Desde que su madre había muerto, la vida, y los mismos planes del joven se desmoronaron de un momento a otro en pedazos. Después de haberse elevado tan alto, ahora estaba casi hundido en el fracaso, en la desesperanza esperando nuevamente resurgir, pero para eso tendría que pasar mucho tiempo.
Por el momento en la escena que se visualizaba ante sus ojos era la de unas brujas que comenzaban a rodear a el ataúd de su madre y a los dos hermanos adolescentes.
El rostro de Dumbledore tenía una expresión de serenidad, aunque sus ojos estaban humedecidos y en su mente y corazón por el momento solo había cabida para sentir pena y rabia. No obstante, sabía ocultar sus emociones frente a extraños cómo era en esta ocasión, ya que era quien recibía la mayoría de los pésames de la gente, y los respondía con amabilidad pero sin perder la seriedad en ningún momento.
Su hermano, de unos catorce años, era más bajo y fornido que Albus, y tenía cabello rubio en vez de caoba. Aberforth Dumbledore estaba claramente incómodo en aquella situación y contestaba a los pésames que le daban los visitantes con sequedad. Al cabo de unos minutos de saludar a los asistentes al funeral, Aberforth le susurró algo a su hermano, y éste asintió con la cabeza. Entonces, ambos hermanos salieron para charlar a solas en un pequeño pasillo:
—¿Sabes por qué no han venido los abuelos?—cuestionó este seriamente, aunque bien parecía asumir por la tranquilidad de su hermano que la ausencia de estos no le importaba en absoluto.
Dumbledore alzó las cejas y miró a su hermano menor en forma penetrante y a continuación, señaló con su varita hacia la puerta cerrada detrás de la cual estaban las visitas.
—Muffliato— murmuró, conjurando un encantamiento silenciador. Solo así Albus se volvió hacia su hermano y le dijo:
—No van a venir, Aberforth. Los borré la memoria y les implanté nuevos recuerdos. Ya no saben nada sobre nuestra madre o nosotros.—respondió con serenidad.—¿QUÉ?, ¿Qué diablos has hecho?, ¿Cómo pudiste…?— gritó y empuñó sus manos con fuerza en el pecho de su hermano mayor.
—Aberforth, quiero que guardes silencio y me escuches.— intentó tranquilizarlo —¿Acaso crees que sería bueno para ellos enterarse de la verdad? ¿Que su nieta está loca y asesinó a su hija?. Ya les dolió muchísimo enterarse lo que pasó con nuestro padre, pero enterarse de lo de nuestra madre y Ariana los mataría. Es mejor que olviden nuestra existencia.
—No tenías derecho, Albus. ¡Son nuestros abuelos!—dijo un poco más tranquilo, sollozando.
—Son muggles. No podrían entenderlo, no serían capaces. Sólo tú y yo podemos hacernos cargo de Ariana ahora.
—Mamá jamás habría permitido…
—Olvidas que fue ella misma la que les prohibió ver a Ariana. No creo que ella hubiese querido que ellos se enterasen jamás de lo que le pasa. Es lo mejor, Aberforth. Te guste o no, yo soy el jefe de esta familia de ahora en adelante, y debo velar por tu bienestar y el de nuestra hermana. —respondió severamente por primera vez, dando a reconocer que no estaba bromeando.
—Eres un desalmado, Albus.
—Si crees que no me dolió tener que despedirme de ellos, te equivocas. Pero al fin y al cabo, apenas los veíamos desde que pasó lo de Ariana. Y ya son muy viejos, dudo mucho que les queden muchos años de vida -—razonó Dumbledore con tranquilidad.
Aberforth lo miraba con resentimiento, pero Albus no se molestó en tratar de calmarlo. Levantó el Muffliato y volvió a la sala de estar sin mirar a su hermano.
Dumbledore estaba en la calle, junto con otro muchacho de su edad; Elphias Doge su amigo de infancia. Aún conservaba las marcas de la viruela de dragón que había padecido a los once años cuando le conoció. Ambos estaban de negro:
—Lamento muchísimo que no puedas acompañarme, Albus —le dijo Doge.— Aunque insisto en que podríamos hacer el viaje juntos más tarde, cuando hayas conseguido a alguien para que cuide a Ariana…
Albus interrumpió decidido, aunque con una pena latente de dejar su sueño juvenil de lado.
—Sólo yo puedo cuidarla, Elphias.—respondió Dumbledore con firmeza.
—Escuché que Aberforth quiere dejar la escuela y dedicarse a la tarea. Y sinceramente, no creo que puedas decir que sea una gran pérdida para Hogwarts.
Albus negó con la cabeza y cerró sus ojos unos instantes:—No quiero que Aberforth interrumpa su educación, ya te lo he dicho. Cuando haya pasado el verano, regresará a Hogwarts y yo me quedaré cuidándola. Cuando él haya terminado sus estudios, quizá le deje ocuparse de ella, si es lo que él quiere realmente.
Elphias lo miró tristemente por un rato y finalmente le preguntó:
—¿Cómo está Ariana?—Bien, pero está empezando a hacer preguntas sobre nuestra madre.
—¿Vas a decirle lo que pasó?
—No, sólo empeoraría su condición. Tendré que decirle que se ha ido de viaje y que yo me quedaré con ella a partir de ahora o algo por el estilo. Está tan alejada de la realidad que no me sorprendería que termine olvidándose de nuestra madre, o bueno eso está por verse...
—Debe ser terrible, su enfermedad.
—Lo es —contestó Dumbledore, con un auténtico dolor en sus ojos, que le hizo de inmediato evitar la mirada y suspirar pesadamente.
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Los Secretos de Dumbledore
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