Nuevos Ataques

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Aberforth rascó distraídamente la cabeza de su cabra favorita mientras en el amplio jardín trasero, mientras las nubes de tormenta se acumulaban sobre él en una ominosa tristeza, haciéndo eco a su estado de ánimo.

Era el primer día de vacaciones y los Dumbledore tenían comenzaban a disfrutar de hacer lo que más les gustaba; para Albus era continuar estudiando y para Aberforth el placer estaba en volver a estar con sus queridas cabras.

Sin embargo, Ariana no había mejorado con el tiempo y Kendra parecía cansada, cansada por la doble tensión de mantener a Ariana fuera de la vista y cerrar los oídos a los susurros que la seguían de tienda en tienda acerca de Ariana y la posibilidad de que fuera una squib.

La cabra golpeó con impaciencia a Aberforth y este la agarró de los enormes cuernos y los agitó afectuosamente.

—Está bien, Morpheus, está bien. Estoy siendo tan útil como Albus, ¿no? Bien podría estar atrapado en mi habitación como él, escribiéndole a la gente.

Abeforth se puso de pie y la cabra hizo cabriolas encantada y corrió hacia atrás unos pasos. Se trataba de un viejo juego entre ellos y se despidió de ella antes de cruzar corriendo el césped para abrir la puerta trasera y correr hacia la cocina.

Kendra estaba encogida en un rincón, mientras Ariana estaba parada en el centro de la habitación, balanceando los brazos salvajemente. Con cada golpe, parte de la vajilla del tocador se hacía añicos y el suelo ya estaba medio cubierto de fragmentos rotos.

—Fue lo repentino— jadeó Kendra. —Estaba parada junto a la ventana y el relámpago le dio directamente en los ojos.

Aberforth asintió, con los ojos fijos en su hermana. Le tendió las manos a Ariana, con las palmas hacia arriba, y canturreó suavemente. —Está bien, Ariana. Está bien, cariño. Todo va a estar bien.

Ariana lo miró fijamente, con sus ojos normalmente vacíos, salvajes y aterrorizados. Volvió a agitar los brazos y más platos cayeron al suelo.

—Ariana, cariño, está bien. No hay nada de qué asustarse. Ven a Aberforth, cariño. —la llamaba con un paso cauteloso hacia su hermana, sabiendo que si se movía demasiado rápido, su terror se volvería hacia él. Ella retrocedió.

—Vamos, Ariana– insistió con dulzura. –Soy yo, Aberforth. Sabes que no te haré daño. Estás a salvo aquí.

Su tono de voz era el mismo que Ariana le había oído usar con las cabras muchas veces durante sus terrores lunares, y parte del salvajismo abandonó sus ojos.

—Así es, Ariana— la tranquilizó Aberforth, al sentir el ligero alivio de su tensión. —Solo relájate, cariño; estás a salvo. Nadie te hará daño.

Él arriesgó otro pequeño paso hacia ella, y esta vez ella no se alejó. Él le tendió una mano y ella la miró fijamente sin comprender. Aberforth ya estaba acostumbrado a las fases de sus arrebatos, y este vacío era una secuela típica de la ferocidad. Exhaló un suspiro de alivio. Ella estaría bien ahora, pero necesitaba alejarla para poder hablar con su madre.

—Vamos, Ariana. Estás cansada, ¿no? Ven conmigo y te llevaré arriba.

Ella lo acompañó dócilmente, y el vacío se convirtió en cansancio, como solía ocurrir. Aberforth la convenció para que fuera a su dormitorio y la mimó, finalmente corrió las cortinas y la dejó descansar en la penumbra.

De vuelta en la cocina, se enfrentó a Kendra y alzó la voz por encima de la lluvia que golpeaba la ventana.

—¿Es esta la primera vez que reacciona así ante una tormenta?— le preguntó Aberforth para aclarar sus sospechas.

Los Secretos de DumbledoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora