𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝒖𝒏𝒐

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Tic tac

Las puertas del ascensor se abren y todo está igual de ordenado y silencioso en el piso de oficinas de BS Arquitectos.

Tic Tac

El sonido de mis tacones eclipsa los oídos de los sesenta trabajadores de la empresa.

Tic Tac

Las miradas temerosas de mis trabajadores conforme avanzo por la hilera de escritorios me alagan.

Tic Tac

Alzo la mirada y mi asistente personal me espera como cada mañana junto a la puerta de mi despacho.

Tic Tac

Le doy mi bolso en cuanto llego y lo acepta sin rechistar.

Tic Tac

Abro mi bolso, que lo sostiene mi asistente, y tomo un pañuelo de seda junto con un gel de spray antibacteriano. Humedezco el pañuelo y giro el pomo de la puerta.

Tic Tac

En cuanto entro a mi despacho, mi peor pesadilla se alza a mi vista.

Mi reloj interno enmudece.

No hay más Tic Tac.

Frente a mi escritorio, la hija de mi jefe se encuentra sentada en mi sillón. ¿Qué hace ella ahí? 

Miré con desaprobación a mi asistente. Él solo se encogió de hombros.

- Señorita Lopilato, ¿a qué se debe el inmenso placer de tenerla justamente en mi silla, en mi despacho? – digo con toda la amabilidad que poco me caracteriza.

Ella se acomoda coqueta en mi sillón de cuero y dio una vuelta sobre él. Alzo la mirada y recargo todo el peso de mi cuerpo en la pierna derecha.

- Señora Bordonaba, ¡qué alegría verla de nuevo! – mostró su sonrisa "más sincera".

Si hubiese un concurso de sonrisas resultaríamos empatadas por la hipocresía que tanto nos caracteriza la una con la otra.

Nos odiábamos. 

Ella me odiaba. 

Yo la odiaba.

La odiaba desde los comienzos de los tiempos. La odié en el primer momento que la vi y más la odié aún cuando me enteré, por palabras de su padre, quería optar a mi puesto. 

No fue una amenaza por parte de Franco, mi eficacia en el trabajo era más que evidente y eso daba como resultado logros exponenciales para la empresa. Advirtió que su hija era un poco cabezota y asumió su parte de culpa. Solo me pidió que no bajara los brazos para que nunca pudiese encontrar una razón justificada para bajar de rango.

Ni en sueños permitiría que esa rubia porcelánica de tienda barata me arrebatara mi estatus.

- Quería darte la buena nueva – decía sin perder su sonrisa. – Acabé la carrera de arquitectura.

- Felicitaciones – le doy la enhorabuena menos sentida que podía recibir cualquier persona – Otro título más para decorar la pared de tu habitación.

Ella borra su sonrisa y me lanza una mirada felina. Sí, felina. De esas que parece que en cualquier momento puede saltar sobre el escritorio y arañarte la cara con sus garras, que eran nada más y nada menos que uñas kilométricas y postizas y decoradas con un muy mal gusto. El mal gusto que solía tener la señorita Lopilato.

- Tan simpática somo siempre Bordonaba – ríe y de nuevo repite la acción de girar sobre sí misma.

Como siga así la arrastro de los pelos.

⋰⋱ Firmado, la Mujer de Acero ⋰⋱    {Benjamila}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora