Despierta, Wonwoo.
Wonwoo frunció el ceño, molesto por el ruido. Cada vez que intentaba dormir, él le exigía que despertara. ¿No se daba cuenta de que necesitaba descansar?
Wonwoo, Jeonghan ha ordenado a sus cazadores que me busquen.
Como si aquello fuera motivo de preocupación... Ni siquiera el más fuerte de los cazadores tenía alguna posibilidad contra él.
Amenaza con contarles a los medios informativos que estoy haciendo cosas antinaturales con tu cuerpo.
Una sonrisa en su mente, en su alma. El arcángel tenía sentido del humor. ¿Quién lo habría imaginado?
¿Wonu?
Nunca lo había llamado Wonu, pensó al tiempo que bostezaba. Lo primero que vio cuando abrió los ojos fue algo azul. Un azul eterno, insondable y brillante. Los ojos de Mingyu Y de inmediato, lo recordó todo. Recordó la sangre, el dolor, los huesos destrozados.
—Joder, Mingyu... Como tenga que beber sangre, voy a dejar tu maravilloso cuerpo seco. —Su voz sonaba ronca. Su furia era absoluta.
El arcángel esbozó una sonrisa tan llena de alegría que Wonwoo deseó abrazarlo y no soltarlo nunca.
—Tienes permiso para chupar cualquier parte de mi cuerpo que desees.
El no quería reírse, no quería rendirse al hambre que veía en aquellos ojos inmortales.
—Te dije que no quería Convertirme en vampiro.
Mingyu le dio unos trocitos de hielo para que aplacara la sequedad de su garganta.
—¿No te alegras de estar vivo, aunque solo sea un poquito?
Se alegraba mucho. Estar con Mingyu... Bueno, vale... la sangre no podía saber tan mal, ¿no? Pero...
—No pienso hacer ninguna de las tareas serviles de los vampiros.
—Está bien.
—Y solo beberé tu sangre.
Eso hizo que su sonrisa se hiciera aún más amplia.
—Está bien.
—Eso significa que estás atado a mí. —Alzó la barbilla—. Si me dejas por algún niñito tonto, veremos quién es el inmortal.
—Está bien.
—Espero... —Fue entonces cuando sintió unos extraños bultos en la espalda—.No sé quién ha hecho esta cama, pero la ha hecho fatal. Está toda llena de bultos.
Ojos azules, azulísimos, que se reían de el.
—¿En serio?
—Oye, no tiene gracia... —Sus palabras acabaron en una exclamación ahogada cuando giró la cabeza y vio sobre qué estaba tendida. Alas. Unas hermosísimas alas. Alas de un color negro, sugerente e intenso, que se extendía hacia fuera con sutiles incrementos de un azul oscuro, casi añil, hasta las plumas principales, las cuales mostraban un resplandeciente tono dorado. Unas alas increíbles. Y el las estaba aplastando.
—¡Maldita sea! Estoy aplastando a un ángel. ¡Ayúdame a levantarme!
Mingyu lo ayudó a incorporarse cuando el le ofreció la mano. El tubo que salía de su brazo le impidió moverse como quería.
—¿Qué es esto?
—Lo que te ha mantenido con vida.
—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó el, que se volvió para echar un vistazo por encima del hombro. Las palabras de Mingyu se perdieron entre el aluvión de interferencias que llenaron su cerebro. Porque no estaba aplastando a nadie... salvo a el mismo—. Tengo alas.