DOS NOCHES SEGUIDAS

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Si Jung Kook y yo parecía que íbamos al trabajo, la señora Jeon y Somi parecían preparadas para una boda. Habían vuelto a ir juntas a la peluquería y se habían vestido de largo para sentarse en la mesa del comedor media hora antes de lo normal. Thomas llevaba esmoquin y pajarita y Josh bajó las escaleras con un conjunto de chaqueta y pantalón color salmón y camisa blanca.

Nos sentamos todos a la mesa y nos quedamos en silencio. Parecíamos idiotas.

Cogí uno de los tenedores al lado de mi plato y le di un par de vueltas antes de coger aire y levantar la cabeza.

—Está usted muy guapa de negro, señorita Jeon —le dije a Somi. Ella me miró y tardó un momento en responder:

—Gracias, Jimin.

—Tiene un moreno precioso —reconocí, porque era la primera vez que veía más piel que la de su cara, su cuello y sus manos—. Yo solo paso del blanco al rojo, pero nunca me pongo moreno —sonreí.

Ella asintió y apartó la mirada, como si se sintiera incómoda por el hecho de que la hubiera halagado o que, no sé, estuviera hablando con ella.

—Mi moreno es de la playa de Miami —dijo Josh, bajándose un poco más la camisa hacia mí con una sonrisa en los labios, como si me hiciera un favor por enseñarme un poco de su pecho sin pelo.

—Se nota —dije.

Él sonrió más, pero no había sido un halago en absoluto.

Como nadie participó en la conversación ni puso nada de su parte para prolongarla, murió allí y nos volvimos a quedar en silencio hasta que cinco minutos después bajó el padre de los Jeon con otro esmoquin y pajarita. En esta ocasión, antes de sentarse, le dio dos besos a su mujer en la mejilla con la misma falta de apego y cariño con los que Jung Kook se los daba. Entonces se sentó y se puso la servilleta sobre las piernas antes de dar la señal al servicio para que trajera la comida.

La única diferencia con el resto de las cenas fue la comida más abundante y que, tras el postre, el padre de los Jeon se limpió los labios y en vez de levantarse de la mesa e irse, anunció que era el momento de los regalos. Jung Kook me hizo una señal para que le entregara los dos paquetes que había a mi lado y él se los entregó a su padre y a su madre respectivamente.

Ambos lo aceptaron con un asentimiento de cabeza y los abrieron en silencio. Yo miré a la mesa y pensé que no podría haber una navidad más triste que aquella.

Yo había escogido los regalos y Jung Kook les había dado el visto bueno cuando se los había presentado. Para su padre había elegido una pluma de escribir de edición limitada, en oro de dieciocho quilates y con una inscripción hecha a mano de los primeros versos de «El Príncipe» de Maquiavelo. Para su madre había escogido un par de pendientes de zafiros azules, diamantes y oro blanco. Ambos regalos superaban los veinte mil dólares cada uno.

—Qué delicia —fue lo único que dijo la señora Jeon, mirando un pendiente más de cerca.

El padre de los Jeon asintió y se levantó, dio la mano a su hijo mayor y a Josh, después se movió para dar un solitario beso a Somi en la mejilla y se marchó.

Jung Kook y yo aguardamos un poco más y también nos levantamos para ir, como hacíamos siempre, a la biblioteca. Yo serví dos copas de whisky con hielo y el Señor Jeon se apoyó en la barra del minibar para verme hacerlo.

—Feliz navidad, Jung Kook —le dije con la copa en la mano antes de brindar con él.

—Feliz navidad, Jimin —respondió tras un breve silencio.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora