La señora Bagshot

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Era de noche, y él estaba en un pequeño dormitorio, desprovisto de adornos y con apenas una cama como único mueble. Las paredes, no obstante, estaban pintadas de colores muy alegres.
Aberforth Dumbledore estaba sentado al borde de la cama, y su hermana de trece años acostada.

Albus tenía un plato de sopa en la mano y le daba cucharadas suavemente, a las cuales su hermana se acercaba a abrir sus labios. -Así es, Ariana, buena chica.

Ariana esbozó una sonrisa dulce y ausente mientras bebía la sopa que le daba su hermano. Se tomó la última cucharada de la sopa, y Aberforth la besó en la frente. Se puso de pie, y se dio vuelta al ver a su hermano mayor ahí con ella.

Albus sabía que él de alguna manera le tenía resentimiento por la discusión de la tarde. Lo siguiente ocurrió muy rápido. Aberforth; el plato tropezó en sus manos cayendo instantáneamente al piso.

Abeforth se agachó mecánicamente para sujetar la caída del plato, pero no pudo impedir que se hiciese trizas contra el suelo. La niña por supuesto se sobresaltó asustada y el muchacho intentó recoger los pedazos con prisa, pero con tanta mala suerte que el borde filoso de uno de ellos le hizo un corte en el pulgar del que comenzó a manar un poco de sangre.

Albus, alarmado, gritó:

-¡No dejes que ella vea...!-

Sin embargo, fue demasiado tarde. Ariana vio perfectamente la sangre en el dedo de Aberforth y rompió en llanto arrinconada en la pared.

-¡Sangre!- repetía y sollozaba histérica, cubriéndose el rostro con sus manos y encuclillada.

La habitación comenzó a temblar, mientras que la luz se prendía y se apagaba. Albus y Aberforth, tambaleantes, intentaban acercarse a Ariana, pero esta no dejaba de gritar y las sacudidas cada vez más feroces del suelo les impedían aproximarse a ella para calmarla. Finalmente Albus sacó su varita, la apuntó a Ariana y gritó

-¡DESMAIUS!

El rayo de luz roja alcanzó a la niña, que inmediatamente cayó inconsciente en su cama. El suelo dejó de temblar y la luz recuperó la estabilidad, aunque la lamparita todavía oscilaba. Aberforth corrió hacia Ariana y le palpó el pulso ansiosamente.

-Qué hiciste...

-Ella está bien, Aberforth -dijo Dumbledore, tranquilamente.

-¡La Aturdiste, por supuesto que no está bien! -gritó Aberforth.

-Sí, la Aturdí. Y como debes saber, ese hechizo no causa la muerte ni ningún daño físico, a menos que uno reciba varios al mismo tiempo.

-¡Aún así, es peligroso!

-¡Ella es peligrosa, Aberforth! ¡Acéptalo, por todos los cielos! ¡Mató a nuestra madre!

-¡Por accidente! -gritó exaltado.

-¡Por supuesto! ¡Y como yo no quiero ser otro accidente, la próxima vez que se ponga así no me molestaré en tratar de tranquilizarla: la aturdiré enseguida! ¡Y la próxima vez que a ti se te rompa un plato, hermanito, lo repararás con magia en vez de agacharte a levantar los pedazos como un muggle!

Un Dumbledore furioso estaba furioso y a su vez preocupado por el primer descontrol de su hermana. Aberforth por otro lado no se atrevió a contestarle a su hermano mayor, y éste salió del dormitorio de Ariana dando un portazo.

Albus no dimensiono cuando se quedó dormido junto a la cama, acompañando a su hermana. Luego de despertar, contemplo a su hermana dormida y salió de madrugada vestido a caminar. Estaba bastante ojeroso, y en su rostro también tenía rastros de lágrimas.

Sus pasos le guiaron al cementerio y cuando estuvo frente a la lápida de Kendra Dumbledore, Albus se sentó sobre la lápida acariciandola suavemente:
-Madre, ojala estuvieses viva. Te necesitamos más que nunca. Te necesito más que nunca... - trago saliva ásperamente, sintiendo un nudo en la garganta, contemplando la fotografía de su madre.

-¿Albus? -le llamó una voz, a unos cuantos metros. El joven Albus de 16 años se volteó y vio a una anciana señora acercarse a donde él estaba.

-¿Señora Bagshot? -contestó Dumbledore, recuperando un poco la compostura.

-Llámame Bathilda, Albus, nos conocemos desde hace años -respondió ella. -Vine aquí a dejarle unas flores a tu madre, y pensaba ir a visitarte a tu casa dentro de un par de horas. Perdóname por no haber estado presente en el funeral, pero tuve que viajar a Alemania para ocuparme de un asunto familiar. Apenas me enteré de lo de tu madre arreglé ese asunto lo más rápido que pude y tomé el primer Traslador internacional con destino al Valle de Godric que conseguí, pero veo que llegué demasiado tarde... Mi más sentido pésame, Albus.

-No te preocupes, Bathilda -respondió Dumbledore, ya completamente tranquilo--Te agradezco muchísimo el gesto.

La mujer ladeó su cabeza, contemplándolo por unos instantes y pasó su mano delicadamente por su mejilla limpiándole cualquier indicio de lágrimas con su dedo, afectuosamente, al cual esta vez Albus no rechazó.

-¿Quieres venir a mi casa a tomar un té, querido? -preguntó regalándole una sonrisa.

-Sería un placer. -sonrió Albus o hizo un intento.

Los Secretos de DumbledoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora