Cap. 4

16 1 0
                                    

𝐀𝐥𝐚𝐧𝐚

Entramos a ese espacioso garaje y... ¿¡Estaba vacío!? Lo único que había era un saco de boxeo en una esquina.

-¿No tienes ni una mísera bicicleta? -Miré a Darío.

-Nop, puedo ir andando a los sitios que necesito ¿Para qué gastar dinero? -Se encogió de hombros.

-¿No te gustan los coches ni las motos ni nada?

Hizo una mueca pensando y me miró. Miré a otro lado casi al instante, cada vez me gustaba menos que me mirara así.

-No es que sea mi hobby favorito.

Miré a mí alrededor y vi el saco de boxeo.

-¿Pero el boxeo sí?

-Boxeo, trabajo en eso. -Lo miré y seguía con la mirada fija en mí.

-¿Porqué me miras tanto?

-¿Porqué te pones tan nerviosa?

Iba a contestarle pero los chicos vinieron. Nos pusimos a mirar la moto. La levantamos y me puse debajo para mirar algunas cosas. Le iba pidiendo herramientas a Gabriel hasta que escuché la puerta cerrarse.

Salí de debajo de la moto y al levantarme me encontré con los ojos de Darío a centímetros de mí. Noté mis mejillas coloradas y lo vi sonreír.

-¿Y los demás? -Lo miré pero él no se apartaba.

-Han ido a por las pizzas. -Notaba su voz tan cerca de mi que por un momento pensé que estaba tan cerca que si se acercaba un poco más me besaría.

No era verdad, no estábamos tan cerca pero no sé porque me sentía nerviosa al estar así. Lo fulminé con la mirada para hacer que se apartase pero no lo hizo. No hasta que entraron los chicos. Ambos nos giramos a verlos y los tres nos miraron con cara de confusión.

-¿Qué hacéis? -Vi como Nathan le echaba una mirada de enfado a Darío.

-Nada, solo hablábamos. -Dijo él.

Se levantó y miró las pizzas. Nathan me miró a mí con cara de confusión y yo alcé los brazos. Me levanté y fuimos a la cocina a cenar.

Tenía una encimera de mármol negra tan grande que me hizo sentir pequeña. Me senté en la encimera y me puse a comer. Todos los demás estaban sentados en los asientos y Darío me miraba con cara de confusión. Lo miré y ví como me gesticulaba con la boca la palabra "salvaje", le saqué la lengua y sonrió. Los demás estaban hablando entre ellos y apenas se dieron cuenta.

Cuando pasó un rato los chicos se fueron y Darío y Nathan se quedaron en el salón. Yo me quedé en el garaje un poco más y lo hice mío. Darío entró y al verlo me miró.

-¿Qué coño has hecho?

-No lo utilizas, y seguro que yo le doy un buen provecho.

-Es mi casa, no la tuya. -Se cruzó de brazos.

-Dijiste que podía quedarme y que era muy grande, solo ocuparé una habitación y el garaje. Anda niño pijo. -Lo miré mientras me quitaba la grasa de las manos.

-No soy pijo, me he ganado esto -Se acercó a mí y yo me eché hacia atrás. - así que no te pases.

-Que pena, con lo que me gusta pasar los límites. -Sonreí.

-Lo sé temeraria. Pero este es mi territorio no el tuyo. -Acarició mi mejilla y le di un manotazo.

-¿Qué coño haces? -Lo miré mal.

-Tenias grasa en la cara. -Me enseñó su dedo con una mancha negra y puso una sonrisa tan insolente que quise golpearle la cara.

Me odié a mí misma por ponerme así y me alejé.

-Es tarde, vete a dormir. -Me dijo.

-Mañana trabajo por la tarde, puedo dormir todo lo que quiera por la mañana.

-Está bien, haz lo que quieras. -Lo miré y nuestros ojos se encontraron, nos quedamos así un rato que para mí se me hizo demasiado corto.

-Iré a dormir ¿Me dices cuál es mi cuarto?

-Hay cuatro, los dos primeros son el de tu primo y el mío, escoge el que quieras. -Se fue.

Me pareció un idiota pero lo dejé para otro día y me fui a la primera habitación que pillé.

Era inmensa, igual de grande que todo mi piso aunque no era muy difícil. La cama tenía dosieres muy gruesos, si no tuviera aire acondicionado en verano moriría de calor. Había dos puertas en la habitación además de por la que había entrado, una era el armario y la otra el baño. Me puse el pijama y me quedé dormida en cuanto rocé las sábanas de la gran cama.


Siempre fuimos nosotros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora