BONUS: EL ASISTENTE Y EL JEFE

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Llevo todo el día sin dormir.

Estoy nervioso e impaciente y me ha costado comer, pero he comido porque es una de las condiciones que ha puesto mi Jimin para seguir a mi lado. He ido al aeropuerto de madrugada, una hora antes de que saliera el vuelo. Le había dicho que llegaría el viernes a Busan, pero no le había dicho cuándo, para poder ir lo antes posible. No podía enfadarse porque no estaba incumpliendo el trato. Habíamos acordado que iría a verle aquel fin de semana, que dormiría con él en nuestra casa porque volvíamos a ser novios de verdad; así que yo llevaba algunas cosas en mi maleta para dejar en Corea, porque eso hacían los novios de verdad. Dejaban cosas en las casas de su pareja y lo compartían todo. Yo dejaría algunas cosas también, cosas para que todos los que entraran en nuestro apartamento de Busan supieran que estábamos juntos y que Jimin era mío y solo mío. Miro mi Rolex Cosmograph Daytona de esfera en oro y fondo rojo escarlata. Lo he puesto con la hora de Corea y es media mañana. Ya llevó tres horas en el avión y todavía faltan otras cuatro. Estoy nervioso e impaciente y quiero llegar ya y ver a Jimin. No sé qué está haciendo y eso me vuelve loco. Ya nunca sé lo que está haciendo, ya nunca le veo y no le tengo cerca. Solo puedo enviarle mensajes y esperar a que me responda. Lo odio, pero es lo único que tengo ahora. Cada minuto es peor que el anterior. Echo de menos tener a mi Jimin al lado, despertarme y sentir su piel caliente, levantar la mirada y poder verle escribiendo en el móvil, comiendo, tomando su café, sentado en su sillón de nuestro despacho o distraído en un lado de la sala de reuniones. Me pone muy nervioso que esté lejos, allí donde no puedo controlarle, allí donde cualquiera podría acercarse a él. Quizá esté conociendo a alguien ahora, en ese mismo momento, un hombre que le saluda en la cafetería donde se para a tomar el café con leche que tanto le gusta. Quizá piense que es más guapo que yo, más listo o que está menos jodido de la puta cabeza.

Entonces me olvidará para siempre y volveré a estar solo. Solo como antes. Cojo una buena bocanada de aire y la suelto lentamente porque he empezado a hiperventilar. Un ejercicio de respiración que me ha enseñado la puta de Nora Jones.

La odio, a ella y a su mierda de consulta y a sus putas preguntas y lo mucho que me tengo que humillar; pero a Jimin le gusta que vaya y dice que me ayuda. Y yo trato de cambiar, lo juro, lo intento, pero pasan los minutos y Jimin podría estar conociendo a un hombre en el tren, alguien que se caiga sin querer sobre él, el muy hijo de puta tocando a mi Jimin... Aprieto los dientes. Pero entonces quizá Jimin piense que es muy guapo, que no tiene una colección de fustas y un cajón lleno de cuerdas de nylon y me deja y me quedaré solo y sin él. Respiro profundamente y suelto una exhalación. No, Jimin me dijo que éramos novios de verdad, lo dijo, yo lo dije primero y él lo repitió, así que es cierto. Y yo sé que mi hombre es muy fiel y que jamás me engañaría. Él no es como yo, él no es débil. Él es perfecto. Así que sé que no me va a engañar con nadie, pero quizá... pase. Pero si me engañara con alguien yo... perdería la cabeza. No. Respiro, otra bocanada más fuerte. Sé que mi Jimin me va a esperar, lo sé, y que ha hecho maravillosos planes para este fin de semana. De esos planes que solo hace conmigo, esos tan perfecto y especiales, paseos de la mano, regalos y detalles que solo tiene conmigo... Lo echo de menos, joder, lo echo todo de menos y lo quiero de vuelta ya. Lo quiero ya, pero tengo que esperar. Ahora mi Jimin quiere tiempo y yo tengo que dárselo porque la he cagado como un puto gilipollas y no quiero perderle. Si fuera por mí ya le hubiera arrastrado de vuelta a nuestra casa, así tuviera que cargarle en brazos todo el puto camino y atravesar el océano a nado con él a la espalda. Jimin tiene que estar a mi lado. Y punto. Tomo otra bocanada de aire y aprieto el final del reposabrazos con

fuerza entre los dedos. Tengo que poder verle cuando yo quiera, tengo que poder tocarle cuando yo quiera y follármelo donde y cuando yo quiera. Así es como debe ser. Él tiene que darme lo que le pida, tiene que someterse, tiene que darme el control y dejarme a mí encargarme de todo, a su hombre, su novio de verdad y su único dueño. Trago saliva porque se me está poniendo la polla dura y es pronto. Todavía faltan tres horas y veintisiete minutos de vuelo para llegar a Busan y ver a Jimin. Compruebo por vigésima vez que llevo la carta que he escrito para él y su Rolex submarinier encima. Yo se lo había regalado por San Valentín y tenía que tenerlo. Me había pasado una semana entera buscándole el regalo perfecto para que supiera lo mucho que le amo. Había dudado de que fuera lo suficiente bueno para él y casi me había dado un ataque cuando vi su expresión asustada, creyendo que no le había gustado. Con Jimin pasaba eso algunas veces. Yo no estaba seguro de si algo le gustaba o no, no sabía si le hacía feliz o le molestaba. Me ponía muy nervioso hasta que él sonreía. Y después, en los momentos más inesperados, me decía que me amaba y me besaba y yo era el hombre más feliz del mundo. Tenía que recuperar eso. Tenía que tenerle otra vez conmigo, pero de verdad, no a millas de distancia. A mi lado, conmigo, siempre. Porque si no le tenía cerca algo malo podría pasar, alguien podía pasar. Miro la hora, todavía quedan tres horas y quince minutos para llegar a Busan. Empiezo a tener miedo. Quizá no le guste que haya tomado un avión de madrugada para llega a tiempo de ir a buscarle después del trabajo, pero no había dicho cuándo debería llegar, solo había dicho el viernes; así que no podía enfadarse conmigo. Pero quizá sí se enfadaba, y si se enfadaba yo le diría que lo sentía mucho y que no había especificado el momento. Si se enfadaba más le seguiría, le pediría perdón todas las veces que hiciera falta. Disculparse es de débiles, pero lo haría por mi Jimin. Solo por él. Tomo otra respiración. Estoy cansado y me duele la cabeza pero no consigo dormir. Ya no soy capaz de hacerlo solo, pero yo antes odiaba dormir con alguien a mi lado, pero nadie era como mi Jimin. Antes... todo era diferente. Jimin me preguntó una vez si lo echaba de menos. No. No lo echo nada de menos; lo único que echo de menos es a él. Miro la hora, todavía quedan tres horas. Cierro los ojos y hago un ejercicio de relajación, respiro profundamente y expiro. Respiro y expiro. Cuando abro los ojos miro el reloj, quedan dos horas y cincuenta minutos. Miro por la ventanilla y veo un cielo repleto de nubes oscuras.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora