18: Sumergirse

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ADVERTENCIA: Si bien las escenas narradas no contienen una mayor descripción gráfica, es probable que los temas tratados (drogas, y todo lo que engloba la adicción a estas) resulten incómodas para algunos; por lo que se recomienda discreción.

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Griffin no puede decir que recuerda mucho de su infancia, pues, a menos que un par de manchones borrosos de neblina confusa con ocasional claridad cuenten como memorias, su pasado estaba casi en blanco. 

Sabe que su vida no fue, entre muchas comillas, mala. O al menos de eso se ha convencido.

Siendo hijo único, Griffin nunca tuvo que preocuparse realmente por compartir su espacio personal, ni por cuidar a alguien más. Siempre había sido él en su espacio, sin nadie que lo invadiera o que le robara oxígeno a su pequeña habitación de descuidado aspecto. No era malo, ni bueno en la escuela; sin embargo se le daba bien hablar con las personas a pesar de que se aseguraba de mantener al margen a la mayoría de ellos, siendo así, un completo enigma incluso a ojos de aquellos que podían llegar a hacerse llamar sus amigos.

En la primaria fue un niño más bien solitario, con una o dos personas que se acercaban a hablarle de vez en cuando. Los maestros a veces lo citaban a él y a sus papás a charlas en la escuela que nunca llegaban a ningún lado porque los padres del chiquillo nunca asistían.

Fue en la secundaria cuando por fin comprendió que tal vez estaba más solo de lo que creía.

Tenía una independencia como ningún otro. Salía temprano de casa para asistir a las clases matutinas y podía no volver si quería ¡y nadie le decía nada!

Nunca nadie se preguntó por qué. Simplemente asumieron que Griffin tenía unos padres muy permisivos.

Pero lejos estaba eso de su realidad.

Su padre era un ex miembro de las fuerzas policiales del cual se rumoraba fuertemente que había sido corrupto a más no poder al haberse aliado con una de las figuras públicas más poderosas del Brooklyn de ese entonces: Kingpin. Incluso se dice que, en 2013, tuvo participación en la desaparición de aquella periodista cuyo nombre real jamás salió a la luz —Griffin, unos años más tarde se obsesionó con el caso e investigó lo más que pudo solo para descubrir el amargo callejón sin salida que le tenía preparado todo el misterio que envolvía al mismo—. 

Un padre que no tenía nada más que odio para dar. 

No es ningún secreto que aquel hombre no era una buena persona, y mucho menos el ejemplo a seguir de Griffin. Pero si de algo había servido en su vida, fue para mostrarle la realidad de las autoridades: que no son los héroes que pintan las series de televisión como personas honestas, humildes y de buen corazón que darían la vida por defender la justicia; no, así no eran las cosas.

Sus interacciones con él siempre terminaban con un morete en el pómulo derecho, al menos así fue hasta que dejó de llegar a casa y comenzó a trabajar con el fin de largarse del infierno en el que vivía. Quizá tomaría años dadas sus limitadas opciones de trabajo con mala paga, pero no pensaba rendirse.

—Y dices que tienes... ¿cuántos años? — Preguntó un hombre grande, robusto con un bigote bastante peculiar en su rostro, quien miraba a Griffin con gran escepticismo desde el otro lado de la mesa del cuarto de descanso. 

Griffin rascó su cuello, y procuró no desviar demasiado la mirada antes de responder a la pregunta.

Dieciséis...

Calidez || Miles MoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora