LAS NUEVAS REGLAS DEL JUEGO

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Cuando llegamos a casa todavía seguía confuso y molesto; pero el Señor Jeon actuaba con total normalidad. Me habló con tono calmado durante la comida y me pidió un café al terminar. Trabajamos un par de horas en la oficina y después me dijo que avisara a Eunwoo para antes de la cena. Al parecer quiso probar su nueva vara porque, incluso con los audífonos, pude oír los gritos del sumiso. Yo sabía cuánto dolía en el brazo y no podía ni imaginarme lo que podría estar doliéndole a él allí donde le estuviera azotando con ella. Cuando llegó la cena el Señor Jeon ya estaba duchado y con tan solo unos pantalones negros de chandal puestos. No dijo nada sobre los ruidosos gritos, tan solo se sentó frente a mí y me preguntó qué era lo que estaba escuchando últimamente.

—Se trata de una especie de programa de radio hecho por personas que no son profesionales, los hay sobre muchos géneros; a veces oigo algunos en los que hablan de cosas que me interesan, otras veces son de ficción y me... —mientras le estaba explicando lo que era un podcast un fuerte portazo me interrumpió.

Miré al Señor Jeon, dejando el tenedor a media distancia entre el envase de espinacas con gambas y mi boca, pero él lo ignoró totalmente y respondió a mi mirada en silencio.

—Me parecen muy buenos —terminé la frase y continué comiendo.

—Tengo que oírlos —respondió, pero su voz no transmitió interés real, tan solo fue una frase.

Cuando fui a mi habitación para dormir, me di cuenta de que aún llevaba el arnés y me sentí asqueado, no me había acordado de que estaba ahí. Me lo quité deprisa e hice una bola con él para tirarlo lo más lejos posible de mí.

La mañana del lunes llegó como un golpe de agua fría. Me desperté y mientras me duchaba pensé en que habría que ir al gimnasio y empecé a echar de menos el domingo; como si no hubiera disfrutado suficiente del hecho de no haber tenido que ir. Me tomé mi café mientras esperaba al Señor Jeon y vi la caja alargada de la estantería a un lado del salón. No me había acordado de ella, y durante la semana no tendría tiempo para montarlo. Debería haber...

—Jimin—me distrajo una voz al lado.

Miré esos ojos del azul del mar en un rostro serio de barbilla perfilada y perfecta.

—Buenos días, Señor Jeon —le saludé con una leve sonrisa.

—¿Estás listo? —me preguntó, avanzando un poco hacia la cocina.

—Por supuesto.

Cogí mi mochila y descendimos por el ascensor, donde el Señor Jeon puso su mano en mi espalda y me preguntó por la agenda del día con su tono grave y tranquilo de siempre. Miré el móvil en mi mano, deslicé la pantalla y resoplé un poco.

—Hoy va a ser un día largo —le dije cuando estuvimos dentro del coche—, pero si quiere, puedo conseguirle quince minutos más después de la comida para una siesta rápida.

Él asintió y comencé a planear cómo recortaría las reuniones; no eran demasiado importantes, así que no habría problema. Cuando terminamos el gimnasio y recuperé la capacidad de respirar y caminar como una persona normal, ya lo tenía resuelto. Llamé a la oficina para pedir que nos trajeran café y la recepcionista cambió totalmente el tono de voz al oírme.

—Ya lo hemos pedido por usted, Señor Park—me dijo con una sonrisa forzada que no pude ver, pero que pude sentir en su voz.

—Muchas gracias —traté de no sonar tan sorprendido como me sentía—. Llegaremos enseguida.

Colgué y me quedé un momento mirando la pantalla.

—Me da la impresión de que me tienen miedo —pensé en alto.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora