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—Griffin, por favor —. Pidió Merry con lágrimas resbalándole por las mejillas. Quería apretar el agarre en la manga del suéter negro de su novio, pero el llanto le había robado todas las fuerzas. — Quédate aquí, llamaremos a la policía y no te van a poder hacer nada.

—Tú no entiendes nada, ¿verdad Merry? — Las palabras del rubio eran como dagas afiladas encajándose en el pecho de la chica que lloraba por él. — Terminamos.

—¿Qué? G-Griffin, espera, no...

—¿Quieres que lo repita? terminamos, Merry.

—No hagas esto...

—Adiós, Merry —. No se permitió intercambiar ni una sola palabra más con la de mechones azabache. Salió de la casa y se aseguró de cerrar bien la puerta detrás de él, inhalando profundamente y dejando que el aire contenido se escapara de sus labios partidos.

Merry Sallow, de diecisiete años de edad, pensó que jamás tendría que atravesar una ruptura como aquella. Que nadie tendría el poder suficiente para dejar una marca en el corazón que había endurecido ante el amor. Pero ese 27 de enero ocurrió.

Griffin Campbell acababa de destrozarle el corazón que terminó de ser pulverizado por la irremediable culpa que sentía por el estado precario del que aseguraba era el amor de su vida. La lágrimas saladas cayeron sin detenerse sobre el piso alfombrado, cada una representando los sollozos e hipidos tristes que se escapaban de su boca. 

Afuera, Griffin corrió.

Corrió y corrió tan rápido que las piernas le dolieron hasta que no pudo más. Se escondió en un callejón desprovisto de vida y recargó la espalda contra la pared, sintiendo sus ojos arder. Las lágrimas le quemaban el rostro, y el corazón parecía al borde de un ataque cardíaco.

Abrió los ojos fugazmente para encontrarse con una rata de alcantarilla royendo un trozo de comida putrefacta junto a uno de los basureros. No pudo evitar sentir que estaba viendo un reflejo suyo.

Limpió sus ojos bruscamente con las manos, sintiendo la herida en su pómulo arder por lo descuidado de aquel movimiento. Su celular sonó y lo tomó para mirarlo: era Merry.

Colgó la llamada y su fondo de pantalla fue revelado con notificaciones de mensajes que ignoró sin pensarlo demasiado.

Sintió una punzada familiar en el antebrazo y pronto comenzó a sentirse ansioso.

Se despegó de la pared, ansiando llegar al departamento en el que vivía en solitario para poder olvidar sus problemas por un rato.

Se despegó de la pared, ansiando llegar al departamento en el que vivía en solitario para poder olvidar sus problemas por un rato

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Calidez || Miles MoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora