EL CONTROL DE UN AMO

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No volvimos a hablar en todo el camino de vuelta, como si la promesa que habíamos hecho aquella noche fuera de un cristal tan frágil que pudiera romperse con el sonido de nuestra voz. Cuando llegamos al garaje salimos del coche casi a la vez y fuimos directos al ascensor. El Señor Jeon puso su mano en mi espalda y me guio con ella por el pasillo de casa, pasando la cocina y subiendo las escaleras hasta su habitación.

Siguió sin decir nada mientras me quitaba la cazadora y me desnudaba. No dijo nada cuando se quitó la ropa, dejándose tan solo la corbata gris con el símbolo del ejército; quizá para que yo pudiera verlo y recordar a quien le había hecho aquella promesa. Me besó, me besó de esa forma torpe pero apasionada, me echó en la cama y me recorrió el cuerpo con los brazos mientras se hacía un hueco entre mis piernas. Me siguió besando mientras entraba lentamente en mí, y lo hizo cuando nos corrimos casi a la vez entre jadeos.

Entonces se dejó caer sobre mí y siguió en silencio. Levantó la cabeza un minuto después para mirarme a los ojos y darme aquel último beso en los labios. Le acaricié la espalda hasta que se durmió con la cabeza al lado de la mía. Miré el techo blanco, gris donde alcanzaba la luz de los ventanales, negro donde no. En algún momento empezó a llover y las gotas golpearon los cristales con un sonido constante, cubriendo el techo de formas extrañas y regueros cuando la luz cruzaba sobre ellas.

«Para que me des más de lo que le has dado nunca a nadie», me había dicho.

Oí su suave respiración, acaricié su piel tersa y su ancha espalda. Era pesado, pero eso era algo que yo ya sabía. Era un hombre complicado y complejo. Era fácil amarle, pero era difícil no temer hacerlo. Me pregunté a mí mismo en mitad de aquella noche de lluvia si algún día me arrepentiría. Si algún día ya sería tarde y Jung Kook cambiaría de idea; pero yo ya estaría demasiado enamorado para olvidarle.

El Señor Jeon murmuró algo y cogió aire antes de tragar saliva. Se volcó sobre el costado y me rodeó con los brazos, buscando tenerme más cerca de él. Cerré los ojos y al fin me dormí, porque aquel momento era demasiado perfecto.

Cuando me desperté todavía estaba lloviendo. Había un poco más de luz, pero el mismo sonido de golpeteo contra los cristales. Se me hizo extraño no estar bajo un cuerpo pesado, ni tener más que un brazo rodeándome la espalda; así que abrí los ojos y me encontré con unos océanos brillantes que me miraban de vuelta. El Señor Jeon tenía la cabeza apoyada en la almohada a mi lado, con una expresión seria en el rostro mientras me acariciaba la espalda. Ninguno de los dos dijo nada, como no habíamos hecho desde la noche anterior.

Me acerqué a él y le di un suave beso en los labios antes de volver a mi sitio. Era domingo, uno de nuestros domingos en los que podíamos quedarnos en la cama hasta que llegara el desayuno.

—Jung Kook —dije al fin, rompiendo con aquella maldición del silencio—.¿Todo bien?

Su mano se detuvo en mitad de mi espalda y el Señor Jeon frunció levemente las cejas como si estuviera preocupado.

—No, Jimin —respondió—. Odio no tener el control.

Deslicé mi mano por la manta hasta alcanzar la punta de su corbata gris, todavía colgada de su cuello. Jugué un poco con ella entre mis dedos mientras pensaba en qué poder decirle.

—Lo haremos a tu manera, Jung Kook. Y si no te gusta... lo dejaremos.

Entonces perdió su expresión preocupada y asintió levemente antes de continuar acariciándome la espalda. Nos quedamos así un buen rato, mirándonos a los ojos mientras oíamos llover tras la ventana. Yo intenté memorizar cada pequeño rasgo de su rostro, cada pequeño tono del azul de sus ojos, cada pelo de su cabeza más negro y brillante que los demás. Quería un recuerdo de él, de lo atractivo y perfecto que era y de todo lo que me hacía sentir estar en su cama aquella mañana de domingo. Quería un recuerdo que poder llevarme conmigo si las cosas no funcionaban, porque temía que jamás podría querer a alguien como le podría querer a él.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora