25: El futuro y la fiesta de Jeff

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Si brincar por la ventana fuera una opción en esos instantes, Luca, sin lugar a dudas, la tomaría.

Pero no era algo que pudiera hacer, al menos no sin salir herida.

No había pasado mucho desde que la mandaron a llamar a su salón, al último periodo de clases aún le quedaban alrededor de 45 minutos. Debería de estar tomando una importante clase de cálculo avanzado, pero en vez de eso estaba ahí: sentada en medio de sus padres quienes conversaban con ella de trivialidades que no alcanzaba a entender del todo; su mente estaba en otra parte, preguntándose qué tan mal le iría apenas entraran al despacho de la consejera.

Escuchó la puerta abrirse, y su mirada se alzó con un sobresalto. Saliendo de aquella temible sala, los ojos de un chico desconocido se encontraron con los de ella por apenas una milésima de segundo. El muchacho iba acompañado de la que, Luca asumió, era su madre, quien a juzgar por su mordaz expresión, no le estaba murmurando cosas muy alentadoras a su, de por sí cabizbajo, hijo.

Aquella visión la hizo tragar en seco antes de que la silueta de la consejera de presentara bajo el marco de la puerta para invitarlos a pasar. Luca y sus padres se levantaron de las sillas casi al mismo tiempo, y tuvo que dar una inhalación discretamente profunda antes de entrar a la que creía que sería su sentencia de muerte.

—Tomen asiento —. Invitó la mujer canosa al señalar las sillas vacías frente a su escritorio con una palma extendida mientras ella tomaba asiento en su silla designada detrás del saturado mueble de madera. Luca sintió la mano de su madre posarse sobre su hombro y darle un leve apretón, a lo que se sonrieron con cariño antes de que el carraspeo de la consejera llamara la atención se los Solís. — Señores... — Comenzó a hablar. — Sí saben cuál es mi trabajo, ¿no?

—¿A...consejar? — Respondió Luca sin detenerse a pensarlo demasiado en un intento de disipar la tensión interna que la mantenía con los hombros rígidos como pilares, pero su incómoda sonrisa se borró de su rostro cuando los ojos cansados la miraron pausadamente desde debajo de los lentes de montura color rojo. La mujer mayor se reacomodó los anteojos sobre el puente de la nariz con un empujón de su dedo índice y emitió un chasquido cuando volvió a abrir la boca para hablar.

—Mi trabajo, entre muchas otras cosas, es monitorear a su hija. Y registrar todo en una hoja como esta —. De su escritorio tomó una hoja y la alzó a la vista de los tres sólo para revelar que...

—Está en blanco —. Observó Mónica después de un segundo silencioso, usando ese tono inquisitivo tan propio de ella.

—Está en blaaanco —. Repitió la mujer al otro lado del escritorio, sus ojos viajaban entre Esteban y Mónica, quienes le regresaban expresiones confundidas a cambio. — Verán. La orientación vocacional es una de mis tareas: ayudar a que los jóvenes encuentren lo que desean hacer con... herramientas didácticas, por así decirlo — Luca recordó con amarga nitidez los varios tests que eran obligados a hacer de vez en cuando, — y en base a eso, puedo hacer entrevistas que me ayuden a recabar los datos suficientes para guiarlos a un futuro prometedor —. Era extraño cómo podía decir palabras tan idealistas con un semblante tan ácido. — Sin embargo, no he logrado recopilar nada de su hija; no sé qué es lo que quiere ser y, a juzgar por mi experiencia con casos así, diría que ella tampoco.

La mujer señaló a Luca con su bolígrafo. Ella miró a su padre como pidiendo ayuda, y este le devolvió una mirada comprensiva.

—Luca, ¿no dijiste que querías... ser bio... bio qué? — Cuestionó Esteban.

—Bioquímica, cielo —. Completó Mónica.

—Eso. ¿Qué pasó con eso?

—Es que... n-no siento que sea lo que... en verdad quiero hacer, ¿saben? digo, es cool y, y, bueno, es interesante, pero... no--

Calidez || Miles MoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora