22: Adiós Nueva York

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Griffin miraba por la ventana de la que se había convertido en su habitación el último mes mientras reflexionaba sobre el aplastante paso del tiempo, y como este le recordaba a que sólo faltaban dos meses y medio para cumplir una edad mucho más seria que la actual. 

Le estresaban todos los procesos legales que se llevaban a cabo día con día, incluso cuando no los comprendía del todo. Las últimas semanas habían sido un vaivén de personas que él realmente nunca pidió; incluso hubieron ocasiones en las que las visitas de sus amigos no fueron bien recibidas, pero era algo que apenas si podía controlar.

A menudo se imaginaba a sí mismo escapando por una ventana del edificio, pero no le gustaba mucho imaginar el desenlace de aquello, pues lo único en lo que podía pensar era en que terminaría con otra aguja clavada en las venas.

Tampoco necesitaba algo así. Lo sabía, pero aún así era todo lo que transitaba por su mente.

"Tu situación es delicada, Griffin"

Palabras de parte de una abogada pública que lo tenía francamente harto con su actitud maternal. Al parecer, "delicado" se refería a una especie de limbo en el que se encontraba por seguir siendo menor de edad ante la ley, y además de eso, carecer de un tutor legal apto para proseguir con todos los procesos necesarios. Habían conseguido contactar a su tía en Italia, y según lo que escuchó de la conversación a murmullos de la abogada Richards con Anto, ella había accedido a ir a Estados Unidos a representarlo o alguna de esas mierdas. Ni siquiera quería saber qué pasaría con el hecho de que era hijo de nadie.

Le dolía la cabeza cuando trataba de encontrar la razón por la que seguía en el hospital aún estando completamente limpio desde hacía más de un mes.

Dejó salir un suspiro lleno de hartazgo cuando vislumbró la silueta familiar de la enfermera Palmer, una mujer joven de un carácter enérgico y amigable. 

—Buen día, ¿cómo amaneciste? 

—Bien ahora que te vi —. La agresividad que presentó las primeras semanas no dio resultado, pues los gritos y pataleos para que lo dejaran salir casi lo mandan directo al ala psiquiátrica; así que ahora optaba por una estrategia que conocía bien y que sólo pudo ser perfeccionada por los bordes rocosos y los callejones oscuros de las calles más delictivas en Brooklyn: el coqueteo. Eran recuerdos que odiaba tener, se sentía miserable cada que le era recordado lo bajo que cayó por simples químicos. 

Cómo sea, no es como si tuviera una novia que me reclamara, pensó con amargura. 

La enfermera hizo caso omiso al comentario del muchacho. Sus ojos esmeralda inspeccionaron por encima el aspecto del muchacho antes de acercarse con cautela a revisar los monitores que sondeaban sus signos vitales mientras hacía anotaciones sobre el portapapeles.

—Oye, llevo más de un mes sobrio...

—¿Y...?

—Y... ¿no crees que ya es tiempo de... no sé... dejarme ir? 

—Esa decisión no me corresponde. ¿Cómo sigue tu brazo?

El rubio resopló.

—Ya no me duele —. Respondió de mala gana. — Anda, muñeca, haré lo que quieras.

—¿Lo que quiera?

Una llamita de esperanza se encendió en Griffin, quien asintió frenéticamente, ¿será que sus encantos por fin estaban haciendo efecto en la mayor?

—Bien... entonces coopera —. La mujer sacó de uno de los bolsillos de su uniforme un frasquito y se lo extendió al de cabellos bicolores, quien rodó los ojos al tomar el frasco de plástico de mala gana. 

Calidez || Miles MoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora