Fawkes

5 1 0
                                    

“Querido, Fawkes.
Espero haber hecho de tu vida más feliz de lo que podías haber sido el día que decidí cuidarte. Admito que sigo siendo egoísta, pero en tu nuevo renacimiento hallarás completa libertad. Gracias por tú compañía".

1. La muerte de Credence

Aún recuerdo cuando aquel día particularmente con el cielo enrojecido de furia, te vi emprender el vuelo sobre nuestras cabezas con dificultad, como si el peso de tú perdida lo cargabas sobre tus pequeñas alas. Sufrías por Aurelius y ahí estaba nuevamente mi culpa por querer hacer lo correcto, pero no hecho lo suficiente para salvar a otros. Estabas tan pequeño todavía, pues hacía mucho tiempo en que habías experimentado tú último proceso de cambio rejuveneciendo de tus propias cenizas.

—Debo hacer algo. — observó el magizoologo — Aún está muy pequeño para poder sobrevivir, aunque no dudo de que su instinto de supervivencia siendo capaces de cuidar de sí mismos dada su inmortalidad, necesitan serlo.  — dijo esta vez intercambiando miradas con Albus, ajeno a todo lo que estaba pensando y sintiendo Albus en ese momento.  — Lamento tanto que le haya tocado ser testigo de su primera muerte.  ─dijo con tan sensibilidad en la voz quebrada que a Albus le erizó la piel en el minuto que le prestó atención.

No podía dejar de reflexionar en el fatídico destino de Aurelius, y en su relación irremediablemente rota con Abeforth y la relación nunca había estado tan rota como ahora. El secreto y el engaño, había calado hondo en la herida ya abierta de su hermano y él sabía que esto seguramente no tendría ningún reparo, pues desde antes la relación había estado irremediablemente rota. Había mantenido con vida al chico y este había sido recompensado con el afecto que se le había negado. Le había dado a su hermano el hijo perdido y a el chico un padre al cual querer para permitir salvarse ellos mismos hasta que el momento preciso. Su forma de manejar toda ya no tenía limites, era cierto. Ahora sólo debía pretender que nadie más supiera. Disminuía su culpa un poco al saber que Aurelius se había ido sin enterarse de la verdad para evitarle el dolor, aunque ahora solamente quedaba la relación entre ambos hermanos rota. “¿De verdad te habías encariñado con él?”, quizá era evidente y era razonable que Abeforth ahora le odiara más y jamás quisiera recordar al muchacho, pero Albus tenía una forma cruda de honrarlo con ese ser inocente que había ocupado un lugar en su corazón durante todo ese tiempo.

— ¿Crees que podamos ayudarle? — preguntó Albus preocupado. Confiaba plenamente en el magizoologo y que este buscaría la forma de rescatarlo y quizá podrían darle un mejor destino a la criatura.

— Lo hará, espero que sí. Seguro le afectará la muerte de Aurelius, pero confío en que podrá superar esta carga tan pesada con afecto. ¬ respondió¬─ Los Fénix no son muy diferentes a las criaturas que he tratado, Albus. Aunque los Fénix pueden llegar a ser bastante independientes gozan de más sensibilidad e incondicionalidad en cuanto a la persona que eligen acompañarlos, aunque esto no es muy común hoy en día. ─aclaró esto último ya que los fénix no se veían frecuentemente con magos o brujas. Esta había sido una excepción. Ellos ─ ellos suelen elegir a donde o a quien permanecen. Se quedan por elección propia. — expresó Newt acercándose lentamente hacia dónde descansaba la pequeña ave, ajustándose los guantes que usaba para el frío para tomarlo con delicadeza.

Albus ladeó la cabeza viendo cómo el pequeño estaba en sus palmas y quiso tomarlo en sus manos con cuidado.

— ¿Me permites? — inquirió inspeccionándolo detenidamente, aunque fascinado con tenerlo entre sus manos. — Parece que lo sintiese. — murmuró suavemente, acercándolo a su rostro, poniéndolo casi en la punta de su nariz—. Ahora que lo mencionas, alguna vez creí leer algo sobre ellos. — dijo exhaustivamente— Las varitas de plumas de fénix son siempre las más exigentes cuando se trata de propietarios potenciales, ya que la criatura de la que se sacan es una de las más independientes y separadas del mundo, por lo que estoy de acuerdo en que tenemos a nuestro lado a una criatura que debe ser mirada como más que una simple mascota. —expresó acariciándole con la yema la cabecita.

—No lo pudo expresar mejor, profesor. — concordó Newt. — pero aún no entiendo a qué viene todo esto, con todo respeto.

—Hablo de su valor especial, Newt. — respondió con tranquilidad, sin apartar su mirada del contrario y sin retirarle el cariño.  ─Me siento en deuda con él. ─señaló mirando esta vez al magizoologo. ─Podría cuidarlo bajo tu supervisión en la escuela, sin pretender domesticarlo obviamente, hasta que él pueda reponerse y elegir su nuevo hogar. Es lo menos que puedo hacer por él luego de haber compartido durante este largo tiempo. A menos que decidas llevarlo contigo.

Newt no puso en duda de que Albus podría cuidarlo bien. Era su profesor, el mentor y siempre había demostrado gran cariño por las criaturas. El magizoologo le aseguró que estaría con él mientras aprendía a cuidarlo hasta que fuera lo suficientemente fuerte, pero el fénix a pesar de tener un lugar donde descansar, jamás se fue, decidió quedarse.

Por años, Dumbledore le tocó ver muchas veces la muerte y renacimiento de Fawkes. Al comienzo de su amistad no era solo por compañerismo, sino también por investigación, específicamente la investigación del renacimiento después de la muerte, pero poco a poco la unión se hizo más fuerte y en él recordaba los grandes eventos del pasado. ¬Había aprendido que los fénix podían transportar cargas muy pesadas como la pérdida de un ser amado ya que ellos tenían inmortalidad, así como también aprendió que sus lágrimas tenían poderes curativos.

                          2. Fawkes

Fawkes, era un fénix especial. Uno muy hermoso que vivió durante décadas en el castillo de Hogwarts. Desde que el profesor Dumbledore había vencido a Gellert, y había asumido como director. Toda persona que entraba a su despacho admiraba la belleza del animal. Había veces en las que él mismo se sorprendía mirándolo, por eso, no le extrañaba aquella reacción por parte de los otros. Sobre todo, de los alumnos que, cuanto más pequeños, eran más sorpresa generaba.

Dumbledore admiraba a aquella fascinante criatura. Que su patronus, correspondiera a esa magnífica ave, no era mera coincidencia, y era recíproco. Fawkes seguramente si hubiese podido hablar, seguramente le hubiera agradecido por cuidarlo, mimarlo, alimentarlo y, por qué no, por haberle confiado algún que otro secreto.

—Tú no dirás nada, ¿no, Fawkes? —solía decir. El animal sacudía sus plumas, moviendo el cuello.
Pero algún día él debería partir como su primer dueño y aunque jamás lo regalaría a nadie, esperaba que Fawkes pudiera decidir una vez más su camino.

3. Fidelidad

Hubo una noche en que Dumbledore no había regresado. ¿Dónde estaba?, tenía hambre y no le quedaban más jibias de las cuales alimentarse. Era raro que él no haya regresado, pero tal vez había ido a buscarle comida y algo lo había retrasado. El rugido de la puerta al abrirse resonó por la habitación ingresando esta vez McGonagall.

—Albus Dumbledore ha muerto —anunció la mujer a los retratos allí colgados. El murmullo de sorpresa mezclado con tristeza se hizo presente. Moviendo su varita, la profesora hizo aparecer un cuadro. Allí, durmiendo contra el marco, ocupo un lugar, Albus Dumbledore. Fawkes lo comprendió, él había estado presente cuando el profesor Dippet había fallecido. Lo mismo, ahora, había pasado con su nuevo amo. Fawkes lanzó, el primero de sus tristes lamentos y Minerva no pudo evitar llorar con él.

Todo el mundo lo escuchó. Todos oían el canto más triste que jamás oirían. Fawkes volaba abandonando su castillo para siempre. Sin dejar de emitir su lamento, expresando su tristeza. No era su amo quien había muerto. Era su mejor amigo y todo el mundo, incluidos los fénix, lloran con la partida de su mejor amigo. Así como su memoria recordaba a Credence, también ahora llevaba el lamento de Albus. Sus lágrimas tenían poderes curativos, sin embargo, no podían curar el dolor de una pérdida así.

Fawkes voló lejos. Cruzó océanos, sierras, desiertos, llanuras y selvas. En el pico de una alejada Montaña, se cobijó y se consumió en cenizas. Renació de ellas, como tantas otras veces, pero era diferente. Al abrir sus pequeños ojos, no se encontró con la cálida mirada azul de Dumbledore, sino con el gris más opaco que jamás vio. Fawkes, ahora pichón, lanzó un triste y agudo lamento.
Cuenta la leyenda que su llanto era más intenso en las noches como en la que Dumbledore murió. Los pobladores, al pie de esa montaña, lloraban con él porque nada expresaba tanta tristeza como aquel sonido que, esos habitantes, no sabían de donde provenía, pero podían describirlo como el de un dolor infinito. Lo cierto es que cada cierto tiempo, Fawkes se dejaba ver volando en los cielos de Hogsmeade y rondando de cerca el castillo.

Los Secretos de DumbledoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora