Mingyu cerró la puerta después de entrar y se dirigió a la enorme biblioteca delsótano, oculta bajo la elegante belleza de una cabaña situada en Martha's Vineyard. El fuego que ardía en la chimenea era la única fuente de iluminación aparte de loscandelabros de las paredes, que creaban más sombras que luz. El lugar irradiaba unasensación de antigüedad, de sosegada sabiduría, que indicaba que había estado allímucho antes de que la casa actual se construyera encima
—Está hecho —dijo mientras se sentaba en el semicírculo de sillones que había frente al fuego. Hacía demasiado calor para él, pero algunos de sus hermanos llegaban de climas más cálidos y sentían la inminencia del otoño en los huesos.
—Cuéntanos —dijo Hakyeon —. Háblanos sobre el cazador.
Tras reclinarse en el sillón, Mingyu echó un vistazo a los que estaban acomodadosen la estancia. Era una sesión del Grupo de los Diez, aunque incompleta.
—Habrá que sustituir a Minho.
—Todavía no. No hasta después de... —susurró Hyelim con una expresiónazorada—. ¿Es realmente necesario darle caza?
Leo colocó la mano sobre el hombro de la arcángel.—Sabes que no tenemos elección. No podemos dejar que satisfaga sus nuevosapetitos. Si los humanos llegan a descubrirlo... —Sacudió la cabeza, y sus ojosalmendrados estaban cargados de oscuros conocimientos—. Nos tomarían pormonstruos.
—Ya lo hacen —dijo Junhui—. Para ostentar el poder, todos debemosconvertirnos en algo parecido a monstruos.
Mingyu estaba de acuerdo. Junhui era uno de los más longevos. Había gobernadode un modo u otro durante milenios, y sus ojos aún no mostraban la menor señal detedio. Quizá fuera porque Junhui tenía algo que los demás no poseían: una amantecuya lealtad era incuestionable. Junhui y Minghao llevaban juntos novecientos años.
—No obstante —observó Zhang Yixing—, es diferente ser temido y respetado queser totalmente aborrecido.
Mingyu no tenía claro que existiera aquella diferencia, pero Yixing era un arcángel de otra época. Gobernaba en Asia a través de una red de realeza queinculcaban en sus hijos el respeto hacia el, y así había sido durante eones. Si Junhui era viejo, Yixing era toda un anciano: se había fundido con el tejido de su patria,China, y el de las tierras que la rodeaban. Se narraban historias sobre Yixing entresusurros, y era considerado un semidios. En cambio, Mingyu solo había gobernadodurante quinientos años, un brevísimo lapso de tiempo. Aunque aquello podía resultaruna ventaja.
A diferencia de Yixing, Mingyu no había ascendido tanto como para dejar decomprender a los mortales. Incluso antes de su transformación de ángel a arcángel,había elegido el caos de la vida y no la elegante paz de sus hermanos. Ahora vivía enuna de las ciudades más ajetreadas del mundo y vigilaba a sus ciudadanos sin queestos se dieran cuenta. Igual que había vigilado a Jeon Wonwoo aquel mismo día.
—No es necesario que discutamos sobre la discreción —dijo, interrumpiendo lossuaves sollozos de Hyelim—. Nadie puede saber en qué se ha convertido Minho. Hasido así desde que existimos.
El comentario fue seguido por una ronda de asentimientos. Incluso Hyelim seenjugó las lágrimas y se apoyó en el respaldo, con los ojos despejados y las mejillassonrojadas. Su belleza no tenía parangón. Incluso entre los ángeles, siempre habíasido la más brillante de las estrellas, y nunca había carecido de amantes o deatenciones. En aquel momento, sus miradas se encontraron y en los ojos de Hyelim apareció un interrogante sensual que Mingyu decidió no responder. Así que era eso...No lo sentía por Minho; lo sentía por ella. Aquello encajaba mucho mejor con supersonalidad.
—El cazador es un doncel —dijo ella un segundo después, con un tono algomolesto—. ¿Lo has elegido por eso?
—No. —Mingyu se preguntó si debía avisar a Wonwoo de aquella nueva amenaza. A Hyelim no le gustaba la competencia, y había sido la amante de Minho durante casimedio siglo, un compromiso sorprendente para alguien de una naturaleza tan voluble—. Lo elegí porque puede detectar una esencia que nadie más puede percibir.