LA CENA DE LOS QUE NO PASAN HAMBRE

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Tras los primeros días, Jung Kook y yo conseguimos crear nuestra propia rutina dentro de aquella casa del terror. No fue difícil, porque la familia Jeon era... era muy extraña. Solo se reunían en las comidas y las cenas, jamás hacían otra cosa juntos ni compartían otro espacio que no fuera el comedor. Cada uno parecía tener su vida lejos del resto: el padre en el despacho, la madre en la sala del té o en el invernadero, mientras sus hijos apenas salían de sus habitaciones o se movían discretamente por la casa para salir y entrar.

—¿Siempre ha sido así? —le pregunté a Jung Kook durante otro de nuestros paseos con los perros—. De solitario, digo.

—Sí, siempre —respondió—. ¿No es así en tu casa? —Me reí.

—Oh, no... mi casa es un circo comparado con esto —y añadí con una sonrisa—. Ya lo verás.


El Señor Jeon me miró y asintió, aunque, como muchas otras veces, no conseguí descifrar si la idea le gustaba o no.

El único momento en el que nos reuníamos con los demás a parte de las comidas era tras la cena, cuando Josh y Thomas subían a la biblioteca después de echar un cigarro en el porche. Ya habíamos probado varios juegos, a los que Jung Kook y yo nos asegurábamos de ganar siempre. El único en el que estuvieron cerca de ganarnos fue en el «Trivial Nivel Genio», porque Thomas era un hombre realmente inteligente y con un conocimiento general bastante impresionante. Tuvimos una especie de discusión educada sobre si una de las respuestas de la tarjeta era correcta o no; yo insistía en que no y él trataba de decirme de la forma menos grosera que me equivocaba.

A la mañana siguiente se sentó frente a nosotros en el desayuno y me dijo con un tono calmado y serio:

—Tenías razón, Jimin. Los corales marinos están considerados animales invertebrados.

Sonreí y asentí educadamente apartando la mirada del periódico para mirarle.

—Gracias, Thomas.

—Entonces ganó Jimin—concluyó Jung Kook mientras masticaba una tostada, sin tanto tacto ni cuidado como nosotros.

—No hubiera ganado si en vez de Josh hubiera estado yo allí —le aseguró Somi—. Él solo sabe de música y mujeres fáciles.

Cogí mi taza de café y me la llevé a los labios para tapar mi sonrisa.

—¿Quieres demostrarlo? —le retó Jung Kook con una mirada seria.

—Claro —aceptó ella—. Esta tarde.

—Esta tarde Jimin y yo tenemos que trabajar. Lo haremos a la noche—concluyó el Señor Jeon, haciendo patente su autoridad superior en la mesa.

Como habíamos prometido, a la noche nos reunimos en la biblioteca tras la cena, los cinco esta vez, para enfrentarnos en una nueva ronda de «Trivial Nivel Genio»; pero la última versión que habían ido a comprar Somi y Thomas aquella misma tarde.

—Sin preguntas desactualizadas —dijo ella, abriendo la caja.

Lo de competir hasta la muerte parecía algo muy metido dentro de los genes de los Jeon.

Josh estaba allí casi por estar, soltando alguna de sus tonterías de vez en cuando mientras las dos parejas nos enfrentábamos en un duelo de conocimientos y cultura. A veces tenía que valorar una respuesta con el Señor Jeon y me inclinaba para susurrarle algo al oído y discutir brevemente si era lo correcto o no. Eran preguntas algunas veces muy específicas y rebuscadas, y aunque nosotros éramos dos hombres con bastantes conocimientos, Somi y Thomas poseían un control sobre los temas más científicos que nosotros no teníamos. Por suerte, nosotros teníamos un control sobre la literatura, la historia y la economía que ellos no poseían, así que llegamos a un punto muerto y a una última ronda de preguntas rápidas.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora