ASESINATO EN EL JET PRIVADO

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El Señor Jeon volvió con la camisa remangada y dos maletas de marca en las manos junto con una bolsa de viaje. Las puso sobre la mesa y las abrió, pidiéndome que le acercara todo lo que habíamos comprado. Básicamente me dediqué a mirar como repartía la ropa doblada entre las maletas, porque, al parecer, no íbamos a llevar nada más que lo que habíamos comprado; eso incluía la ropa interior de marca que solo puso en mi maleta y los zapatos. Los accesorios como las gafas y los sombreros los colocó ordenadamente en la bolsa de viaje.

—Mañana me darás lo que necesites llevar de aseo y lo meteremos en el neceser —me explicó, cerrando la bolsa de viaje—. Lo de la fiesta lo pondremos en una bolsa aparte.

—¿Va a llevarse sus juguetes? —le pregunté.

El Señor Jeon me dedicó una mirada serena y respondió:

—Los arneses que compré para los sumisos.

—Ah... —asentí. No me había acordado de eso.

El sonido del ascensor nos sorprendió y ambos miramos hacia el pasillo a la espera de que el repartidor de la comida llegara. Se quedó paralizado cuando nos vio allí, con su casco medio levantado y su ropa gruesa para conducir la moto bajo la lluvia. Me levanté de mi sitio y sonreí un poco para tranquilizarle, cogí el pedido dándole las gracias y se fue.

Las bolsas todavía estaban calientes y empecé a repartir los envases mientras el Señor Jeon dejaba las maletas a un lado del pasillo hacia el ascensor y se sentaba en su sitio de la mesa. Esta vez fue él quien se quedó mirando mientras yo colocaba la cena en platos y se la servía junto con un botellín de agua.

Hoy tocaba carne asada y crema de calabacín. Empecé por la crema porque no me importaba comer la carne un poco más fría.

—Jimin—me llamó el Señor Jeon tras unos minutos en silencio. Levante la mirada del móvil que había estado ojeando para encontrarme con su mirada seria—. En el caribe quiero que seas obediente y que nunca me cuestiones.

—Yo nunca le cuestiono delante de los demás, Señor Jeon —le recordé tranquilamente.

—Lo sé —asintió—, pero allí habrá gente importante, y tengo una reputación entre ellos que quiero mantener. Si te ordeno que hagas algo, no quiero que me dejes en evidencia.

Mantuve su mirada durante unos segundos y después pregunté:

—¿A qué se refiere?

—Me refiero a que quizá los límites de nuestro acuerdo actual se desdibujen un poco —me explicó, de forma seria, pero con cuidado porque sabía que era un tema peligroso—. Debes ser profesional, pero también muy... obediente.

—No voy a ir a la orgía, no voy a dejar que ninguno de sus amigos me toque ni que usted me folle delante de ellos para divertirlos —le aclaré, dibujando una gorda línea roja en la conversación.

El Señor Jeon asintió lentamente, dejó su cuchara a un lado y apoyó los codos sobre la mesa para cruzar los dedos frente a los labios. Se pasó la lengua por los dientes para quitarse algún resto de comida que hubiera quedado allí y me miró fijamente.

—Mantendrás la profesionalidad en todo momento —dijo él, comenzando con su parte de exigencias—, pero allí serás de mi propiedad. Si quiero tocarte, lo haré. Si quiero que te sientes en mis piernas y comas de mi plato, lo harás. No importa quien esté delante.

—Ya tiene a sus sumisos para eso.

—No es lo mismo.

Bajé la mirada con una mueca que dejara claro que aquella idea no me gustaba. Aparté el plato vacío y bebí el último trago de agua antes de volver a mirarle.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora