Capítulo 37: Incapaz

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Un día tras otro, Giyu entrenaba en el patio frontal. Siempre con la vista en dirección al camino, contaba no solo sus ejercicios, sino también, los segundos en los que su peculiar hermanita volvería. Aquella noche, la culpa por su inutilidad lo carcomía; si hubiera hecho más, si hubiera sido más rápido... hubiera podido evitar la muerte de Sabito y la fuga de su hermana al atardecer. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. No había nada que pudiera hacer, pues, ______ se había ido y no había dejado algún rastro.

«¿Desertó?». Eso fue lo que pensó cuando no volvió a escuchar de ella en dos años. Esa hubiera sido una bendición para él, al menos así, ella estaría segura en alguna parte de Japón.

Era otro día en el que volvía herido a la finca Mariposa para que lo trataran. Volvía exhausto, con la misma duda de por qué había regresado con vida otra vez. Sus pies apenas podían mantenerlo en pie y cada paso era para hacer crujir ligeramente sus costillas. Su mirada no tenía rumbo ni motivo mientras caminaba por los pasillos. Sin embargo, repentinamente otro cazador lo empujó y lo hizo caer al piso. Respirar era toda una tortura y ni hablar de levantarse. Miró a pesar del dolor en dirección a la pequeña multitud. Cargaban con cuidado una camilla y, mientras hacían llamados a la dueña de la finca, todos miraban horrorizados al paciente; era más que evidente que su último suspiro estaba muy cerca. Fue cuando Giyu pensó:

«Desearía ser ese sujeto, moriría y así dejaría que mi incapacidad desapareciera conmigo». Decidió darse la vuelta y esperar a que lo atendieran después.

—¡Chinen!

Su corazón dio un vuelco cuando escuchó ese apellido, ese mismo que le puso Urokodaki a ______.

"Esta raro, papá. ¿Por qué no me escoges un apellido más bonito?". El recuerdo de la pequeña pelea de su hermana con respecto a su apellido volvió a él. Su memoria tenía fresco el recuerdo de ese día. Sabito, el señor Urokodaki, _____ y él decidiendo un apellido para la hija de la nieve. Le era difícil recordarlo con esa misma nostalgia de antes.

Con las pocas fuerzas que tenía, se acercó y empujó como pudo al personal alrededor de la muchacha. Fue como una puñalada en el pecho. Se había rendido cuando despertó junto al cuerpo de Sabito, sin rastros de su hermana aquella noche. Creyó que así era mejor, por lo que decidió dejarla en paz para que ella hiciera una vida lejos del mundo de los cazadores de demonios.

«¿Qué he hecho?». Se culpó al ver a la albina manchada en sangre y en un estado peor al suyo.

Cada dedo fracturado, como si el demonio al que se enfrentó se hubiera divertido con su agonía, mientras que la sangre era una constante en sus heridas. Desde impactos en la cabeza, cuello y pecho, hasta agujeros perfectos en su pequeño cuerpo. Nadie entendía cómo podía respirar, verla viva resultaba todo un milagro, a excepción de Giyu. Él sabía quién era realmente y le partía el corazón no haber estado con ella para siquiera haber sido carne de cañón. Sin embargo, le fue más doloroso verla llorar en esa agonizante situación.

Cayó al suelo y se quedó a ver cómo la encerraban en una habitación junto a un montón de kakushi. Fue cuando recordó la selección final nuevamente. La recuerda en una situación similar, al borde de la muerte, con él sin poder hacer nada por ella debido a su debilidad. Sintió que había perdido tiempo llorando por el pasado, tanto tiempo perdido que pudo usar para hacerse más fuerte.

Su mente se quedó en blanco por días enteros, la culpa lo carcomía tanto que, para cuando despertó, fue porque nuevamente volvieron a mencionar a su hermana.

—No creo que pase de esta noche. Su corazón late cada vez más lento y no despierta desde hace dos días. —Mencionó un kakushi en la habitación.

El pelinegro se levantó de golpe de su cama y ambos presentes lo miraron sorprendidos.

HILO DE SANGRE (Akaza y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora