Ariana Dumbledore

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"Ella sonreía y yo era la persona más feliz, pero no lo sabía. Era un día cualquiera en ese momento, pero un día apreciado ahora".

Era el día perfecto para sentarse bajo un árbol y leer, hasta que los gritos de alegría de Ariana corriendo por la casa hasta el patio estallaron por todo el lugar, contagiándolo de una extraña dicha.
Levantó la mirada y se percató que venía huyendo de Abeforth a modo de juego hasta el árbol más cercano, y eso le hizo dar una pausa a su lectura.

-Dame la mano, Ariana. Yo te ayudo. - le llamó el pequeño, incitándola a subir a dónde él había llegado en el árbol y Albus se quedó atento, con una sonrisa cálida viendo cómo ella solo se divertía.
Ariana sonrió y se aferró a su hermano. Le daba un poco de miedo que la rama del árbol estuviera tan arriba, pero confiaba en él. Se sujetó al tronco con la mano libre y se impulsó hacia arriba, mientras Abeforth la cogió por debajo de las axilas y tiró de ella hasta que ambos alcanzaron su destino, quedando sentados.

-¡Cuidado con lastimarse! - les advirtió de manera protectora echando un vistazo, para luego regresar a su lectura.

-¡ Tú también deberías venir, Albus! - le incitó ella. Pero él no hizo caso y continuó en su mundo. Tal vez ahora que lo pensaba debió hacer caso y compartir. -Oh, qué bonito!- exclamó emocionada.

Desde allí podían ver el tejado de la casa. El jardín estaba más florido que nunca y las ovejas de su vecino correteaban por la finca de al lado. Ariana podría haberse quedado toda la vida allí, con su hermano:
-Vas a tener que aprender a trepar tú sola, Ari.- le dijo Abeforth, sujetándola en todo momento.

-¿Me enseñarás?

-Pues claro que sí.-Ariana miró a su hermano. De los dos, Aberforth quizá el más divertido para ella. Con él, podía pasarte el día entero corriendo por el campo, persiguiendo animales y subiéndote a árboles. Pero Albus, pasaba mucho más tiempo encerrado, o al aire libre a solas, aunque también podía escuchar las historias maravillosas y aprender hechizos, aunque aún no iba a Hogwarts.

-¡Alohomora!- exclamó Albus, moviendo la mano como si blandiera una varita imaginaria mientras era observada por su hermana sobre el árbol.

-Abeforth,¿Crees que mi varita estará hecha con este árbol? -preguntó la niña, mirando a su hermano mayor que practicaba en el árbol vecino y a su vez, admiraba el precioso color de la madera.

-Puede ser. ¿Por qué no escoges la rama que más te guste y se la llevamos a Ollivanders?

-¡Sí! - gritó emocionada. -Aunque hay tantas que son lindas, no sé por cuál decidirme.

Albus levantó la mirada con curiosidad para ver qué hacían.

-Aunque no tienes que escoger ahora. Aún falta mucho para que vayas a Hogwarts. - murmuró Abeforth.

-¡Hogwarts! -repitió alegremente.

Quien antes no había fantaseado con conocer el viejo castillo. Sus padres les habían hablado sobre él y los tres sólo tenían que cerrar los ojos para imaginárselo. Sin lugar a dudas, era un lugar maravilloso.

-¡Niños! ¿Otra vez ahí arriba?

Era su madre que estaba a los pies del roble, con los brazos cruzados y cara de pocos amigos.

-Yo te ayudo. - insinuó Abeforth y la agarró por las muñecas y la sostuvo en el aire hasta que Kendra la cogió por la cintura y la bajó al suelo. Después, el niño dio un salto y se plantó frente a ellas, sonriente y satisfecho.

-¿Cuántas veces tengo que decirte que no trepes a los árboles? ¡Y encima te llevas a tu hermana! - escuchó el regalo de su madre, pero Abeforth parecía imperturbable: -Ariana quería, ¿verdad?

La niña asintió rápidamente. No quería que regañaran nuevamente a su hermano.

-Y nos lo hemos pasado muy bien. - agregó.
-Sí, madre. - asintió la pequeña y al escuchar a Albus reír y levantarse del suelo:

-Yo los estaba vigilando madre, y te aseguro que se estaban divirtiendo mucho. Si estaban en peligro yo ya habría actuado-le aseguró con sensatez, y aunque su madre no estaba muy convencida, Ariana se apartó y correteó hasta él para abrazarlo por la cintura.

-Albus, ¿me lees un cuento? -y el joven la miró y sonrió.

-Claro, ¿cuál prefieres? - y pasó su brazo por su espalda, guiándola de regreso a casa.

-Las reliquias de la muerte, por favor. - le pidió la niña. Sabía cuánto le gustaba, él mismo se lo leía por las noches cuando Percival había dejado de hacerlo.

Kendra observó a su hijo a lo lejos mientras ingresaban a casa y llevó consigo a Abeforth también de regreso. Albus dejó el libro que traía en sus manos en la estancia, y en su lugar buscó el libro de la estantería y regresó con él junto a Ariana. Abeforth, por su parte, cogió un montón de lápices para colorear y se sentó en el suelo, junto a la chimenea.

Los Secretos de DumbledoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora