UN PEQUEÑO PRINCIPIO

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El despertador. Ese odioso alarido en mitad de la penumbra que anunciaba el final del calor y el sueño. Como lo puto odiaba.

Me escabullí de debajo del Señor Jeon y alargué una mano para apagarlo. Entonces dejé caer mi cabeza sobre la almohada y solté un apagado gruñido de queja. Jung Kook se movió un poco para volver a abrazarme, como siempre hacía. Levanté el rostro, miré aquellos ojos del azul del mar y le di un beso de buenos días en sus labios perfectos.

—Ya es hora, Jung Kook —anuncié, como si el despertador y mis quejas no lo hubiera dejado bien claro ya.

Él me dio otro beso y salió de la cama, completamente desnudo, para desaparecer tras la puerta en dirección a la ducha. Yo tardé un poco más, pero la cama empezaba a estar fría y solitaria sin él, así que me levanté y fui a prepararme. Después hice un café para mí y otro para Carol.

—Buenos días —la saludé con una leve sonrisa cuando apareció con su bata blanca y su precioso pelo como el chocolate cayéndole por los hombros.

Era nueva y encantadora. Johanna había llamado al Señor Jeon solo para ofrecérsela, porque sabía que él podría apreciarla; eso y que tenía el dinero para pagar aquel pequeño favor como intermediaria. Al parecer Johanna tenía una agencia de sumisos además de una tienda BDSM y otra de lencería, era una moderna mujer de negocios.

—Hola, Jimin—respondió ella, sentándose en el taburete frente a la isla antes de que pusiera su café con leche de avena delante de ella.

—¿Qué tal la audición? —le pregunté—. ¿Te han dado el papel? Ella resopló y puso una encantadora mueca de pena.

—No creo, el director era un poco idiota y no me dejó terminar.

—Eso es porque no te sacaste las tetas como te aconsejé —bromeé.

Ella se rio, algo musical y dulce en sus labios, antes de darme un golpe suave en el brazo.

—Oye, Jimin, le he hablado de ti a un amigo actor, vamos a algunas audiciones juntos y... le encantaría conocerte. ¡Es súper guapo! —exclamó, alzando las manos porque había visto mi expresión y sabía que iba a negarme enseguida—. Trabaja en un gimnasio y está muy bueno. Te prometo que te va a encantar.

Abrí los labios para usar la misma excusa que usaba siempre: mi trabajo, pero el ruido de pisadas sobre las escaleras me detuvo. Carol se precipitó entonces sobre el suelo para ponerse de rodillas y agachar la cabeza. El Señor Jeon apareció con su gabardina negra sobre su traje a medida azul oscuro y la bolsa de deporte en la mano.

—Buenos días, Señor Jeon —le saludé, como cada mañana.

—Buenos días, Jimin—respondió, caminando hacia el pasillo con expresión seria.

Me despedí de Carol con un gesto discreto y acompañé al Señor Jeon hasta el ascensor, donde colocó su mano sobre mi espalda.

—Quiero que te deshagas de ella —me dijo sin más cuando estuvimos en el coche.

Alcé la mirada del móvil y busqué sus ojos.

—¿No le gusta, Señor Jeon?

Después de dos semanas sin sumiso tras la orgía, el Señor Jeon había aceptado a Carol en la casa porque, como Johanna había dicho, «ella es demasiado buena para polla cortas que quieren dar cachetadas». Y al Señor Jeon le gustaba tener lo mejor.

—No.

Bajé de nuevo la mirada al móvil y continué leyendo el horario del día. Yo ya sospechaba que algo no iba bien, porque en el mes que Carol llevaba con nosotros, el Señor Jeon apenas la había hecho llamar un par de veces. La había metido en la Habitación del Placer y en menos de quince minutos había salido con pasos enfadados hacia la ducha. Yo no preguntaba nada al respecto, me limitaba a cumplir órdenes y a hacerle un sitio en mi cama cada noche.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora