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Hace dos años...

—¿Enserio no conoces la historia del reino mágico? —preguntó el hijo mayor a su hermano más pequeño—. Ven, siéntate.

El hermano menor le hizo caso y se sentó frente a su mayor. Quien parecía muy entusiasmado de contar esta historia...

—Sabes, esta historia la oí de unos ancianos una vez. Hace veintiún años... —el hermano mayor se rascó la nuca mientras sonreía y mostraba sus respectivos hoyuelos—. Como era solo un niño en ese entonces, probablemente lo dijeron al azar para que yo, que estaba muy aburrido, la oyera...

El hermano menor se interesó aún más.

—Hace veintiún años, oí la Historia de "el reino mágico", o el reino de la felicidad "Altanasia"...

—¿Por qué se llamaba así? —preguntó el menor mientras bebía de aquel té de hojas de mora que el mayor le había dado.

—Pues, los ancianos dijeron que en aquel reino todos eran felices, que allí todo era feliz —dijo bebiendo al igual que su hermano un té—. Y que todo se había vuelto aún mejor desde que nació el príncipe...

—¿Había un príncipe?

—Sí, ese día había nacido un príncipe. Un príncipe tan hermoso como la luna, era pálido y sus ojos eran azules de un oscuro muy llamativo, como el cielo nocturno.

—¿Y luego qué pasó?

—Me agrada que a pesar de que tengas 15 años te interesen este tipo de historias.

Su hermano menor solo sonrió.

—Dijeron que el príncipe no solo causaría la felicidad en el reino, sino también en todo el mundo para toda la humanidad entera.

—No entiendo... —se rascó la nuca y pasó su mano por su corto cabello—. ¿Cómo es posible que haga feliz a todos?

El mayor rió nuevamente mostrando sus hoyuelos y dejó aquella taza de té sobre la mesa.

—Pues... en aquel reino había magia, y es lógico que el príncipe también tuviera magia. Su magia y esencia llegaban a todo el mundo...

—Wow... pero ¿De dónde existe la magia? ¿Solo aparece..?

—Ese reino es la fuente de toda la magia y felicidad en el mundo, Innie... —El mayor volvió a sonreír y de pronto se levantó rápidamente de la mesa—. De hecho, ese día aquellos ancianos me regalaron una pequeña cruz de plata...

El hermano mayor se levantó y mientras entraba a su habitación hablaba.

—Creo que aún la tengo...

Revolvió varias cosas y luego volvió a su lugar con su hermano.

—¡Aquí está! —abrió su mano y en ella se encontraba una pequeña cruz de plata que brillaba—. Esta es la cruz que me dieron...

El hermano menor la miró y sonrió.

—Dijeron que no la perdiera, que me daría buena suerte por el resto de mi vida...

—Es muy bonita, Chris... ¿Alguna vez volviste a ver a los ancianos?

—Mmm... no, no en realidad...

—¿Crees que aquello exista realmente?

—¿Por qué no? —dijo el mayor mientras sonreía de manera tan amplia que se alcanzaba a ver sus alineados dientes y sus perfectos hoyuelos—. Siempre es bueno creer en lo que todos hacen parecer imposible. —Revolvió el cabello de su hermano dejándolo muy despeinado.

Se oía el crujir de la chimenea.

La habitación estaba sumida en un silencio profundo, solo roto por el suave susurro del viento que se filtraba por las rendijas de las ventanas. La luz de la luna, plateada y misteriosa, se colaba entre las cortinas, pintando patrones de sombras en las paredes.

Christopher se encontraba absorto en la historia de Altanasia, sus ojos fijos en la pequeña cruz de plata que brillaba en la palma de su hermano.

La habitación parecía vibrar con una energía especial, como si el aire mismo estuviera cargado de magia.

El mayor continuó su relato:

—Los ancianos decían que el príncipe de Altanasia tendría la capacidad de influir en los elementos naturales. El viento, por ejemplo, obedecería  sus deseos. En noches como esta, cuando la luna estaba en su punto más alto, el príncipe saldría al balcón de su torre y extendería los brazos. El viento acudirá a él, danzando alrededor de su figura, llevando consigo secretos y susurros de otros mundos.

Christopher imaginó al príncipe, con su piel pálida y ojos azules, parado en el balcón, la brisa jugando con su cabello oscuro.

¿Qué secretos habría compartido con el viento? ¿Qué historias le habría contado?

—Y la luz de la luna... —continuó el hermano mayor, su voz ahora más suave, como si estuviera revelando un secreto—. La luz de la luna en Altanasia no era como en ningún otro lugar. Era una luz que acariciaba el alma, que despertaba los sueños más profundos...

Suspiró.

—Se dice que si él príncipe camina bajo la luna llena, su piel se volvera translúcida, como si estuviera hecho de luz misma. Las flores florecerán a su paso, y los corazones de las personas se llenaran de esperanza.

Sonrió y miro a Jeongin.

—Te lo estoy contando tal cual lo oí aquella vez...

Christopher cerró los ojos e imaginó la escena: el príncipe caminando por los jardines del castillo, la luna bañándolo en su resplandor.

¿Habría amores prohibidos en Altanasia? ¿Habría encuentros secretos bajo la luz de la luna?

—Pero, como en toda historia mágica, había un precio. —El hermano mayor se inclinó hacia adelante, como si compartiera un secreto con Jeongin—. El príncipe no podía amar. Su corazón estaba destinado a permanecer solitario, pues cualquier amor que sintiera debilitaría la forma en la que distribuye su magia en todo el mundo, por todas las decadas. Y así, mientras Altanasia florecía, el príncipe sufriría en silencio..

Christopher miró la cruz de plata en su mano.

¿Era posible que la magia de Altanasia aún existiera? ¿Que la cruz fuera un enlace con aquel reino lejano? ¿Y si él también podía sentir la brisa del viento y la luz de la luna?

El hermano mayor se levantó y se dirigió a la ventana. Afuera, la luna brillaba con intensidad, como si estuviera esperando a alguien.

— ¿Crees en las leyendas, Christopher? —preguntó, mirando a Christopher con ojos brillantes.

El viento se volvió aún más intenso, y las hojas puestas en la mesa volaron fuera la ventana, alzándose casi en la luna.

Christopher sostuvo la cruz con más fuerza. La respuesta estaba en su interior, en la magia que latía en su corazón.

Oh...

Si tan solo Christopher hubiera botado ese objeto cuando pudo... quizás de esa forma estaría salvado del destino cruel que le avecinaba...

Aquel que lo llevaría a una guerra eterna, y interna...

𝐶𝑜𝑛𝑡𝑎𝑛𝑑𝑜 𝐿𝑎𝑠 𝐸𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora