EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE PRIMAVERA

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No fue el único día que el Señor Jeon terminó durmiendo en el puff con los audífonos puestos. A medida que avanzó la semana, las cosas se complicaron, las cifras de ventas no eran buenas y eso provocó un enfado y una frustración evidentes en él. Teníamos reuniones casi diarias con el departamento de ventas y la señora Timber. Las mañanas en el gimnasio se volvieron más agotadoras porque el Señor Jeon tenía mucha ira que quería quemar con el ejercicio; y el resto lo hacía con Soojin: pelirroja natural, pelo muy largo, buenos gemidos, mal anal pero buenas mamadas. Muy obediente.

Después de que Eunwoo se fuera por todo lo alto con bien de gritos y orgullo, yo no había tardado ni un día en conseguirle un nuevo sumiso al Señor Jeon; podía sentir la tormenta que se avecinaba y no quería que nuestro «trato excepcional por fuerza mayor» se convirtiera en algo tan común y necesario que dejara de ser «excepcional». Por suerte, Soojin parecía encantada de poder volver a la casa y de que el Señor Jeon la atara, insultara y azotara hasta la extenuación. Era, en efecto, muy obediente con él; pero conmigo mostraba un carácter más relajado y sarcástico que me empezó a gustar mucho. Se solía levantar a la misma hora que yo y tomábamos un café mientras discutíamos alegremente de política. Soojin tenía, por increíble que pueda parecer, un máster en psicología y varios trabajos sobre igualdad de derechos, racismo y feminismo.

—¿Por qué te sorprendes, Jimin? —me preguntó con una sonrisa juguetona en los labios cuando me habló de feminismo—. ¿Crees que porque me guste ser sumisa no puedo luchar por los derechos de las mujeres?

—Ahora solo te respeto más, Soojin —reconocí antes de reírme.

Pero todo terminaba cuando el Señor Jeon aparecía en la cocina y el día laboral daba comienzo.

—¿Está durmiendo bien, Señor Jeon? —le pregunté en el coche hacia el trabajo, porque a mitad de semana las ojeras bajo sus ojos se habían vuelto más evidentes y cada vez le costaba más llegar al final de los entrenamientos.

—No demasiado —me confesó sin mirarme a la cara.

—Si necesita hablar, ya sabe dónde estoy —fue lo único que le dije al respecto antes de volver la mirada al móvil para leerle el horario del día. Una nueva reunión con la señora Timber a media mañana fue el detonante definitivo para terminar con las pocas fuerzas del Señor Jeon.

—Las cosas van mal, debemos empezar a pensar en un plan para apaliar las pérdidas y frenar la producción —dijo ella con expresión seria—. Podríamos esperar un poco más, pero a final de semana, si mantenemos estas cifras de ventas tan bajas, habrá que cambiar de estrategia.

El Señor Jeon volvió al despacho y tiró todo lo que tenía sobre la mesa, arrojándolo con fuerza por el borde mientras gritaba.

—¡Cancélalo todo, Jimin! —me gritó después, quitándose rápidamente la americana—. ¡No quiero ver a nadie, no quiero oír a nadie!

—Sí, Señor Jeon —me limité a asentir.

Salí del despacho y cerré la puerta. Se oyó un fuerte golpe y una pareja de administrativos que pasaba cerca se giró hacia el despacho, yo sonreí como si no hubiera oído nada raro y les saludé con la cabeza. Cancelé las citas del resto de la tarde y las traté de aplazar para encajarlas en algún otro momento de la semana. Me llevó una frustrante hora y media ponerme de acuerdo con los departamentos y conseguir cuadrarlo todo. Después pedí dos cafés en recepción y seguí trabajando hasta que los trajeron a mi mesa con una falsa y gran sonrisa en el rostro; a la que respondí de la misma forma.

Llamé a la puerta del despacho y entré con los cafés calientes en las manos. El Señor Jeon estaba tirado en el sofá, con un brazo sobre los ojos y la camisa abierta.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora