EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE

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La ciudad pareció llenarse de gente de un día para otro. Era una sensación extraña, porque Nueva York siempre había sido un lugar demasiado poblado. Quizá fuera tan solo una impresión mía, pero el viernes no pude dejar de pensar que había más personas en la calle, incluso en el gimnasio, lo cual fue estúpido. Le pregunté a Jung Kook de vuelta al vestuario si él había notado lo mismo que yo, pero se limitó a encogerse de hombros con una ligera sonrisa y responder:

—Es la Fashion Week, Jimin. Viene mucha gente de todas partes.

Asentí y dejé el tema atrás. El Señor Jeon se había levantado de muy buen humor y con muchas energías, me había despertado antes incluso de que sonara el despertador, con besos y frotando su enorme erección contra mí. Después de un polvo bastante animado, nos habíamos duchado juntos y vestido como solíamos hacer, incluyendo una bolsa de mano a mayores que las del gimnasio para la ropa nueva que habíamos comprado el día anterior. Todavía había reuniones y cosas que hacer por la mañana antes de asistir «al evento del año», así que nos cambiaríamos en el despacho antes de salir a comer. Creí que eso era algo obvio, hasta que llegamos a la oficina y vimos a una Lana con un enorme abrigo puesto y un vestido de flores debajo. Sonreía, hasta que nos vio aparecer por el ascensor trajeados y con corbata de trabajo. Cerré los ojos un momento y negué, a veces sobrestimaba mucho las capacidades de la joven.

—Vaya, veo que estás emocionada por lo de hoy, Lana —la saludó el Soltero de Oro, aunque no supe decir si era una especie de pulla encubierta o un halago—. Ya has venido directa de casa con la ropa en vez del uniforme de trabajo —era una pulla, en efecto, pero el Señor Jeon lo escondió perfectamente bajo una encantadora y fascinante risa.

Lana se sonrojó y trató de sonreír, pero no vernos vestidos de forma diferente la puso muy nerviosa.

—Nosotros la traemos aquí —intervine, alzando la bolsa de deporte negra que llevaba en la mano—. Nos la pondremos después de comer.

—¡Oh, creía que había que traerla puesta! —exclamó al darse cuenta, como si fuera una disculpa.

—Está bien, no pasa nada —le mintió el Señor Jeon—. Vas muy fashion.

Cogí la bolsa del desayuno y los cafés, haciendo un poco de malabares con la bolsa para poder cargarlo todo a la vez.

—Si quiere le ayudo, Señor Park—se ofreció una de las recepcionistas, la misma rubia de siempre.

—No, no te preocupes... —dejé un breve silencio, esforzándome por encontrar su nombre en algún lugar recóndito de mis recuerdos. Siempre era muy amable y atenta y me empezaba a dar un poco de apuro no saber quién era.

—Ann —respondió ella con una suave sonrisa. Sonreí como si le pidiera perdón y asentí lentamente.

—Muchas gracias, Ann —repetí.

Ella sonrió un poco más y se quedó así hasta que me alejé con la bolsa de deporte, la del desayuno y el portavasos de cartón con los dos cafés grandes y, por supuesto, dos donuts glaseados especiales. El Señor Jeon se dio cuenta de ellos, porque había estado mirando por el rabillo del ojo mi pequeña conversación con Ann.

—Es hora de trabajar —se despidió de Lana al momento, dando un ligero golpe en la mesa con una amplia sonrisa—. Te veo antes de comer.

Nos dirigimos al pasillo y Jung Kook puso una mano en la parte baja de mi espalda antes de inclinarse a susurrar:

—¿Qué ocurre, Jimin?, ¿hoy me quieres hacer muy feliz?

—Yo siempre le quiero hacer muy feliz, Señor Jeon —respondí en el mismo tono bajo y discreto.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora