Después de pensarlo tanto

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En la oficina...

—¡Me humilló Alan!

—¿Entonces dices que te acostaste con ella?

—Sí Alan con un carajo. —Pasa sus dedos entre sus cabellos, no sabe cómo liberar su tensión.

—Ay demonios.

—Y lo peor es que me gusto.

—¿Y cuál es el problema?

—Que no es mi tipo... Y que me siento como un hijo de puta por haberme prestado a hacer tal cosa.

—A ver, calma, calma, no hiciste nada de lo que ella no quisiera —«O contratado», termina por decir en su mente Alan y trata de no reírse ante tal pensamiento.

—¡Porque ella piensa que soy un prostituto!

—¿Qué no puedes serlo?

—¿Cómo?

—Convertirte en uno...

—¿Estás demente? Sí claro, ahora de CEO a prostituto, y solo por ella. ¿Por qué lo haría?

—A ver, vayamos despacio, con ella no quieres nada sentimental ya que dices que no es tu tipo, pero si disfrutas tener sexo.

—Te repito por eso me siento un hijo de puta.

—Por favor, ya deja de ser mojigato. Piensas demasiado, claramente ella solo quiere sexo, y tú también lo quieres ¿Y qué? No siempre para mantener relaciones sexuales se necesita involucrar sentimientos o formalizar. Ella contrató un servicio, yaaa solo haz el trabajo y disfruta del sexo.

—¡No!, para eso ella tendría que llamar y eso ya no pasará, aparte yo no lo quiero. Nunca más volvere a ser un prostituto.

—Sí, hasta que ella cambie de idea y te llame...

—¡Cállate!

—Lo hará, y tú también.

...

Y así fue, cómo dijo Katherine no volvió a llamar a Karl, pero no fue porque no quisiera volver a tener ese servicio, ella realmente disfrutó tener sexo, lo extrañaba. Pues para ella desde su último novio que tuvo a los 23 años no había vuelto a tener sexo y tampoco una relación, y no fue porque no lo deseara, fue simplemente porque para ella había cosas más importantes.

Hasta esa noche con Karl había podido mantener muy bien la abstinencia, antes era solo un deseo, pero ahora que Karl había despertado todas sus hormonas, el tener aquello se le ha vuelto una necesidad.

Ella ha tratado de distraerse trabajando más de lo usual, tanto en la empresa cómo en su libro. Pero cada vez que le toca describir alguna escena candente se le vienen los recuerdos con Karl en la cama, de solo pensarlo se moja.

¿Pero sera que es el sexo o es aquél hombre la que la tiene cautivada?

Por ahora ella trata de aplacar sus deseos carnales, con su grandiosa idea de adquirir algunos consoladores.

—¿Hombres? No, lo de hoy son estos bebes... Ya no se necesita de un hombre para tener placer.

Procede a abrir la caja que tiene en frente, su pedido acaba de llegar. Saca de la caja el contenido, lo estudia.

—¿Qué demonios es esto? ¿Cómo se usa esto? Debí ver bien lo que compraba.

En la caja encuentra todo tipo de formas de consoladores, algunos muy raros que la dejan helada de la confusión.

—¿Y cómo se supone que me inserte esto? ¿Acaso también va por el cul*? —Bufa cansada— Ah, ser una mujer adulta de 30 años y no saber como jodidos se usa esto... A ver, veamos el instructivo: «Despues de cargar la batería, esterilizar puede pasar a encender el interruptor y usarlo».

Lo enciende...

—¡Ahh! Esto parece que tiene vida propia —el objeto vibra sin control en sus manos, por poco se le cae—. Por poco me quedo sin compañero sexual.

Sigue concentrada mirando el objeto cuando de pronto tocan la puerta, «Atrapada con las manos en la masa», sintió el verdadero terror.

Piensa que podría ser David (su editor), mejor se apresura a abrir la puerta, no vaya a ser que entre y la vea con todo esto, sería demasiado bochornoso. Se encamina a la puerta, no obstante antes se amarra bien las correas de su bata, abajo solo trae su ropa interior.

Y si es él, pero no viene solo sino con Peiton, el perro que antes le había dado a Katherine y quién misma se lo había de vuelto. Allí en la puerta lo recibe sin dejarlo pasar a casa y menos con el perro y con esas ropas. Empiezan a discutir. Él primeramente le explica que no le había podido encontrar un hogar, entonces ella le reclama el porque no se lo queda él, que esa es la consecuencia de no haber tomado su opinión en cuenta antes. Sin embargo, David la ignora y sale huyendo dejándoselo a la deriva al animal.

—¡Maldito! ¡Me las pagaras!

Katherine está echando humos hasta por los oídos, pero su enojo es en vano, no hay nada que pueda discutir ya. Toma la correa del perro y lo mete a casa. Ese perro la mira con la lengua de fuera.

—Yo no sé porque estás feliz de verme... —le dice amargamente al perro—. Tú serías más feliz ahí afuera.

Ella se gira para ir a la cocina, pero al momento de hacerlo escucha como la puerta se abre de golpe.

—¡Maldita sea!, no cerre bien la puerta...

Ella no espera más y sale corriendo detras del can. Al salir ve que el perro ya lleva varios metros de distancia, apresura el paso.

—¡Peiton! ¡No lo decia literal! ¡Vuelve!

Corre como loca por medio de la calle. Al perro le parece divertido que su dueña corra detras de él, cree que es un juego. Katherine no logra alcanzarlo, ya que no puede competir con las largas patas del perro. Personas alrededor que se encontraban caminando por la cera la miran con desaprobación, ella resiente las miradas. «¿Por qué me miran así?», piensa en voz alta al detenerse ya fatigada y respirando bruscamente, entre lo bueno y lo malo es que Peiton ha dejado de correr. Flexiona sus rodillas y mira hacia el pavimento.

—Tal vez sea porque vas medio desnuda —escucha esa voz grave, se pone roja como tomate. Mira unos zapatos bien lustrados de cuero. Endereza su postura, y después de un mes solo pensándolo ahora lo tiene frente a ella, pasa saliva. Se queda muda.

Alza su rostro y lo mira ahí con el ceño fruncido. Sin una pizca de gracia.

DE CEO A PROSTITUTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora