Capítulo 28

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Su cuerpo se sentía ligero, como si le hubieran quitado una gran roca de encima. Le resultaba curioso que su corazón aún latiera con total normalidad; pues, aunque el veneno había desaparecido de su cuerpo, le faltaba gran parte de su sangre.

—_______, despierta. —La agitó suavemente.— No tenemos mucho tiempo.

La falta de sangre se notaba bastante, mientras que la piel de la chica parecía estar más seca y pálida que nunca. De no ser por los latidos de su corazón, el pelirrosa la habría dado por muerta.

Tomó una gran bocanada de aire, mientras se sentía tan seca como una pasa. Se hallaba igual de hambrienta que los primeros años de su búsqueda, esos en los que apenas comía por su miedo a todo lo que estaba más allá de su pueblo; mientras que su sed, parecía que ni siquiera podría ser saciada con un lago entero.

La raíz la había drenado casi por completo en cuestión de segundos, cuando Akaza hizo su milagrosa aparición. No había mucho que pudiera hacer y el demonio la llevaba con el mayor cuidado en sus brazos; mientras una pequeña duda rondaba por su cabeza: «¿Por qué la salvé?»

Si Muzan o cualquier luna demoniaca se enteraba de lo que había hecho, sería ridiculizado incluso por la misma sexta menguante. Ahora, esa cazadora le parecía lo más frágil en la tierra. «Debí dejarla ser absorbida por la planta. ¿Qué estoy haciendo?». Talvez sea curiosidad, eso pensó cuando la vio ser sometida por los aldeanos esa vez. Su cabeza se hacía un embrollo cuando trataba de averiguar el motivo de sus acciones cuando estaba en compañía de la albina.

El odio, la venganza, el rencor, la ira; eso era lo único que debían sentir los demonios, el resto solo eran debilidades. A pesar de eso, disfrutó de la tranquilidad de las tormentas, mientras meditaba junto a ______; cosa que solo lo hacía desear que esa paz desapareciera. «Desearía poder destruirte sin ningún remordimiento». Un impulso estaba empezando a obligarlo a apretar el débil cuerpo de la chica, con tal fuerza que, no dejara ni un rastro de ella.

—Akaza. —Sonó la voz de la cazadora como un entrecortado susurro del viento.

La fuerza del demonio disminuyó de inmediato.

—¿Podrías explicarme qué haces aquí?

—Fue un encargo de mi maestro.

—Pues tu maestro es un idiota si pensó que podrías sobrevivir aquí adentro.

—Cállate. —Frunció el ceño, intentando soltarse de Akaza.— Aún no he llegado a mi límite.

—¿Hablas enserio? —La bajó al piso, aunque todavía la sostenía de un brazo. —Apenas puedes ponerte de píe.

El aire que llegaba a sus pulmones no era siquiera suficiente para mantener el equilibrio y casi parecía no haber comido en días. Esa chispa de aparente preocupación se hacía más presente en Akaza. Por su parte, la ojiazules buscaba la esencia del metal del kunai y el veneno de glicinia en este, cuando se percató de que el demonio lo tenía en sus manos

—¿Qué piensas hacer? —Entregó el arma.— No creo que seas capaz de dar otro paso más.

Fue entonces que el orgullo formó un nudo en su garganta. Se había negado hasta ahora, pero, en una situación de vida o muerte, en la que solo parece quedarle irse por uno de los dos demonios que se encuentran en esa caverna; sintiéndose una pasa viviente, opta por pedirle un favor a Akaza.

—Puedes —tomó el kunai entre sus manos, luego, acarició con cuidado el filo. El orgullo aún no la dejaba hablar —...Puedes darme un poco de tu sangre, ¿por favor?

Mientras tanto en la entrada de los túneles, el silencio abrumaba a la pelinegra, quien temía por la vida de la chica. Uzui se percató de su angustia y, a manera de consolar a su esposa, acarició su cabeza y comenzó a cortar la maleza que había en la entrada. Le resultó curioso la facilidad con la que despedazó las plantas en comparación a los anteriores intentos.

HILO DE SANGRE (Akaza y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora