremos eso. Busco con la mirada una alternativa o una idea. La abuela insiste, sé que no se va a mover hasta que no le demos permiso para entrar.

Agarro mi zapatilla que está situada a un lado de la cama y decido lanzarla contra Rojas.

- Pero, ¿qué? – se levanta desorientado.

Antes que abra los ojos, peino mi cabello con los dedos y pellizco mis mejillas para que se vean sonrosadas.

- ¿En serio? ¿Sabes que hay otras maneras de despertar a una persona? ¡No hacia falta apalearme! – dice enfadado.

- Sí, ya sé... Pero estabas roncando como un animal. ¡Qué poca clase Rojas!

- Oh, perdone Señora Modales. La próxima vez intentare cantar serenatas cuando duerma

- ¿Puedes dejar de hacer el payaso? Tu yaya nos llama ¿o no la escuchas?

Entrecierra los ojos y escucha atento como su abuela sigue aporreando la puerta.

- ¿Y por qué no le has abierto? – se levanta enfadado.

- ¿Y qué le digo cuando te vea en el suelo durmiendo a pata tiesa? ¿Qué estas probando la dureza del parqué amaderado o qué? – me burlo.

- ¿Ahora quien es el payaso, PAYASA?

Ladeo la cabeza y aprieto los labios con fuerza. Tomo uno de los almohadones y se lo lanzo en la cara.

- Vuelve a decirme PAYASA y lo próximo que te voy a tirar no va a ser un almohadón blandito.

La yaya avisa que va a entrar y yo entro en pánico. De aprisa, recojo las colchas tiradas en el suelo y la almohada que había utilizado Rojas. Mi asistente bosteza y se rasca la cabeza mientras ve como intento salvarlo de su familia. ¡Qué paradoja!

Me siento en mi cama y me acomodo. Él me mira sin entender.

- ¡Qué vengas! – le ordeno.

Él se tumba a mi lado de manera torpe. Odio este tipo de situaciones.

- Buenos días

La yaya asoma la cabeza.

- ¿Puedo pasar?

- Claro que sí – digo. Rojas me acerca a él, fingiendo complicidad entre los dos. Yo tengo ganas de vomitar por esta situación.

- ¿Cómo han dormido? Oh, ¿aun no han abierto el ventanal? – pregunta y se dirige a las ventanas para abrirlas de par en par. El sol se cuela de lleno y los dos cerramos los ojos al ser tan molestoso. – Hace un día maravilloso.

⋰⋱ Firmado, la Mujer de Acero ⋰⋱    {Benjamila}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora