Cap.17

10 0 0
                                    

𝐃𝐚𝐫𝐢𝐨

Cuando Gabriel llegó la comida ya estaba en la mesa. Vi como Alana lo abrazaba feliz, Nathan le saludó como un amigo común y yo solo le hice un gesto con la cabeza. Él se sentó al lado de Alana, frente a mí y empezaron a hablar, sin parar. No era muy consciente de que hasta que Nathan me sacó del trance.

-¡Darío! -Me golpeó en el brazo.- Que me pases el agua.

Lo miré mal y él retrocedió un poco. Se la di y noté como Gabriel me miraba.

-¿Qué?

-No nada... -Se giró hacia Alana y siguieron hablando.

Toda la comida fueron ellos dos. Hablando, susurrándose cosas, cómplices. Como si solo estuvieran ellos dos en la mesa. Tan idiotas ambos que me planteé la pareja que hacían. Cuando se levantaron y fueron al garaje me senté con Nathan en el sofá.

-Vamos, juguemos un rato al Mario Cars anda. -Me dio un mando.

Estuvimos jugando por horas. Pero no gané ninguna partida, y me dio igual. Solo pensaba en él dichoso reloj que me marcaba las horas que Alana estaba pasando con ese tío en MI garaje, que me recordaba que todavía no habían salido ni a por algo de beber y que estarían arreglando esa dichosa moto juntos, pegados el uno al otro...

-Vale ¿Qué carajos te pasa? -Dijo Nathan mirándome mal. -Es más que obvio que estás raro.

-No me pasa nada.

-Claro, entonces me vas a negar que desde que sabes que Gabriel y mi prima salieron no actúas como un idiota. -Eso me dejó sorprendido.- Por dios Darío no estoy idiota. Durante la comida no dejabas de mirarlos, en silencio. Sin apartar la mirada y casi clavándote los cubiertos en las manos de lo fuerte que los sujetabas. Y ahora en vez de enojarte por perder solo miras el reloj impaciente y la puerta del garaje.

¿Tanto se me notaba? Joder, menudo idiota.

-¿Acaso te gusta Alana?

-¡No! -Lo miré. -Es solo que estoy distraído, el sábado tengo pelea y no me dejan practicar porque se la pasan juntos ahí.

-Es tu casa, diles que se vaya entonces.

Me levanté y fui a la puerta del garaje pero al abrirla vi a Gabriel a escasos centímetros de los labios de Alana. Quería golpearlo, tanto que cerré los puños. Alana me miró y se separó al instante.

-Largo de mi casa.

-¿Qué? No, aún tenemos que arreglar los frenos... -Dijo Gabriel.

-Si tienen tiempo para besos es porque ya terminaron. -Lo saqué fuera del garaje, empujándolo por el salón hasta la entrada de casa.-Hasta mañana. -Le cerré la puerta en las narices.

Me sentía tenso pero bien, más relajado. Sonreí pero al darme la vuelta vi a Alana mirarme furiosa y acercarse a mí.

-¿Qué coño te pasa? ¿Eres idiota?

-Perdón por no querer que transformes mi garaje en un burdel.

Ella abrió los ojos como platos y Nathan en el sofá nos miraba sin creerlo.

-¿Perdón? ¿Quién te crees idiota?

-El dueño de la casa.

-Exacto, solo eres el dueño,no eres mi padre.

-Tal vez si lo hubiera sido te habría criado mejor.

Alana cambió su expresión facial, está vez más tranquila y se echó hacia atrás. No me di cuenta de el daño que le había creado eso hasta que habló.

-Eres un gilipollas. No vuelvas a hablarme en tu puta vida. -Tenia los ojos llorosos y llenos de odio. Dicho esto subió a su habitación.

La miré sintiéndome mal y me volví a sentar. Suspiré bajo y miré la televisión.

-Eso le dolió. -Dijo Nathan.

-Me di cuenta.

-Tenias que haberte callado, no la conoces como para hablar de nuestra familia...

Harto de la charla me levanté.

-Voy a la ducha. -Subí las escaleras y me metí a duchar.

Cuando bajé de la ducha las luces estaban apagadas, lo único que estaba encendido eran las luces del garaje. Cuando abrí la puerta del todo vi a Alana cubierta de grasa, con la moto a medio montar y cabreada.

-¡Joder!

Me reí y ella al girarse me miró mal.

-¿Tan complicados son los frenos? -Sonreí.

-Déjame en paz.

Me acerqué a ella.

-Entonces...¿No aceptas mi ayuda como disculpa?

Me miró vacilante y sonrió un poco.

-Vamos a ver qué sabes hacer niño pijo.

-Ok...¿Qué hago?

Me estuvo explicando y acabamos más rápido de lo que creía.

-Alana...lamento haberte dicho eso, no sé porque te dolió tanto y no hace falta que me cuentes el porqué.

Siempre fuimos nosotros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora