La expresión de Dmitri era de puro alivio.
—¿Sire?
—¿Qué hora es? —preguntó Mingyu con voz fuerte. El anshara había hecho bien su trabajo. Sin embargo, él tendría que pagar el precio que requería muy pronto.
—Raya el alba —respondió Dmitri a la antigua usanza—. La luz acaba de alcanzar el horizonte.
Mingyu salió de la cama y flexionó las alas.
—¿El cazador?
—Atado en la otra habitación.
Su ala había vuelto a la normalidad, salvo en un aspecto. Mingyu contempló el diseño interior. Los suaves trazos dorados se interrumpían en el lugar donde la bala de Wonwoo lo había atravesado. Ahora la mitad inferior de aquella ala tenía un patrón único de dorados y blancos: una explosión desde el punto central. Sonrió. Así que llevaría la marca del estallido de violencia de Wonwoo...
—¿Sire? —Dmitri parecía intrigado por su sonrisa.
Mingyu no dejó de contemplar el ala, la marca causada por el estado Silente. Le serviría como recordatorio.
—¿Le hiciste daño, Dmitri? —Miró a su hombre de confianza por un segundo y se fijó en el pelo alborotado y la ropa arrugada
—No. —Los labios del vampiro se curvaron en una sonrisa feroz—. Creí que querrías reservarte ese placer para ti.
Mingyu acarició la mente de Wonwoo. Estaba dormido, exhausto después de pasarse la noche intentando librarse de las ataduras.
—Esta batalla es entre el cazador y yo. Nadie más debe interferir. Encárgate de que los demás lo sepan.
Dmitri no pudo ocultar su sorpresa.
—¿No vas a castigarlo? ¿Por qué?
Mingyu no le debía explicaciones a nadie, pero Dmitri llevaba más tiempo con él que ningún otro.
—Porque fui yo quien disparó primero. Y el es mortal.
La expresión incrédula del vampiro no cambió.
—Me cae bien Wonwoo, pero si escapa de esta sin castigo, otros podrían empezar a cuestionar tu poder.
—Asegúrate de que entiendan que Wonwoo ocupa un lugar muy especial en todo este asunto. Cualquier otro que se atreva a desafiarme deseará haber gozado de tanta clemencia como Germaine.
El rostro de Dmitri se puso pálido.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Mingyu permaneció en silencio para indicarle que le concedía permiso.
—¿Por qué estabas tan malherido? —Dmitri sacó el arma que se había guardado en el pantalón—. Examiné la bala que utilizó: solo debería haber causado un daño mínimo, lo que le habría dado una ventaja de unos diez minutos o así.
En ese caso, el te matará a ti. Te convertirá en mortal.
—Necesitaba que me hirieran —respondió, evasivo—. Era la respuesta a una pregunta.
Dmitri parecía frustrado.
—¿Puede suceder de nuevo?
—Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir. —Se compadeció del líder de los Siete—. No te preocupes, Dmitri: no tendrás que ver cómo se estremece la ciudad bajo el gobierno de otro arcángel. Al menos, no durante otra eternidad.
—He visto lo que los demás pueden hacer. —Los ojos del vampiro se inundaron bajo las aguas de los recuerdos—. Sufrí las tiernas atenciones de Leo durante un centenar de años. ¿Por qué no me detuviste cuando me rebelé contra tu autoridad?