Minerva McGœnagall

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Era fin de semana y personalmente, Dumbledore disfrutaba mucho caminar por los pasillos y conversar con algún estudiante. Muchos estudiantes- en su mayoría de Gryffindor- solian acercarse al profesor mas joven para hacer consultas o conversar acerca de la vida misma, teniendo con certeza que el profesor Dumbledore hallaría una palabra de aliento o algún consejo.

El ambiente era alegre después del triunfo en la Copa de quidditch y no comprendió por qué un salón de clases estaba ocupado un día domingo. Podía tratarse de alguna pareja ocultándose del resto o algún profesor, pero nadie tenia permiso de usar las salas un domingo sin supervision.

Albus se aproximó a la puerta y empujó ligeramente observando a una estudiante que aún vestía el uniforme de Quidditch y en su espalda se leía su apellido. La señorita McGonagall permanecía sentada en el pupitre de madera de la sala con estanterías repletas de libros y dos pizarrones. La sala estaba únicamente destinada a los alumnos de quinto y séptimo, pues la biblioteca habitualmente la ocupaban alumnos más pequeños que no tenían consideración alguna por los que debían de estudiar de verdad.
Albus dedujo que estaba estudiando, y se acercó cuidadosamente.

—Disculpe que la interrumpa—saludó cordialmente. La muchacha levantó la cabeza sorprendida— Sospecho que después del partido no le dio tiempo de comer y fue cuando tomo el camino para llegar aquí.

—Sí, lo lamento profesor —se disculpó. —Se que no debería estar aquí, pero había mucho ruido en la sala Común.

— No se preocupe. Aunque eso no quita que no deberíamos estar aquí manteniendo esta charla. —contestó Albus— ¿Qué estudia? — preguntó. —Quizá no sea necesario que termine hoy.

— Estudio para los TIMOS, profesor — respondió. —y disculpe, pero me gustaría quedarme un poco más si usted me lo permite — solicitó la muchacha— Los exámenes están a la vuelta de la esquina y no me gustaría bajar mis calificaciones. Le prometo que no volverá a ocurrir y cuando termine levantaré mis cosas y me iré de aquí.

— Esta bien — dijo tras meditar un poco— No es necesario. Por supuesto que puede quedarse, pero solo por esta vez—dijo finalmente con una sonrisa amigable—. Usted es una excelente alumna y una talentosa jugadora, confío en usted, pero no olvide que durante la cena servirán unas exquisitas tartas de melaza, y no creo que quiera perdérselas —Dumbledore sonrió por detrás de sus gafas con forma de media luna.

— Claro profesor, gracias. —McGonagall sonrió. —
Gryffindor iba en cabeza en la Copa de Quidditch y segunda en la Copa de las Casas, el profesor Dumbledore la había felicitado.

Los Secretos de DumbledoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora