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La belleza es una suerte de luz ininteligible
de la cual el mundo sensible es una mera aproximación.
Si no pueden ver tu brillo, no saben lo que es.


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Los aplausos no dejaban de sonar. Incluso algunos gritos se oían de boca de los más osados. Las luces no hacían más que alumbrarla y todos los ojos parecía no poder dejar de mirarla. Era un salón enorme y sin embargo ella lograba llenarlo con su presencia. Así era su madre e Indiana estaba demasiado acostumbrada a ello. Llevaba 26 años viviendo aquello y si bien el último tiempo casi no la acompañaba a esa clase de eventos, en esta oportunidad no había logrado decir que no.
Aprovechó aquel interminable aplauso para salir hacia el hall. Nadie parecía notar si estaba o no allí y eso era algo que no le molestaba. Pasó por el pasillo de aquel elegante hotel en el que se llevaba a cabo el desfile y un espejo caprichoso quiso recordarle porque no llamaba la atención.
Se había puesto el vestido negro que su madre le había indicado y ni siqueira ese color lograba ocultar el tamaño de sus caderas. Sus generosas piernas cubiertas hasta la rodilla y aquellos incómodos tacones combinaban con sus pechos desbordantes y su cintura intentando respirar debajo de la faja. Cerró sus ojos claros y decidió mirar en otra dirección, llevaba demasiado tiempo aceptando las notorias diferencias con su madre, no era momento de recordarlas. Suspiró con resignación y cuando iba a continuar caminando vio que una señora distinguida y demasiado delgada había perdido su pañuelo. Sin pensarlo se agachó para recogerlo y al hacerlo el sonido de una exigida costura la alertó. No estaba segura de dónde había ocurrido el accidente, pero sabía que no era nada bueno.
-Disculpe, creo que se le cayó esto.- le dijo de todos modos a la mujer y al ver cómo arrugaba su nariz con displicencia puso las ojos en blanco, estaba tan acostumbrada a no encajar que ya no le afectaba.
-No tiene porque. -dijo aunque la mujer ni siquiera se dignó a agradecerle y sin esperar más comenzó a caminar hacia la salida cubriendo la parte rota de su vestido con sus manos.
Iba concentrada en ocultar la tela descosida cuando alguien chocó su hombro con fuerza.
-Perdón.- dijo ella instintivamente, solía ser torpe y no le extrañaba el haber golpeado a alguien sin querer. Al levantar la vista unos ojos demasiado hermosos parecieron verla sin mirarla. Era un joven atractivo de piel de porcelana y cabello claro estudiadamente peinado que ni siquiera se molestó en responderle.
Indiana supo que no había sido su culpa al verlo alejarse con prisa. Prácticamente corría entre la gente que comenzaba a abandonar el salón y parecía no importarle si golpeaba a alguién a su paso.
Claramente era uno de los modelos, pensó, su ropa elegante con un dejo de modernidad lo delataba y aquella actitud de literalmente llevarse el mundo por delante lo confirmaba.
Indiana volvió a poner los ojos en blanco por segunda vez en los pocos minutos que había permanecido en aquel hall. Aquel era un lugar que detestaba y el paso del tiempo no hacía más que confirmarle el porqué.
Sin querer pasar un minuto más allí tomó su teléfono y le escribió a su madre:
ESTUVISTE ESPLÉNDIDA ALEX, ME VOY A CASA. NOS VEMOS PRONTO.
Y sin esperar la respuesta, que de seguro llegaría con varias horas de demora, salió del hotel para subirse a un taxi y regresar a su vida normal. Una sin superficialidades, sin estándares de belleza y sobre todo sin falsedades. Una en la que era la flamante ingeniera de Toyota, en la que podía vestir jeans holgados y no tenía que soportar miradas de desaprobación. Una que había elegido y que si bien aún no la hacía del todo feliz, al menos no le recordaba su tristeza. Una en la que compartía exquisitas cenas con su abuela Helga y veía la novela de Can y Sanem doblada al español. Una que no era perfecta, pero era todo lo que había logrado conseguir sola y, sólo por eso, la agradecía.
