QUINCE DÍAS

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La asistencia del Señor Jeon y Lana a la inauguración de la galería había sido, como no podía ser de otra forma, un rotundo éxito. El sábado después del gimnasio, Lakov había comprado para el Señor Jeon una copia de todas las revistas de prensa amarilla y yo se las leí en el coche de vuelta a casa.

—El «Cazado» de Oro —leí antes de pararme a reírme porque aquello me había hecho gracia. Era de los titulares más ingeniosos sobre el tema—. Para nuestra sorpresa, y la de todas las mujeres solteras, el empresario de éxito Jung Kook Jeon, apodado por todos como el Soltero de Oro de la ciudad, apareció anoche en la inauguración de la galería de arte Montierre acompañado de una preciosa mujer. —no continué porque todos decían prácticamente lo mismo—. ¿Quiere ver las fotos, Señor Jeon?

—¿Cómo salgo? —preguntó en la distancia, con su expresión seria y su postura de rey del mundo.

—Sale guapísimo, como siempre —respondí, echando un vistazo rápido a las fotos—. Ese traje le queda muy bien.

—Sí, ya me di cuenta ayer de lo mucho que te gustó, Jimin—sonrió con malicia.

Le eché una rápida mirada por el borde superior de los ojos, pero terminé sonriendo también. Dejé la revista a un lado y cogí la siguiente.

—¿Quién es ella? —leí, pero sin el dramatismo que quizá hiciera falta para que aquel titular no sonara tan estúpido—. Joven, guapa y tímida: así es la mujer que acompañó anoche a Jung Kook Jeon, nuestro Soltero de Oro, a la inauguración de una galería de arte en el centro de la ciudad. Se describe a sí misma como «amable y sincera», dos aptitudes que sabemos que forman parte de los requisitos para llegar a ser algún día la señora Jeon. — Bajé la revista y miré a Jung Kook—. ¿En serio dijo eso?

—Dijo muchas idioteces —murmuró él—. Creo que los flashes de la cámara la aturdían o algo.

—Pobre —dije volviendo a bajar la cabeza para mirar algunas de las fotos—. Se la ve completamente aterrada.

En todas las fotos, desde todos los ángulos, se veía a una Lana sonrojada, de ojos grandes y abiertos y sonrisa forzada. Tener al lado a un dios entre los hombres como el Señor Jeon no ayudaba demasiado.

—¿Te han sacado fotos a ti? —me preguntó.

—No, no he visto ninguna —respondí, pasando la página para ver los otros veinte párrafos que le habían dedicado a aquella «sorpresa del siglo»—. He estado atento por si acaso hoy recibía un mensaje de queja del señor Lee.

—Nosotros salimos muy bien en las fotos, Jimin—dijo el Señor Jeon con un marcado matiz de enfado en la voz—. Que Lee se meta sus putas quejas por el culo.

—Sería una pérdida de tiempo si usted se hubiera molestado en llevarse a Lana a la inauguración para que solo nos sacaran fotos a nosotros, ¿no cree, Señor Jeon? —le dije con calma, dejando la revista a un lado para coger la siguiente en la pila.

Cuando llegamos a casa empecé con los reportajes online, un mundo completamente diferente a la prensa en papel; menos refinado y muchísimo más rápido.

—Han reconocido a Lana de sus fotos en las redes —le dije al Señor Jeon mientras terminaba sus huevos revueltos con tostadas de pan de centeno y aguacate—. «De meme de internet a ser la envidia de las solteras de toda la ciudad: la historia de la chica latina y pobre que ha encontrado al príncipe azul...» —me detuve y puse cara de asco—. ¿Por qué asumen que es pobre?, ¿es porque es latina?

—No, es porque han visto su vestido.

Solté una carcajada bastante ruidosa y golpeé la mesa de la cocina. Tardé casi un minuto entero en recuperar la respiración, me dolía un poco el estómago de reírme y solté una bocanada de aire para tratar de calmarme. Con los ojos todavía húmedos miré al Señor Jeon y le dije:

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora