PINGÜINOS EN CENTRAL PARK

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Lana tuvo mucho más cuidado con su nuevo descubrimiento sobre mí de lo que yo me habría imaginado. No dijo absolutamente nada o, al menos, no percibí ningún cambio en la actitud de las recepcionistas o en sus acostumbradas miradas. Lo único que cambió fue la sonrisa de Ann al entregarme el desayuno y el café de la mañana. A la pobre tuve que darle una especie de educado rechazo y dejar de mostrarme tan abierto y relajado para que no se lo tomara de la forma equivocada. No era la primera vez que alguien interpretaba mi actitud sonriente y abierta de la forma errónea. Me solía pasar a menudo cuando trabaja en el pub; aunque, para ser sinceros, allí me hacía un poco el tonto para recibir más propinas y que me pidieran a mí las copas.

De todas formas, aquella terminó siendo una semana rara por varios motivos. No solo porque estuviéramos viviendo en el Ritz y durmiendo en la The Royal Suite, sino por el nuevo añadido de Lana a nuestras comidas y la actitud frustrada que eso producía en el Señor Jeon. Seguía jugando su papel del Soltero de Oro, siendo el novio atento y sonriente que todos creían que era, hasta que la joven se iba por la puerta y volvía a ser el Jung Kook molesto por no tener lo que quería cuando lo quería. Siempre que llegábamos al hotel tras un largo día de trabajo, me llevaba directo a la habitación y me follaba antes incluso de la cena, pagando su frustración un poco conmigo.

—Jung Kook, ten cuidado, por favor —le pedí a mitad de semana, acompañándole a la ducha y sintiendo una punzada de dolor en el trasero a cada paso—. Últimamente estás haciéndolo muy rápido y muy duro.

—Estoy usando bastante aceite —respondió de camino al retrete.

—El aceite no es un remedio mágico —le dije mientras abría el agua caliente de la ducha, un espacio amplio al final del baño separado por una mampara de cristal granulado—. Necesito tiempo para dilatar.

Jung Kook empezó a mear y giró el rostro hacia mí.

—¿Quieres Popper? —me preguntó—. Hay en casa. Podemos meternos un poco antes de follar.

Le dediqué una mirada seria de párpados caídos.

—No quiero drogarme, quiero que tengas más cuidado —le aclaré.

El Señor Jeon terminó de mear, se sacudió un poco y caminó hacia mí. Me rodeó con los brazos y me dio un beso suave en los labios.

—Trataré de tener más cuidado —me prometió.

Asentí, aunque no era la primera vez que me decía aquello, y le rodeé el cuello antes de devolverle el pequeño beso.

—Aun así —añadió, apretando su cadera contra la mía—, deberías haberlo pensado mejor antes de comprometerte con un hombre con la polla tan grande. Ahora no puedes quejarte de que sea demasiado, Jimin.

Puse los ojos en blanco y bajé las manos para darle un par de golpecitos en sus pectorales.

—El tamaño no es el problema, Jung Kook —le aclaré—. Tu impaciencia es el problema.

El Señor Jeon mantuvo la mirada fija un par de segundos antes de reconocer:

—Estoy... un poco frustrado con lo de Lana.

—Lo sé —afirmé, atrayéndole a mí para abrazarle—. Pero tienes que tomar un par de respiraciones y pensar que todo terminará solucionándose. ¿Vale?

Jung Kook me apretó contra él y asintió con la cabeza, hundida en el hueco entre mi cuello y mi hombro. Perder nuestras comidas tranquilas y privadas en el despacho había afectado al Señor Jeon, pero no tanto como la nueva actitud de Lana con respecto a la relación y lo que se suponía que debían hacer juntos. Yo ya tenía bastante claro que aquello no venía de ella, sino de una voz en las sombras que le aconsejaba, una voz llamada Gloria. La joven seguía siendo tan tímida y mojigata como siempre, pero a veces llegaba con una idea nueva, una actitud desafiante y una firme convicción de los «derechos» que tenía al ser su «novia»; como cuando el viernes propuso que, además de las comidas, quizá deberían desayunar juntos.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora