Se sentía perezoso, saciado. La sangre llenaba su estómago. Había abusado... pero había sido un abuso glorioso. Hundió los dedos en el cuenco de sangre del cadáver que había descuartizado y luego se los llevó a la boca para lamérselos.
Insulsa. Sin vida.
Decepcionado, arrojó el cuenco al suelo, dejando una enorme mancha roja sobre la alfombra blanca. No obstante, aún tenía a la belleza en lo alto. Alzó la vista mientras la pesadez de sus extremidades empezaba a convertirse en algo parecido a la expectación.
Ahora lo sabía... Sabía que la sangre tenía que ser fresca.
La próxima vez la tomaría directamente de los corazones palpitantes. Sus ojos se volvieron rojos a causa de la violencia de su hambre. Sí, la próxima vez no mataría... Reservaría.