Mientras Indiana se perdía en sus pensamientos de regreso a casa, Franco continuaba caminando con prisa. Llegaba tarde una vez más. Nunca era su intención hacerlo, pero no podía evitarlo. Aquella morena de piernas largas había insistido en quedarse y no había encontrado la forma de decirle que no. Ahora su representante lo regañaría y de seguro el diseñador montaría una escena. Debía pensar una buena excusa, ya había utilizado a su perro, a su auto y hasta a un primo inventado. ¿Qué podía decir esta vez?, pensaba mientras continuaba avanzando con prisa.
Si fuera una de sus películas en ese momento conocería al amor de su vida y la demora cobraría un sentido inesperado. Pero no era una de sus películas, no lo era porque había escogido un rumbo diferente, porque al abandonar la universidad ya no podría hacer películas. Había elegido esta vida y ahora debía hacerse cargo.
-Lo siento Eric, no me mates, te juró que tengo una buena explicación.- dijo comenzando a desvestirse en aquel camarín improvisado lleno de mujeres de miradas ansiosas y labios rojos.
-Vamos Frank, vamos que ni tiempo de explicaciones tenes. Vestite que salís en cinco.- le indicó su agente mientras le entregaba la percha en un movimiento que detonaba su enfado.
Franco se desnudó sin reparos, estaba acostumbrado a hacerlo y no era algo que le molestara. Aquel mundo estaba lleno de cuerpos esbeltos que se estudiaban sin disimulo, no como una forma erótica de conquista, tenía más que ver con una forma competitiva en la que la perfección se convertía en la única meta y los pensamientos quedaban supeditados a ese fin, con pocas posibilidades de encontrar la belleza verdadera.
Franco sabía manejarse en ese mundo, llevaba muchos años en él y su coraza de hombre insensible lo ayudaba a sobrevivir. Vendía su imagen, lo tenía claro, y sacaba el mejor provecho posible. No necesitaba ser condescendiente, ni amable. Al parecer su frialdad vendía más y no tenía problema en afianzarla.
Una vez que estuvo vestido recorrió el lugar con la vista prestando atención por primera vez. Vio a María, a Sofia y a Jazmin, ya había estado allí y una sonrisa pícara le recordó que no había estado nada mal. Pero no repetía, no le gustaba mezclar las cosas y mucho menos oír reproches. Era un hombre libre y así deseaba seguir.
-Tarde, chiquito.- oyó que le decía una voz femenina mientras depositaba su mano sobre su hombro con posesión.
-Así no vas a llegar muy lejos, esto puede parecer muy relajado pero si no sos profesional no durás.- volvió a decirle aquella mujer.
-Tuve un problema, yo..- comenzó a decir Franco sin terminar de entender porque aquella mujer lo estaba retando. Entonces ls reconoció.
-Soy Alex.- lo interrumpió aquella modelo cuya edad no podía terminar de precisar con seguridad.
-Si, lo sé. Soy Frank, un gusto.- le respondió él adoptando esa actitud engreída que solía servirle la mayoría de las veces.
Alex era una famosa modelo, llevaba desfilando desde que podía recordarlo, incluso cuando era niño había visto alguna revista con su rostro y sin embargo no podía decir que la viera vieja. De hecho, no estaba nada mal, pensó sintiéndose halagado por haber llamado su atención.
Alexandra sonrió con sus labios apretados y lo miró sin reparos de arriba abajo.
-Podes llevarme a casa cuando terminemos.- le dijo sin una mínima insinuación de interrogante. No era una pregunta, era una afirmación. Parecía haber decretado que era una especie de elegido y frente a eso Franco no supo cómo responder.
Tampoco tuvo que hacerlo, ya que Alex no esperó su respuesta, soltó su hombro con pausa y continuó caminando para salir al segundo acto y desfilar aquel vestido ínfimo que llevaba puesto.
Franco la vio alejarse y una ligera sonrisa de costado se dibujó en su rostro. Normalmente le resultaba sencillo tener ofrecimientos, pero este había sido el más rápido que recordaba.
-Vamos, Frank, te toca.- le anunció Eric para sacarlo de sus pensamientos y devolverlo a la verdadera razón que lo había llevado hasta aquel lugar. Ya tendría tiempo de disfrutar con la famosa Alex, pensó, mientras comenzaba a caminar por la pasarela

¿Y si fuera cierto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora