Jeon Wonyeon se encontraba junto a la chimenea, con las manos metidas en los bolsillos de un traje a rayas confeccionado a medida para ajustarse a su elevada estatura. Wonwoo había heredado la estatura de su padre. Descalzo, Wonyeom medía algo más de un metro noventa... aunque, por supuesto, su padre nunca iba descalzo.
Los ojos gris claro se enfrentaron a los suyos con la gélida expectación de un halcón o un lobo. Su rostro era un compendio de líneas y ángulos abruptos; su cabello estaba peinado hacia atrás, lo que mostraba el marcado pico de viuda de su frente. La mayoría de los hombres tenían canas a su edad. Wonyeon había pasado del tono dorado aristocrático al más puro de los blancos. Le quedaba bien, ya que suavizaba un poco sus rasgos.
—Wonsoung. —Terminó de limpiar sus gafas y volvió a ponérselas. La finísima montura rectangular bien podría haber sido un muro de veinticinco centímetros de espesor.
—Wonyeon.
La boca de él se tensó.
—No seas infantil. Soy tu padre.
El se encogió de hombros y adoptó, sin darse cuenta, una postura agresiva.
—Querías verme. Pues aquí estoy. —Las palabras sonaron furiosas. Diez años de independencia y nada más ver a su padre había vuelto a convertirse en el adolescente que se había pasado la vida mendigando su amor y había recibido una patada en las entrañas como recompensa a sus esfuerzos.
—Me decepcionas —dijo, impasible—. Esperaba que hubieras adquirido parte de los talentos sociales que muestran las compañías que frecuentas.
El frunció el ceño.
—Mis compañías son las de siempre. Has visto a Jeonghan, el directora del Gremio, en varias ocasiones, y Seungcheol...
—Lo que hagan tus amigos cazadores —dijo con una mueca de desagrado—, no me interesa ni lo más mínimo.
—Yo no diría eso. —¿Por qué coño había ido a aquel lugar? ¿Solo porque él se lo había ordenado? Su única excusa era que lo había desconcertado—. ¿Por qué los has sacado a relucir entonces?
—Yo me refería a los ángeles.
Wonwoo parpadeó, aunque se preguntó por qué se sorprendía. Wonyeon poseía una parte de todos los negocios importantes de la ciudad, y no todos eran estrictamente legales. No obstante, por supuesto, la habría desollado vida si el se hubiera atrevido a insinuar que no era el más íntegro de los hombres
—Te sorprendería saber lo que ellos consideran aceptable. —La justicia despiadada de Mingyu, la hambrienta sexualidad de Hyelim, las matanzas de Minho... nada de aquello encajaría con la idea que tenía su padre sobre los ángeles.
Él descartó sus palabras con un gesto de la mano, como si carecieran de importancia.
—Necesito hablar contigo sobre tu herencia.
Wonwoo apretó los puños.
—Te refieres al depósito que «mi madre» dejó para mí, ¿no? —Podría haber muerto de hambre en las calles y a Wonyeon le habría dado lo mismo.
La piel se tensó sobre los pómulos de su padre.
—Supongo que la genética sí que importa.
Estuvo a punto de llamarle cabrón, pero por irónico que pareciera, fue la voz de su madre lo que lo contuvo. Yeonji lo había educado para respetar a su padre. Wonwoo no podía hacer aquello, pero sí podía respetar el recuerdo de su madre.
—Menos mal —dijo, y dejó que él se tomara el insulto como le viniera en gana. Wonyeon se volvió y se acercó al escritorio situado bajo las ventanas que había al otro lado de la estancia, aunque sus pasos quedaron amortiguados por la alfombra persa de color burdeos.