DE HAMBURGUESAS Y GATOS

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A la hora de comer, Lana quiso darle las gracias en persona al Señor Jeon. Ya había recibido los bombones artesanales y la tarjeta dedicada con el poema, creando un pequeño revuelo entre las recepcionistas porque algunas de ellas estaban hartas de recibir a mensajeros con ramos de flores y regalos que no eran para ellas; y Lana ya llevaba tres regalos que apestaban a caro a kilómetros de distancia. Así que cuando la joven nos trajo la bolsa de la comida al despacho estaba sonrojada y en un punto medio entre la felicidad y el remordimiento por estar saliendo con «El Jefazo».

—Señor Park—murmuró en voz muy baja y con la mirada clavada en el suelo—. ¿Podría hablar con el Señor Jeon para darle las gracias?

—Por supuesto —sonreí yo, haciéndome a un lado para dejarla pasar.

Ella cruzó el umbral del despacho como si se tratara de la entrada a otro mundo. El Señor Jeon estaba sentado en su sillón, tratando de volver a atarse a prisa la corbata mientras sonreía como el Soltero de Oro.

—Quería darle las gracias por todos los regalos, Señor Jeon —empezó a decir ella mientras se frotaba las manos de una forma nerviosa y era incapaz de apartar la mirada del suelo—. Pero no hacía falta que se molestara tanto, de verdad... Yo... —cogió un par de bocanadas de aire y estaba seguro de que se iba a poner a llorar allí mismo—. Son... son demasiado y siento mucho haberle hecho tan solo un bollo.

Jung Kook se rio de una forma encantadora y falsa, quitándole peso a aquella situación tan extraña.

—No te preocupes, Lana —respondió—. Me ha gustado mucho el bollo —y se lo mostró a un lado de la mesa donde lo había dejado desde la mañana. Ella lo miró y abrió mucho los ojos.

—¿No... no se lo ha comido? —preguntó con sorpresa—. ¿No le gusta el chocolate? —entonces cambió la sorpresa y la profunda tristeza por la preocupación—. Creí que le gustaría, lo siento muchísimo. Como pide donuts algunos días, creí que le...

—Me ha encantado tanto que me ha dado pena comerlo —la interrumpió el Señor Jeon sin dejar de sonreír.

—Ah —comprendió Lana, visiblemente más relajada de pronto—. Claro, sí... emh... ¡Muchas gracias! —exclamó antes de darse la vuelta e ir hacia la puerta.

Yo me quedé... bueno, cosas de Lana, sinceramente, ya ni me esforzaba en tratar de comprender qué cojones le pasaba a esa mujer por la cabeza. Me despedí de ella, aunque estaba seguro de que no me había oído, y cerré la puerta. El Señor Jeon ya había perdido la sonrisa y se estaba desatando la corbata de nuevo recostado sobre su sillón negro. Fui hacia él y repartí los envases en dos pilas sobre la mesa de ébano.

—No la dejes entrar jamás en el despacho, Jimin—me ordenó.

—Perdón —me disculpé—, no pensé que le molestaría, Señor Jeon.

—Este despacho es como nuestra casa, pero en la oficina —me explicó.

Solté un murmullo de comprensión y continué repartiéndolo todo antes de llevarme mis cosas al sofá y la mesa baja.

—Normal que haya venido —dijo entonces el Señor Jeon, abriendo su envase de quínoa con pavo y berenjena—. Yo me he gastado mucho dinero en sus regalos y ella me ha dado un puto bollo.

Aparté la mirada del móvil para verle. El Señor Jeon ya estaba masticando y mirándome de vuelta, un poco girado hacia mí en su sillón negro.

—El precio de un regalo no es lo más importante, Jung Kook —le aclaré, porque aquello me había parecido feo—. Lana se ha molestado en dedicarle tiempo y cariño a ese bollo.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora