—¿Minho? —preguntó Wonwoo, que intentaba no pensar en la repugnante «entrega» que Mingyu acababa de describir—. ¿Él está...?
—Después —la interrumpió Mingyu al tiempo que hacía un gesto tajante con la mano—. Primero iremos al lugar para ver si puedes rastrearlo.
—Es un arcángel. Yo percibo la esencia de los vampiros —señaló por lo que le pareció la millonésima vez, pero ni el arcángel ni el vampiro la escuchaban.
—Ya he arreglado la cuestión del transporte —dijo Dmitri, y a Wonwoo le dio la sensación de que aquella frase transmitía más información de la que dejaban ver las palabras.
Mingyu negó con la cabeza.
—Yo la llevaré. Cuanto más esperemos, más se disipará la esencia. —Extendió una mano—. Vamos, Wonwoo.
El no discutió. Se moría de curiosidad.
—Vamos.
Y así fue como se encontró acurrucado contra el pecho de Mingyu mientras él lo llevaba volando hasta un almacén abandonado situado en una extraña parte de Brooklyn. Mantuvo los ojos cerrados durante la mayoría del trayecto, ya que Mingyu utilizó aquella capacidad suya de hacerse invisible, y en aquella ocasión la extendió para cubrirlo a el también. Le provocaba náuseas no ser capaz de verse a sí mismo.
—¿Lo sientes? —preguntó él mientras la ayudaba a ponerse en pie, momentos
después de aterrizar sobre una zona polvorienta salpicada de hierba.
Wonwoo respiró hondo y percibió una afluencia de aromas.
—Demasiados vampiros. Eso hará más difícil distinguir los aromas. —No veía ni a un solo vampiro, no veía a ningún tipo de criatura, pero sabía que estaban allí... aunque aquel era uno de esos lugares en los que nadie querría acabar. La cerca de malla que había a ambos lados estaba llena de agujeros, los edificios se hallaban cuajados de pintadas y la hierba, muy descuidada. El lugar estaba impregnado de una sensación de abandono, aunque revestido del hedor de basura podrida... y de algo incluso más asqueroso.
Wonwoo tragó saliva para quitarse el sabor amargo de la boca.
—Está bien. Muéstramelo.
Él señaló el almacén que había frente a el con un gesto de la cabeza.
—Dentro.
La enorme puerta del edificio se abrió, aunque Mingyu había hablado en voz baja. Wonwoo se cuestionó si podía comunicarse con todos sus vampiros mentalmente. Sin embargo, no se lo preguntó a Mingyu. No pudo hacerlo, ya que el aroma de la basura, del abandono, fue superado de repente por un repulsivo hedor
A sangre.
A muerte.
El fétido miasma de los fluidos corporales derramados en un espacio mal ventilado.
Las náuseas se le atascaron en la garganta.
—Creí que nunca diría esto, pero desearía que Dmitri estuviera aquí. —En aquellos instantes, habría agradecido su seductora esencia. Una ráfaga de un aroma limpio, fresco y lluvioso la asaltó justo después de aquel pensamiento. Lo absorbió cuanto pudo, pero después sacudió la cabeza—. No. No puedo permitirme pasar por alto alguna pista. Aunque te lo agradezco. —Dejó de titubear y se dirigió hacia el horror.
El almacén era gigantesco, y la única luz procedía de las estrechas ventanas situadas en la parte superior de los muros. Su cerebro no logró comprender la penetrante claridad de aquella luz hasta que oyó los crujidos de los cristales bajo sus pies.