BLUEBELT

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No me disculpé con la recepcionista del salón de belleza cuando llegamos. Ya había quedado claro que ella me odiaba y que a mí no podía importarme menos lo que pensara. Así que nos fuimos directamente cada uno a nuestros sitios habituales en el salón. Ricky, el encantador experto en cortes y nacido en las Barbados, me recibió con una cálida sonrisa y una conversación animada sobre lo mucho que odiaba la navidad. Nos reímos un par de veces con alguna historia compartida sobre las maravillosas y absolutamente humillantes experiencias de unas fechas tan señaladas y, como siempre, tuvo que venir una de las encargadas del salón para avisarme de que llevaban un tiempo esperándome en una de las cabinas de depilación.

Al terminar pude aprovechar el tiempo que me quedaba para comprobar el avance del regalo que tenía preparado para Jung Kook. Era tan solo un detalle sin importancia porque, ¿qué le puedes regalar a un hombre que lo tiene todo?

El Señor Jeon volvió recién peinado, con la barbilla rasurada y una expresión seria. Le recibí con una sonrisa y él puso la mano en mi espalda para empujarme suavemente en dirección a la salida. Me metió en el coche y no esperó ni a que Lakov arrancara de nuevo para besarme y desabrocharme el cinturón. Metió ambas manos para rodearme las nalgas y comprobar que todo estuviera tan suave y libre de pelo como a él le gustaba. Lo comprobó con las manos y después lo comprobó un buen rato con la lengua mientras yo me deshacía en mitad de una respiración agitada y gemidos suaves. Terminamos con un sesenta y nueve un poco rebuscado sobre el asiento del coche. Por desgracia yo no pude correrme, o hubiera manchado por completo al Señor Jeon debajo de mí. Tampoco me importó, porque sabía que aquella noche lo haría.

El Señor Jeon se abrochó de nuevo su cinturón todavía jadeando mientras yo hacía lo mismo; habíamos apurado un poco el tiempo y Lakov llevaba un minuto esperando a que nos bajáramos del coche mientras algunos conductores le pitaban por interrumpir el tráfico. Salí apresuradamente al frío helado de la calle y casi me resbalé sobre la nieve de la carretera, tuve que apoyarme en el techo del coche con fuerza y calmarme un poco antes de seguir el camino hacia la acera. El Señor Jeon salió de la puerta y le seguí directo a la primera tienda.

En un momento discreto tuve que limpiarle un poco los morros, porque todavía los tenía húmedos y la brillaba.

—El dependiente se dio cuenta —le dije en voz baja.

—¿De qué? —me preguntó un Señor Jeon despreocupado mientras revisaba la ropa colgada en las perchas y miraba las mesas a nuestro alrededor.

—De que tenías la boca manchada de saliva. ¿Por qué no te has limpiado antes?

—Tengo la boca manchada porque te he comido el culo hasta correrme, Jimin—respondió antes de detenerse para mirarme—. El dependiente lo sabe y a partir de ahora más le vale que deje de echarte miraditas como un puto subnormal.

Miró a un lado y yo seguí la dirección, cazando al dependiente en el otro extremo mirándonos de vuelta mientras fingía doblar unos jerséis sobre la mesa. Después fruncí el ceño y miré de nuevo a Jung Kook. A veces era un hombre algo retorcido.

Escogió bastantes conjuntos antes de probárnoslos, como solíamos hacer. Él me ordenaba que me pusiera algo que había escogido para mí, él se probaba otra cosa y nos miraba a ambos frente al espejo para ver el resultado. A veces no le convencía y a veces asentía y lo compraba. Parecía tener una idea muy clara de lo que quería, de la imagen que él quería proyectar y de la imagen que quería que yo proyectara junto a él. Los dos estábamos siempre elegantes, pero nunca íbamos iguales. El Señor Jeon mantenía una especie de equilibrio entre lo apretado y provocativo y lo refinado; mientras que para mí elegía una imagen más moderna y menos estricta. Yo solía llevar accesorios que él no llevaba, como los gorros de invierno que tardó casi una hora en elegir y las múltiples bufandas que me ponía sobre los hombros. Él también llevaba bufandas elegantes, pero las dejaba sueltas para que le cayeran por lo hombros o las ataba correctamente con un nudo; a mí me las enrollaba un poco o las cruzaba a un lado de una forma mucho más relajada.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora