Capítulo 39: HANAN

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El olor del alcohol desbordaba del hombre frente a Hanan. La comida no estaba al punto de sal que le gustaba, cosa que fue más que suficiente para recibir una cachetada.

—Por favor... detente. —Suplicaba mientras se iba al rincón de la cocina.

Quieta y rígida como una roca. Cuando cortó lazos, esperaba una vida mejor a la que tenía como cortesana en el distrito rojo. Dinero, amor, estabilidad, creyó cada mentira para solamente recibir un golpe diario por la comida, el atuendo o porque su pequeña casa no estaba lo suficientemente limpia.

Le debía mucho por haberla sacado de aquel mundo, eso le decía antes de cada golpe y patada. La rubia había aprendido el arte de la sumisión y el silencio unos meses después de escapar con él; así era diariamente, hasta que, un día, su esposo no llegó a casa.

«Los rayos del sol se sienten tan bien». Pensó, mientras se atrevía a bañarse bajo la luz.

Nunca le habían permitido ir ahí, no podía. ¿Qué pasaba si alguien la reconocía y la arrastraba de regreso a la casa Ogimoto? Esa pregunta la contenía dentro de la casa junto a los golpes de su esposo. Las yerbas llegaban a cubrir parte de los muros de madera, apenas había espacio para caminar, la vida había tomado posesión de una manera tan caótica y hermosa a sus ojos lilas, que se quedó observando dicho lugar hasta que los pasos en la entrada sonaron. Fue solo entonces que deslizó la puerta y se preparó para su sesión diaria de golpes.

Aquel día, una luz surgió en lo más profundo de su apagado corazón. Cada día, Hanan apresuraba sus deberes tanto como podía y, luego, se cubría con un sombrero con agujeros y salía a contemplar a las plantas. Recordaba bien como los clientes la adoraban por sus jardines y las bellas flores que salían de estos. Era el único recuerdo de sus padres, las técnicas que le enseñaron, el conocimiento sobre varias yerbas y sus flores favoritas; eran el único vínculo con ellos y, con el acceso generoso a libros de botánica, su conocimiento aumentó convirtiéndola en una de las mujeres más hermosas e inteligentes de su época en el distrito rojo.

Volver a su antiguo pasatiempo se sentía como un respiro en el mundo roto y marchito al que se había condenado. Cuidaba su pequeño y caótico jardín con el amor que jamás le pudo dar a ninguna otra persona en su vida; las veía como sus preciadas hijas. Sin embargo, un día cuando apenas había empezado a regar sus plantas, la puerta del patio se deslizó. Del otro lado se hallaba su marido, con los ojos abiertos como platos al ver a su joya bajo el sol, expuesta a la mirada de otros hombres. Ante esos crueles ojos, era la mayor humillación que Hanan pudo haber hecho en toda su vida.

Lo siguiente que ocurrió fue acompañado por los gritos y llantos de la rubia. Ya no aguantaba más. Recordaba a su esposo encantado con sus flores cuando se conocieron, sin embargo, en ese instante solo podía mirar cómo es que pisaba cada pequeño brote antes de incendiar todos los pastos verdes junto a tulipanes, rosas y lirios que se había matado por conseguir y hacer florecer.

Una masacre fue lo que ella presenció. ¿Por qué no entiende que son importantes para mí? ¿Es mi culpa por dejarlas vivir cerca de él? ¿Cómo lo supo? ¿Es mi culpa? Varias preguntas inundaban su cabeza mientras se quedaba quieta recibiendo las patadas del hombre al que alguna vez creyó amar.

Su belleza había sido arruinada, los moretones junto a sus músculos adoloridos apenas la dejaban arrastrarse por el piso. Su esposo la dejó tirada en la pequeña sala, mientras que él descansaba tranquilo en su futón.

—Ya no lo soporto. —Susurró entre temblores mientras se forzaba a levantarse.

«Mis padres me entregaron a los doce años a la casa Ogimoto, pensando que tendría un mejor futuro. El dinero no alcanzaba ni para uno de nosotros y al ver mi aspecto a medida que crecía, miraron un mejor futuro al menos para mí. Les fallé rotundamente. Madre, padre, si supieran que rompí sus esperanzas...»

HILO DE SANGRE (Akaza y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora