Visitas inesperadas

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Acababa de salir el sol en el pueblo y la calma reinaba en las calles, dando la impresión que las suntuosas casas dieran la sensación de estar abandonadas. Personalmente para Albus, esto era un pensamiento del día a día.

La culpa no la tenían mas que aquellos nefastos muggles que no sabía si odiar por haber cruzado su camino con su hermana. Desde ese día, vivían confinados en un lugar donde, como en tantos otros, los magos tenían que vivir escondidos, mientras los muggles campaban a sus anchas a consecuencia de seguir unas leyes que él consideró muy injustas. Quedarse atrapado era lo último que quería en ese verano.

Había dedicado mucho tiempo a sus estudios en Hogwarts, logrando glorias como estudiante que seguramente serían memorables por el resto de su vida. El Premio Anual que había ganado todos los premios importantes que la escuela ofrecía como premio a la competencia excepcional. En hechizos, titulado Barnabus Finkley, una medalla de oro por su contribución pionera a la Conferencia Internacional de Alquimia en El Cairo, además de ser nombrado representante de la juventud británica en Wizengamot y la correspondencia que mantenía regularmente con personalidades notables en el mundo mágico, incluida su vecina, la historiadora mágica más famosa de todos los tiempos; Bathilda Bagshot y otros nombres importantes como Nicolás Flamel, quien hizo que su correspondencia fuera mucho más interesante que la de muchos magos mayores con carreras establecidas.

Pero encerrado al fin y al cabo. Encerrado en un lugar casi aislado, con un hermano sin dotes, una hermana frágil (para quien sus esfuerzos no parecían capaces de encontrar una cura) y la carga de ser cabeza de familia a una edad tan temprana. Albus, definitivamente no podía sentir que había encontrado algo de gloria en todo eso.

A él no le gustaba ese sentimiento, pero desde lo que le sucedió a su hermana durante su infancia, hecho que como consecuencia había llevado a su padre a la prisión y a toda la familia a caer en desgracia, sus esfuerzos por reintegrarse a la comunidad y detener ser visto con malos ojos de muchos compañeros había sido inmenso, y cuando por fin lo había conseguido y estaba a punto de emprender un viaje por varios países con su mejor amigo Elphias Doge, había recibido la fatídica carta que traía una triste noticia mientras se encontraban en el castillo, anunciando que su vida había dado otro mal giro.

Su madre había dejado esta vida como resultado del creciente problema de su hermana menor.

No culpaba a Ariana por esto, sino a las complejas leyes que rodeaban a la comunidad mágica; el conocido Estatuto Internacional del Secreto Mágico, y sus leyes arcaicas que habían destruido a su familia, mientras los muggles deambulaban impunes.

No es que odiara a los muggles por lo que eran. Los veía a todos como sus iguales, pero no podía negar la inquietante pregunta que repetía en su mente casi a diario si los magos eran los que poseían magia, ¿por qué necesitaban esconderse?

Lo que sea que quisiera hacer debería posponerse, el magnífico viaje que había planeado con su mejor amigo, cualquier posibilidad de investigar alguna cura para el problema de Ariana, nada de eso debería importar más, Albus ahora era el tutor legal de sus hermanos y también de apoyar la mentira de que la muerte de su madre había sido causada por un hechizo de rebote y ocultar el verdadero motivo que la llevó a su muerte.

Debería estar contento de vivir en las sombras, al igual que durante la mayor parte de su vida su progenitora siempre había hecho para proteger a su hermana menor, sobre alguna cura para Ariana. Hasta ahora no había nada que pudiera hacer que no pareciera simplemente para empeorar las cosas y se horrorizó al pensar en lo que sucedería si el Ministerio de Magia los descubría. Lo más probable era que Ariana fuera encerrada para siempre en la sala de pacientes permanentes del Hospital San Mungo.

Los Secretos de DumbledoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora