Capítulo 16

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El atardecer había llegado y _____ se hallaba asegurando uno de sus regalos a su cintura. Luego, tras confirmar que el agarre de la soga era firme, se despidió de su maestro y esta vez, con una brillante sonrisa.

—Me gustaría visitarlos dentro de poco. —Dijo, dando una pequeña reverencia.— Espero que en uno de mis viajes pueda hacerlo.

Los nervios de la joven se pusieron de punta al darse cuenta de sus palabras.

—B-bueno...de...de regreso de una misión. —Tartamudeó, negando con sus manos desesperadamente.— No...no me refiero a...

—Tranquila, pequeña. —Acarició su cabeza.

—Sí, papá. —Volvió a sonreír, mientras apretaba la catana en sus manos.— Por cierto, muchas gracias...por todo.

Fue así que la albina se despidió de su padre y maestro, ahora acompañada de la sensación de ser más ligera. Las hojas del bosque se tiñeron de rojo, amarillo y naranja; mientras que la brisa hacía caer algunas de ellas. Ya había perdido de vista la cabaña, por lo que el fantasma de Sabito aprovechó para hablar.

—Cuídate mucho, hermanita.

_____ volteó rápidamente y, después de tantos años, vio el rostro de su hermano. Aún conservaba la misma sonrisa de aquel día, junto con su máscara tengu intacta y el diseño característico de su kimono. Aquella imagen hizo que la ojiazules llorara; mas, estaba bien, porque ya no era por la culpa, sino por la nostalgia de los últimos años de su infancia.

—Nos vemos pronto, Sabito. —Alzó la mano, devolviendo una sonrisa.

La albina limpió sus lágrimas antes de continuar su camino y esta vez, con algo de prisa; ya que no se había olvidado de las palabras del pilar Rengoku. Entre algunos saltos y uno que otro tropiezo, la joven logró llegar a la base del monte. El atardecer lucía precioso para ella, quien apreciaba las tonalidades anaranjadas y rosadas. Sin embargo, al fijarse a lo lejos del camino, creyó ver otro pequeño sol a la distancia.

Sus cabellos revoloteaban en el aire, haciéndolos ver como llamas y alrededor suyo se mostraba el elemento característico de su respiración. La joven no se percató de quien era, hasta que, en un parpadeo, su superior se encontraba frente a ella.

—¡Wow! —Exclamó asombrada.— Señor...eh...Kyojuro, se ha vuelto mucho más rápido que antes.

Sus ojos brillaban por la emoción, a la vez que no quitaba la vista de su segundo maestro. Era como ver a una niña y, ante tal pensamiento, el rubio rio; acariciando la cabeza de la albina.

—Gracias por tu apreciación. —Dirigió su mirada a la formación del frente.— Así que, este es el monte Sagiri.

—Sí. —Asintió alegre.— Aquí crecí junto a mis hermanos.

—Es una pena, me hubiera gustado llegar un poco más temprano. Sería un honor conocer al expilar del agua.

—No se preocupe. —Dijo, mientras contenía la emoción y el orgullo por el viejo cazador.— Un día de estos volveré a visitar a mi pa...digo maestro.

La última oración dejó algo curioso al rubio; eso y cierto nerviosismo de la joven. La nueva actitud de la albina le era bastante interesante. «Parece que iba a llamarlo padre. Nunca antes lo había mencionado». Fue cuando recordó la charla con Giyu; ya que, debido a la petición del pelinegro, este no paró de referirse a la cazadora como su hermana menor. «Siendo sincero, ninguno de esos dos se mencionó antes hasta la muerte de la señorita Koccho».

—Debo decir que eres bastante curiosa. —Comentó, iniciando su camino de regreso a la finca mariposa.— No sé nada de ti, además de tu nombre.

El último comentario generó un pequeño sonrojo en _____, la cual recordaba muy bien la actitud amable y un tanto estricta de su superior. El pilar se hallaba en lo cierto, ya que, desde la muerte de su hermano, no había vuelto a abrirse hasta que conoció a las hermanas Koccho.

HILO DE SANGRE (Akaza y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora