27: Dudas

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El paseo por la ciudad ayudó a que el estrés restante por la discusión con sus padres se disipara. Le ayudó, por unos instantes, a distraer su mente de las ácidas sensaciones.

Eso hasta que Gwen comenzó a hablar de cómo había sido su vida los últimos meses. Sentía que la chica le hablaba en un idioma inventado.

¿Sociedad arácnida? ¿Jess Drew en motocicleta? ¿Hobie? ¿Miguel?

Todos esos parecían códigos súper secretos de un lenguaje que él no estaba destinado a comprender, pero quizá lo que más le desalentó fue comprender que, por MESES, Gwen tuvo la capacidad de ir a visitarlo... y no lo hizo.

No pensó más en el asunto; se dijo a sí mismo que eso de estar en una fuerza de ataque arácnida que prevenía el colapso del tiempo-espacio continuo sonaba como algo súper serio y que la mantenía muy ocupada, por eso que, aunque quisiera, no había ido a visitarlo hasta ahora. Sí, debió ser eso...

Para Gwen, estar con Miles fue como una bocanada de aire fresco, y al mismo tiempo, sólo terminó de dejar que el bien conocido sentimiento de culpabilidad se asentara en ella. No estaba ahí por Miles... es decir, ¡sí lo estaba! pero no. Comprenden, ¿no?

En más de una ocasión durante su paseo, a Gwen la invadió la sensación de estar cometiendo un error. Después de todo, estaba haciendo algo que tenía estrictamente prohibido, pero, ¡ey! no era como si estuviera evadiendo su responsabilidad por completo: había instalado una cámara en un edificio cercano al lugar en el que se ocultaba la anomalía de turno, así que podía estar con Miles al mismo tiempo que cuidaba la continuidad del multiverso. Tenía todo bajo control.

Sí... todo bajo control.

El inusual paseo por lo más alto del banco Williamsburg les regaló a ambos superhéroes un precioso paisaje citadino de tonalidades rojizas y naranjas que destellaban en los reflejos de los cristales de las ventanas. Un gran cuadro a acuarela que mezclaba los vívidos tonos fuego del ocaso con los de la purpúrea noche que apenas comenzaba a tomar su lugar en el cielo taciturno que se cernía sobre ellos.

Miles le seguía el paso a Gwen sobre el domo de la torre, y desde ahí no podía ver más que la espalda de la chica. Tenía una hermosa vista de la ciudad a la que defendía —que, el muchacho pensó vagamente, sería inmediatamente capturado por la cámara del celular de Luca si estuviera ahí— y aún así sus ojos no podían apartarse de ella.

Pero algo había cambiado. No sabía qué... sólo se sentía distinto.

Pronto brotó una charla —o más bien el intento de una— sobre Gwen, aunque la rubia no respondió nada muy concreto, y de nuevo, era como si Miles no supiera casi nada de ella. Entonces, la voz rasposa de la muchacha pronunció un nombre familiar.

—Entonces, ¿tú y Luca son...?

—Ah, ¡nada oficial! — Se apresuró Miles a aclarar, cómo si estuviera muy pendiente de la opinión de la muchacha. Gwen le regaló una mirada intrigada, una ceja alzada que agregaba enigma a su indescifrable expresión. — Bueno, todavía... estamos saliendo —. Admitió apenado. — Aunque creo que eso ya lo sabías...

Gwen rio por lo bajo. — Sí, ya lo sabía... — La chica se dejó caer de espaldas, abandonando el domo del edificio y aterrizando un poco más abajo de la cúpula. Miles la siguió, y aunque por un momento no pudo ver su rostro, se percató de que había agachado la mirada para revisar algo en su muñeca, aunque pronto sus azules ojos se volvieron a encontrar con los castaños de Miles, quien desvío la mirada casi enseguida. Ella portaba una sonrisa que parecía expresar nada más que nostalgia. — Cuida de ella, Miles —. Aconsejó, e inmediatamente sintió que no tenía derecho a dar consejos como ese. No después de haber perdido a Peter... no después de también haber perdido a Luca.

Calidez || Miles MoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora