La varita elige al mago

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Agosto, 1892


La mañana llegó con unos pocos rayos de tenue luz que atravesaron por el ventanal. Desde el viejo árbol que daba hacia la ventana se escuchó el canturrear de una ave mezclada con el amortiguador sonido de un temporizador mágico que había instalado la noche anterior. Era una de las tradiciones que durante el cumpleaños y los días posteriores el celebrado tuviera permiso de dormir una o dos horas más de lo habitual. Albus hizo lo primero.

El niño, que antes transitaba plácidamente por el hogar de los sueños en aquellas sedosas sábanas, despertó bruscamente para luego detener el sonido con un sórdido golpe y ver la hora. Cayó en cuenta de la realidad del día y del silencio abrumador en la habitación. La cama de su hermano estaba vacía y ya ordenada, y seguro le estaban esperando afuera en el jardín. Después de la muerte de su padre, todo se había vuelto tan gris en casa, pero su madre se esforzaba por hacer ese día especial como los años anteriores.

El pequeño se sentó y bostezó con energía. Tenía las mejillas rozadas con unas leves marcas de la almohada en el rostro y traía el pelo rojizo revuelto. Bajó aún con la pijama puesta hasta el primer piso y se dirigió a cocina donde le esperaban unas galletas recién horneadas y un pastel de limón, mientras tanto afuera se oían unas conversaciones difusas.
Albus amaba las fiestas y ser el anfitrión de ellas; siempre tenía algo que decir en esas ocasiones para avivar los ánimos. Chasqueó los labios y cogió la parte que le correspondía para el desayuno y salió al exterior donde le esperaban en la mesa. Su madre en la cabecera, su hermano y hermana a cada lado alrededor de un pastel y velas.

-Acércate a tu familia, cariño -la voz de su madre lo llamó con un ápice triste que intentaba ocultar de una familia irremediablemente rota, pero que aún sonreía para sus hijos. Ariana estaba feliz, ambos disfrutaban de los pasteles de limón. Albus se sentó en el otro extremo de la cabecera y en familia se reunieron a desayunar. Ese día estaría lleno de sorpresas... El día anterior había recibido su carta y durante ese día iría a comprar lo necesario para sus estudios.

-¿Cómo crees que será Hogwarts? -preguntó Ariana, mientras comían. -¿Piensas que sean agradables personas?-.

Albus más de una vez se había encontrado fantaseando con pisar el viejo castillo y comenzar sus estudios. Los ojos le brillaron como nunca y se detuvo a meditar su respuesta: -Debe sentirse como un segundo hogar. -respondió con una cálida sonrisa- Un lugar que te permitirá aprender mucho y poner a prueba tus capacidades. - cuando finalizó su madre tocia ligeramente y Albus sintió que quizá había dicho más de lo que quizá debía o eso consideró interpretar por la situación actual de Ariana, no era conveniente ilusionarla, al menos aún.

El desayuno transcurrió tan silencioso y tranquilo como de costumbre y pronto Kendra mando a la elfina a retirar los utensilios de la mesa para salir con Albus.

-Ve a cambiarte para ir a Callejón Diagon-le dijo, y Albus obedeció de inmediato, mientras le señalaba a Aberforth que cuidara de Ariana mientras se ausentaban, indicándole que no abriera a nadie.

Albus guardaba sus escasos ahorros en una pequeña bolsa que en ese momento y cuando terminó de vestirse la puso en su bolsillo. Tenía lo suficiente para comprar una varita y tal vez un par de libros de texto que eran nuevos en el plan de estudios de este año. El resto de sus libros serían los viejos de sus padres. No quería darle mayores gastos a su madre. Tendría que arreglárselas con lo poco que tenía.

Madre e hijo se reunieron en la antesala y se dirigieron a la chimenea, donde cada uno tomó un poco de polvos de la bolsa para luego desaparecer en una masa de llamas verdes. Abeforth y Ariana siguieron hablando porque sus voces aún se escuchaban, aunque ya lejanas.

-Compraremos primero tu varita, Albus -le dijo Kendra- ya veremos después que nos alcanza con lo siguiente...

Todos en la familia eran conscientes de la situación económica que atravesaban y las deudas que tenían desde que solo ella era el pilar de la casa, pero Albus sintió algo de orgullo al poder confiarle la bolsa y la pequeña cantidad de dinero que le permitía costear sus gastos, para que ella no tocara un solo peso.

- No hará falta que te preocupes, madre. No por ahora. - dijo. -¿Dónde queda Ollivander? Muero de ganas por ya tener mi varita.

La mujer lo miró con asombro y luego con una sonrisa fraterna guardó la pequeña bolsa que se disponía a gastar de los ahorros y entonces le señaló el camino. Albus en su esencia infantil e inmadura, echó a correr apenas vio el local. El olor a madera vieja lo golpeó detrás de la puerta y sentado detrás del mostrador estaba un anciano mago; tan anciano como aquella tienda.

Gerbold Ollivander se fijó en que tenía las rodillas de su túnica sucias y lo acompañaba una mujer alta y de aspecto severo, con el aspecto de quién no acepta tonterías.

-Albus, te dije que no corrieras en la calle -lo regañó mientras cruzaban el umbral-. El artesano miró al chiquillo con curiosidad y Albus se apagó a su madre.

-Buenas tardes, señor Ollivander. -saludó -Venimos a comprar una varita para Albus, entrará a Hogwarts este año.

Ollivander sabía quién era esa mujer: Kendra Dumbledore. La esposa del loco que había atacado a esos chiquillos muggles. Un escándalo mayúsculo. Sin embargo, el chiquillo parecía normal. Gerbold había visto a muchos de su edad. Sin embargo, no podía evitar preguntarse si el niño habría heredado las tendencias violentas de su padre. Pero no dijo nada, no era su deber juzgar a nadie, mucho menos a un niño.

-Con que vienes a ver tu varita - se adelantó a responder inclinándose hacia el niño que era ya bastante alto y delgado.

-Así es, señor. -respondió. Tenía curiosidad de cómo sabría cuál era la suya, pues jamás tuvo a ciencia cierta una respuesta de como era esa elección. -¿Cómo sabré cuál es la indicada para mí? He leído que ellas eligen al mago, pero eso tendría que llevarme mucho tiempo, ¿no cree?

La pregunta sorprendió al mayor, pero como sabio conocedor del arte de las varitas tenía la respuesta. - Lo sentirás, apenas la tengas, pequeño. Las varitas son únicas y sus variantes dependerá del material del que están diseñadas y del mago o bruja que las porte, así como el momento en que es suya. Tal como somos seres cambiantes, la varita puede cambiar de lealtad en algún momento. Será elección suya si ella le acompañará siempre -respondió.

La respuesta despejó un poco el mar de dudas acerca del tema y agradeció. Luego se dio vuelta para arrastrarse a las profundidades de las cajas de varitas.

-Déjame ver cuál podría ser para ti-. Ollivander se apartó y el niño lo miraba desde la distancia y se acercó con la primera varita. Abrió la caja turquesa y plateada que contenía la primera varía de pelo de unicornio, diez y un cuarto de pulgada, flexible, y la agitó por inercia, provocando zumbido entre las cajas, apilándose y lanzándose sobre el mostrador.

-¡Veo que no!

Eventualmente, el vuelo frenético se asentó con una sola caja negra en cada pila. Ollivander salió, con el pelo revuelto y las gafas colgando de su bolsillo, y volvió a colocarlos en la punta de la nariz y le hizo una seña a Albus, mientras le dejaba otro par de varitas encima.

-Adelante- dijo, señalando la pila de cajas frente al joven. Albus las miró. Era difícil elegir entre una. Tomó una caja de color rosa brillante, un poco desconcertado por el color. Mientras quitaba la cubierta, Ollivander susurró: -Madera de ébano y núcleo de cola de fénix - con una pausa después de cada palabra- Suelen poseerlas aquellos que tienen el coraje de ser ellos mismos. Con frecuencia inconformistas y personas individualistas, pues suelen aferrarse con fuerza a sus ideales. Ideal para combates...

Albus tentado por la descripción y la curiosidad, le dio un toque experimental y la sostuvo en su mano con firmeza y de ella sintió una suave brisa que recorrió sus mejillas.

-¡Eso es todo! -dijo Ollivander alegremente- esa varita suya.

Los Secretos de DumbledoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora