UN PEQUEÑO FINAL

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Me despertó la luz brillante que entraba por las ventanas. Entrecerré los ojos y miré los ventanales por los que entraban los primeros rayos del sol, cegadores y dolorosos. Tuve que zafarme de entre los brazos de Jung Kook, sintiendo una leve molestia en el culo que me recordó la noche anterior. Corrí las cortinas un poco enfadado con el amanecer y su desagradable luz y volví a la cama, tumbándome de nuevo entre los brazos de Jung Kook. Él me rodeó otra vez y me atrajo contra su cuerpo desnudo. Volví a despertarme cuando sonó la alarma del móvil, y solté un gruñido de desesperación. ¿Por qué el mundo me odiaba tanto?

Me levanté, esta vez seriamente enfadado y busqué el puto móvil en el bolsillo de mi pantalón tirado en el suelo. Apagué la estridente alarma y lo tiré con desprecio sobre la mesilla al lado de la cama. De nuevo con un agradable silencio, me dejé caer en el colchón y rodeé con el brazo a un Jung Kook que ya se estaba desperezando.

—¿Ya es hora? —me preguntó en voz baja y ronca.

—Por desgracia —respondí con la cabeza hundida en la almohada.

Él estiró los brazos y soltó un ruidoso resoplido. Nos quedamos así uno o dos minutos quizá, pero yo sabía que el Señor Jeon tenía una orgía a la que asistir, así que me incorporé un poco y le miré. Tenía un brazo sobre los ojos y parecía dormido, pero yo sabía que no lo estaba. Le acaricié la parte baja del pecho y me acerqué lo suficiente para darle un beso húmedo en los labios.

—Vamos, Jung Kook. Tienes que desayunar antes del gran día —le recordé—. Es importante para tener energías. —Me obligué a bromear con aquello, porque lo que iba a hacer el Señor Jeon durante los próximos días me producía un pequeño abismo en el pecho.

Él apartó el brazo y me miró con aquellos ojos azules como el mar.

—¿Qué vas a hacer sin mí? —me preguntó.

Yo también empezaba a preguntarme lo mismo.

—Repasaré los mensajes de la oficina y los correos, después creo que probaré una clase de buceo y daré alguna vuelta por la playa —respondí.

—Suena divertido —murmuró.

—Eso espero —sonreí, levantándome de la cama para ir a por la ropa—, creo que toda la gente que hay ahora en la isla se irá con usted en el barco. Así que puede que me quede solo.

El Señor Jeon no dijo nada más, solo se quedó tumbado con un brazo sobre la frente y la mirada perdida en el techo.

—¿Todo bien, Señor Jeon? —le pregunté mientras me abrochaba la camisa.

—No —negó en voz baja.

Fruncí levemente el ceño y até los últimos botones antes de volver a la cama, solo con la camisa y mi ropa interior. Gateé hasta él por la gran cama y me puse a horcajadas para cogerle el rostro entre las manos y darle un buen beso con lengua. Él tardó un poco, dejándose llevar al principio, pero enseguida comenzó a pasarme las manos por el cuerpo y a empalmarse. Pero yo no tenía intención de excitarle, no demasiado al menos; solo quería animarle un poco.

—¿Qué ocurre, Señor Jeon? —le pregunté cuando me detuve, poniendo las manos sobre su increíble pecho—. ¿Por qué está tan serio?

Jung Kook me miró con su expresión calmada, pero era un poco más triste de lo habitual.

—¿Esperarás aquí a que vuelva? —me preguntó entonces.

—Claro —respondí, ladeando un poco la cabeza porque la pregunta había sido un poco rara—. ¿A dónde piensa que me voy a ir?

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora