25

29 18 7
                                    

En las profundidades del castillo, donde las sombras se entrelazan como amantes prohibidos, el Príncipe del Mal yacía en su lecho de ébano. Sus ojos, fríos como la luna sin luz, se cerraron lentamente mientras la oscuridad lo envolvía, otra noche sin luna llena los tormentos se hacian fuertes.

Justo cuando creía que el silencio lo abrazaría, una melodía suave y triste se filtró a través de las piedras húmedas, cruzando las mazmorras del calabozo hasta su habitación en lo alto.

Era Jeongin, el cautivo. Su voz, como un susurro de esperanza en un mundo sin sol, llenó el espacio con notas que parecían tejidas con hilos de nostalgia.

El Príncipe no podía apartar la mirada de la oscuridad que lo rodeaba, pero su oído estaba cautivo por la dulzura de esa canción. ¿Cómo podía alguien tan desdichado crear algo tan hermoso?

Las palabras de Jeongin se deslizaron como seda por los pasillos oscuros:

En la noche sin luna, mis sueños se desvanecen. Las estrellas se esconden, y mi corazón se vuelve un eco vacío. Pero aquí, en este calabozo, mi voz encuentra refugio. Canto para las almas perdidas, para los corazones rotos. ¿Me escuchas, Príncipe del Mal?”

El Príncipe no respondió, pero su pecho se apretó con una emoción que no podía nombrar. La voz de Jeongin era un faro en la tormenta de su existencia. Cada nota era un recordatorio de su soledad, de su eterna maldición. Y sin embargo, también era un bálsamo para su alma atormentada.

Las noches en las que Jeongin no cantaba eran las más desgarradoras. El Príncipe se retorcía en su lecho, acosado por voces invisibles que lo susurraban al oído. Susurros de traición, de venganza, de desesperación. Pero cuando Jeongin entonaba su canción, esas voces se desvanecían. Solo quedaba la melodía, como un hilo de luz en la oscuridad.

Quizás fue entonces cuando el Príncipe se dio cuenta de que estaba enamorado. No de la belleza efímera de Jeongin, sino de su voz, de su alma. Jeongin era su ancla en un abismo sin fin.  Minho es un ser oscuro, manipulador y narcisista, sí, a pesar de eso, existia Jeongin, un ser que lo hacía sentir humano.

Así que el Príncipe continuó escuchando. Se quedaba en las sombras de su alcoba, oculto, mientras Jeongin cantaba.

En esos momentos, el castillo dejaba de ser una prisión. Se convertía en un santuario, un lugar donde la añoranza y la desesperación se entrelazaban en una danza silenciosa.

El Príncipe del Mal no sabía si Jeongin lo amaba. Pero eso importaba poco.

Porque en las noches sin luna, cuando la voz de Jeongin llenaba el aire, el Príncipe se sentía querido. Sentía calidez. Y aunque su corazón seguía siendo un abismo, algo roto lleno de desesperación buscando llenar ese vacio destruyendo cosas preciosas..

Jeongin era la única luz que le permitía sentir calor en su alma...

A veces, incluso los corazones más oscuros encuentran un atisbo de redención en la melodía de otro.

Pero cuando esa melodía cesa, Minho se volvía de nuevo en aquel ser, la oscuridad lo volvía a consumir y su maldición volvía.

La maldición que atormenta al Príncipe del Mal es más antigua que los muros del castillo que lo aprisionan.

Se dice que fue tejida por las sombras mismas, un maleficio que se arraiga en su linaje oscuro y se alimenta de su propia desesperación.

La Maldición de los Lee, es una leyenda en la época actual de Christopher, pero ahora es la realidad.

Cuenta la historia de un príncipe que, en un arrebato de ira y venganza, lanzó un maleficio sobre la segunda generación de su linaje. Las razones detrás de esta maldición no están claras, pero susurran que fue porque uno de los hijos del príncipe rompió su promesa antes de luna llena, la promesa mas que juramento era un pacto de sangre...

Desde entonces, los Lee han cargado con una serie de calamidades y tragedias, como si la maldición se hubiera adherido a su sangre. Cada uno siempre caía en una obsesión de cualquier cosa, estaba un rey III que se había obsesionado con el oro, otro con las sirenas... Y a cada uno de ellos, lo termino matando eso que fue su obsesión..

En este caso, este nuevo linaje y dinastía, la obsesión de Minho es todo lo que parece brillar, sea una persona, un objeto, un sonido o un animal. Si brilla entre todos los demás, se volverá suyo..

El Príncipe del Mal, descendiente de una línea similar de realeza oscura, atrapado en una telaraña de desdichas. Las voces invisibles que lo acosan en las noches sin luna son parte de esta maldición. Cada susurro es un eco de traición, venganza y soledad. Las voces no tienen forma, pero su presencia es palpable. Se entrelazan en su mente, como hilos de veneno.

La Voz de la Traición le recuerda los pactos rotos, las alianzas deshechas. Nombres de aquellos que confiaron en su dinastía y luego lo traicionaron flotan en el aire.

—¿Recuerdas a Eliza?—murmura—. Ella casi te envenena.

El Príncipe aprieta los puños, sintiendo la traición como un cuchillo en su pecho.

Lo peor de todo, es que varias de esas voces no habían tenido nada que ver con Lee, solo con sus ancestros que ya no estaban y acosaban a su actual heredero.

La Voz de la Venganza también se hace oír. Le insta a buscar represalias, a derramar sangre en nombre de su dolor.

—¿Por qué no los aniquilas a todos?

Le dice. Pero el Príncipe sabe que la venganza solo lo hundiría más en la oscuridad.

Y luego está La Voz de la Desesperación, la más dolorosa de todas. Le recuerda su soledad, su eterna maldición.

Nunca serás amado—le dice—. Estás condenado a vagar en la penumbra para siempre, te has convertido en un ser más despreciable que tus padres.

El Príncipe se retuerce en su lecho, luchando contra la opresión de esa voz.

Pero cuando Jeongin canta, las voces se desvanecen. La melodía de Jeongin es un escudo contra la locura. Por un momento, el Príncipe se libera de su tormento. La voz de Jeongin lo envuelve como una manta cálida, y por un instante, se siente humano otra vez.

Así que el Príncipe sigue escuchando, noche tras noche. Porque en la canción de Jeongin, encuentra un respiro, una tregua en su batalla interna. Las voces invisibles pueden acosarlo, pero Jeongin es su ancla en la cordura. Y aunque el amor sea un lujo peligroso para un ser oscuro como él, no puede evitar aferrarse a esa luz en la oscuridad.

𝐶𝑜𝑛𝑡𝑎𝑛𝑑𝑜 𝐿𝑎𝑠 𝐸𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora